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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Necesitamos una economía americana más resiliente

Wall Street, Nueva York

Con una política industrial inteligente, los trabajadores tendrían, a corto plazo, un lugar preferente respecto a la ganancias corporativas.

Los estadounidenses somos gente resiliente. Perseveramos a través de las circunstancias y, triunfantes, dejamos atrás la adversidad. Es nuestro ADN nacional.

De nuevo, los estadounidenses nos enfrentamos al desafío que tenemos ante nosotros. Los profesionales médicos están respondiendo a la llamada al deber y atienden a nuestros enfermos con gran riesgo personal. Los supermercados, los restaurantes que sirven comida para llevar y las farmacias siguen abiertas gracias a nuestros connacionales, que siguen acudiendo a su trabajo para que el resto de nosotros tengamos acceso a bienes esenciales. Las familias están trabajando para superar el enorme daño económico al que se enfrentan debido al coronavirus.

Aunque creo que la resiliencia es uno de los rasgos que definen a un estadounidense, también creo que ha estado ausente demasiado tiempo de nuestra política pública. Y esto lo hemos visto de una manera devastadora en la crisis actual.

A lo largo de las últimas décadas, nuestros líderes políticos y económicos, tanto Demócratas como Republicanos, han tomado decisiones sobre cómo estructurar nuestra sociedad, eligiendo premiar la eficiencia económica, las ganancias financieras y el enriquecimiento individual en detrimento, respectivamente, de la resiliencia, la inversión en pequeñas empresas y comercios, y el bien común.

Cualquier legislador debería reconocer que ambos, la eficiencia y la resiliencia, son valores a los que se debería dar prioridad y que habría que equilibrar. Sin embargo, no es lo que se ha hecho en las últimas décadas. Las decisiones tomadas -desde las deslocalizaciones a la construcción de una economía basada en las finanzas y los servicios-, han tenido como resultado uno de los motores económicos más eficientes de todos los tiempos. Pero un péndulo puede inclinarse demasiado en una sola dirección. Y cuando en una economía falta la resiliencia, la crisis puede ser devastadora.

Durante la campaña electoral de 2016, hablé en reiteradas ocasiones con trabajadores estadounidenses que veían, indefensos, como sus trabajos desaparecían y sus comunidades se desmoronaban porque las empresas y los legisladores daban prioridad máxima a las ganancias a corto plazo en detrimento de una seguridad a largo plazo de Estados Unidos, sus comunidades y su gente.

El tiempo que pasé en la Comisión Selecta del Senado sobre Inteligencia fue muy aleccionador: caso tras caso, era evidente que muchos de los graves problemas a los que nos enfrentamos tienen su origen en nuestra relación económica con China. Como otros muchos, creí que el capitalismo cambiaría a China para mejor; en cambio, lo que ha pasado es que China ha cambiado al capitalismo para peor. Este nuevo status quo significa que las generaciones más jóvenes, incluidos mis hijos, crecerán en un país con perspectivas económicas reducidas.

Hoy, el resultado de esas decisiones políticas fracasadas es que nuestra base productiva ha disminuido considerablemente, y que millones de trabajos productivos que confiaban en ella han desparecido. La cadena de abastecimiento nacional de Estados Unidos que producía suministros médicos vitales como los fármacos genéricos y los respiradores ha casi desaparecido. Durante décadas, Estados Unidos ha facilitado, de manera consciente, la deslocalización a China porque allí la mano de obra es barata y porque, de manera crítica, el Partido Comunista chino ayuda a las empresas en la inversión de capital productivo a largo plazo, lo que podría parecer irracional a corto plazo. Y decisiones como permitir que Pekín entrara en la Organización Mundial del Comercio no hizo más que echar más leña al fuego.

Y ahora sabemos qué pasa cuando el mundo se tiene que enfrentar a una pandemia, algo inevitable, considerando el historial.

Al haber monopolizado esas cadenas de suministros fundamentales, el Partido Comunista chino ha utilizado esos productos sólo para su país, y se ha asegurado de que las mascarillas producidas en China, por ejemplo, se utilicen sólo en el país y para su propia lucha contra el virus.

