La izquierda indefinida que impera desde hace décadas propone como una de las salidas al capitalismo salvaje el empobrecimiento de la población para «armonizarnos» con la Tierra ya que vivimos en un sistema interconectado.
Hace unos días, el diario de Ignacio Escolar publicaba un artículo sobre el último libro del activista y poeta Jorge Riechmann en el que se mezclaban análisis correctos de determinados problemas con máximas ideológicas y posturas idealistas. Estas se encuentran muy lejos de las propuestas reales que, entiendo, muchos estamos esperando a problemas acuciantes.
¿Cómo frenar determinados hábitos nocivos en la economía que afectan a la sociedad y al medioambiente? Esta es una pregunta lógica y asumible por el grueso de la población. La autocrítica debe de ser uno de los ejes del progreso. Lo del fin de la historia ya se vio que fue una idea aureolar surgida de mentes anglosajonas para convencernos que bajo su ala no haría falta más. Por lo tanto, no es complicado entender que los problemas siempre van a estar ahí y que surgen a medida que otros se solucionan. Es la vida misma.
Hay análisis y análisis. Jorge Riechmann es ensayista, poeta y activista. Los poetas siempre han sabido encandilar al pueblo y los activistas movilizar los anhelos. Es, además, profesor de moral y política. Su último libro, Bailar encadenados, tiene mucho de moralismo con base marxista al que muchos ya están más que acostumbrados por esa supuesta superioridad moral de la izquierda.
El punto de partida es la psicosis de los 1,5 grados más de temperatura en un futuro muy cercano (2030) creada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). Es innegable que las circunstancias que produzca un aumento de temperatura serán diferentes a las actuales. Lo preocupante es lo que llaman la «revolución del empobrecimiento». Antaño las revoluciones eran para enriquecer al pueblo oprimido por una casta, no para empobrecerla. Esta debe ser la revolución inversa —la de las élites— con el fin inverso: empobrecer al pueblo. Llama la atención en especial cuando esta revolución está comandada por una supuesta izquierda. ¿Dónde quedaron los grandes líderes revolucionarios? ¿Dónde quedaron los grandes deseos? La verdadera igualdad del ser humano no será por arriba, sino por abajo. Se ve todos los días.
Los mensajes de este tipo no son únicos. La izquierda los abandera como propios, pero no están solos. No es ninguna sorpresa. La consultora ARUP publicó un informe titulado El futuro del consumo urbano en un mundo con 1,5ºC más en el que detallaba los escenarios realistas e ideales en 2030 para el consumo general. 0 kg de carne por persona, apenas tres prendas nuevas por año, 0 kg de productos lácteos… Este parece ser el camino de la “revolución empobrecedora” y para esto es lo que se están creando justificaciones morales, éticas, políticas y económicas bajo el paraguas del cambio climático.
Lo que algunos consideran «negacionismo climático» es el gran mal a combatir y, con ello, a los negacionistas. Palabra peligrosa cuando se busca crear una imagen negativa de los adversarios políticos, sobre todo cuando nadie niega que haya un cambio climático —¿cuándo no lo hay?— sino que este sea de origen antropogénico y, por lo tanto, permita un control total del ser humano como consecuencia de dicho pensamiento. Y es que esta es la madre del cordero: control. Al vivir en un mundo interconectado, la libertad absoluta entendida desde la perspectiva materialista es peligrosa (liberalismo contra comunismo, de nuevo), pero se deja de lado la noción cristiana de libertad (la posibilidad de hacer el bien, un bien en el que han dejado de creer).
La revolución ecologista no es ecológica a secas, algo muy loable, sino que debe ser ecofeminista y ecosocialista ya que el ecocapitalismo salvaje en el que vivimos no ha sido la solución. Me pregunto si al tener el sufijo capitalismo hubiera sido buena en algún momento si los resultados no fueran los actuales. Aquí coinciden con Klaus Schwab, el presidente del Foro Económico Mundial, cuando en su libro COVID-19. El Gran Reinicio detalla cómo el gran problema del mundo ha sido la economía de la «dictadura del PIB», es decir, el crecimiento. Curioso que aquellos que se han aupado por encima de los Estados culpen ahora a la obsesión del crecimiento como el problema del mundo. Me recuerda a la famosa patada a la escalera de los ingleses: proteccionismo para fomentar la industria nacional y la posterior promoción del libre mercado inhabilitando al resto como competidores. ¿Estaremos ante la misma estrategia? Quién sabe.
Como seres interconectados los humanos debemos ser limitados. Es algo lógico. Ya lo éramos, ¿por qué debemos serlo ahora bajo el control férreo de un Estado que, supuestamente, haría frente al mercado autorregulado cuando ya vivimos en Estados-corporación y no Estados-nación? U omiten la realidad por desconocimiento o por intereses, ambas son preocupantes.
En esta línea se encuentra Carlos Taibo, también profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, pero mucho más matizado. En su obra En defensa del decrecimiento critica precisamente esta obsesión del crecimiento constante como política central económica pero no aboga por el empobrecimiento. Ralentizar el consumismo, centrarnos en la industria nacional, pensar en mercados más pequeños o pensar en una economía más pequeña lejos de las grandes multinacionales son cosas muy diferentes de buscar el empobrecimiento revolucionario deliberadamente.
Nadie niega que se pueden dar pasos en muchas direcciones diferentes a la que estamos en este momento, lo que no se puede es desear el salto al vacío simplemente por la excusa climática. Justificar la reducción de libertades sociales, políticas y económicas y el aumento del control por parte del Estado para evitar entrar en un infierno climático esconde un afán totalitario de gran calado. La excusa medioambiental es el nuevo barniz para justificar lo mismo desde más de siglo y medio.