Incapaz de importar suministros desde China, Estados Unidos ha sido abandonado a la desesperación, porque nos faltan, en general, tanto la habilidad para producir cosas, como la capacidad estatal de reorientar la producción para fabricarlas. El resultado es que nuestros médicos están obligados a racionar los suministros y, en algunos casos, a dejar de usar el equipamiento necesario.

A pesar de que algunas empresas heroicas han cambiado su producción para cubrir estas necesidades y producir mascarillas, gel sanitario y otros bienes, nuestra nación sigue estando en desventaja.

Uno de los motivos es que cuando la producción se deslocalizó a China, la economía de nuestra nación pasó a estar dominada por las empresas de servicios, que sobreviven a través de transacciones personales, como las que ahora están restringidas. Y a diferencia de las economías industriales, las economías basadas en los servicios carecen de flexibilidad cuando se trata de producir bienes físicos que se puedan almacenar y vender más tarde, o reconvertir para hacer frente a una carencia repentina. Esto hace que seamos especialmente vulnerables ante este tipo de desastre.

El cambio en la conducta empresarial, que ha dejado de invertir en los trabajadores, en los equipos e instalaciones, favoreciendo el aumento de los beneficios económicos de los accionistas, no ha hecho más que socavar aún más nuestra resiliencia. ¿Por qué no tenemos suficientes mascarillas N95 o ventiladores para hacer frente a la pandemia? Porque almacenar existencias no maximiza el rendimiento económico, y no hay recompensa para los accionistas por proteger ante el riesgo. Incluso a nivel gubernamental nos hemos embriagado con el modelo adquisitivo «justo a tiempo», opuesto a las adquisiciones de contingencia «por si acaso».

Hoy vemos las consecuencias de este ethos hiperindividualista y a corto plazo. Los estadounidenses no pueden salir de sus casas. Los vecinos no pueden darse la mano para saludarse. Los lugares de culto están cerrados. El mercado laboral, sobre todo para los trabajadores del país en las industrias de servicio, está en caída libre.

Con la firme resolución de las comunidades de Estados Unidos y el apoyo del gobierno para que facilite a las empresas los recursos necesarios para su recuperación, los estadounidenses superaremos el desafío que tenemos ante nosotros. Pero la sociedad que surja de todo esto no debe ser la misma de antes. Volver a los modelos políticos tradicionales de los Republicanos y los Demócratas significaría que no hemos asimilado bien la lección que nos está dando la crisis del coronavirus. Necesitamos una nueva visión para crear una economía más resiliente.

Por ello, he trabajado para poner en marcha un plan, haciendo un llamamiento para que el conjunto de las cadenas de abastecimiento vuelvan a nuestro país en aras de nuestro interés nacional: desde los medicamentos básicos a los equipamientos médicos, pasando por los minerales raros, que son vitales, y las tecnologías del futuro. Antes de la pandemia, propuse que se volviera a autorizar la Ley de la Pequeña Empresa para que sirva de modelo con el fin de hacer más productiva nuestra economía. Es evidente que se necesita cambiar radicalmente la política industrial estadounidense, algo que esta crisis ha puesto de relieve.

Debemos aplicar este modo de pensar a las condiciones intensificadas por esta pandemia persistente. En febrero, presenté un plan bipartidista para exigir a los productores de medicamentos que identifiquen dónde se producen los ingredientes, con el fin de crear exenciones fiscales para los productores nacionales de estos ingredientes y para que se exija a los compradores federales que adquieran los medicamentos en Estados Unidos.

Una política industrial inteligente significa, también, crear incentivos federales para que se lleven a cabo inversiones productivas en los trabajadores y los equipos a través de una política fiscal y unas sólidas garantías federales, como desalentar una conducta empresarial improductiva como, por ejemplo, la recompra de acciones. Y allí donde las subvenciones extranjeras decidan llevar sus inversiones fuera de nuestras fronteras, el gobierno federal debería introducir cooperativas para estimular la creación de cadenas de abastecimiento nacional.

Si bien es cierto que necesitaremos tiempo para reconstruir una economía productiva, que favorezca al trabajador, es seguro que podemos conseguirlo y asegurar que el próximo capitulo de la economía de Estados Unidos deba su naturaleza al mismo espíritu de resiliencia, solidaridad y búsqueda colectiva del bien común que nuestra gente está ahora mostrando al mundo.

 

Publicado por Marco Rubio en The New York Times.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta.

 

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