Durante esta semana, el Foro Económico Mundial lleva a cabo su encuentro anual en el enclave suizo de Davos, una de las citas más importantes y deseadas por la élite político-empresarial del planeta en donde se conocen públicamente el estado de los objetivos planificados a años vista.
Hace unos años el Club Bilderberg ocupaba las grandes portadas de los medios de comunicación –más por morbo que por deber informativo– en especial tras la publicación de varios títulos en los que se destripaba uno de los encuentros privados más deseados del mundo occidental: familias reales, dueños de multinacionales, personajes de relevancia cultural, dueños de medios de comunicación, etc. se reunían en un hotel distinto cada año para diseñar con escuadra y cartabón aquello que luego haría historia. Este encuentro, que sigue teniendo lugar, ha pasado a un segundo plano de la información, no tanto porque haya perdido importancia, sino porque la élite ha conseguido ya tanto poder que no hace falta que oculte sus planes. El dominio es total. Ya lo reconoció el difunto David Rockefeller cuando en uno de las reuniones de este club agradeció a los principales medios la ocultación deliberada al resto del mundo para evitar una rebelión en toda regla (y justificada).
Hoy el Foro Económico Mundial (FEM) puede entenderse como el evento de relaciones públicas de la élite en el que se desarrollan debates y discusiones justificando todo tipo de tropelías para forzar la gobernanza global bajo el discurso bien pensante y políticamente correcto. Dentro de esto no quita que algunas de las medidas no tengan sentido en el contexto internacional de turno, pero estas deben verse teniendo en cuenta qué políticas se promocionaron en el pasado desde los mismos altares económicos y que consecuencias han tenido. Si creo un problema y ofrezco una solución que genera otro problema, etc. no estoy solucionando nada más que el control que ejerzo sobre los que me rodean. Y es que de esto se trata. Klaus Schwab, presidente de la institución desde su fundación en 1971, en los últimos años ha declarado sin rubor alguno que el mundo es de los suyos, que controlan todos los medios de producción, de comunicación… y que ya es hora de cambiar las cosas. Sé que esto es una explicación muy para andar por casa, pero es que esto es el globalismo. Ni más, ni menos.
En la edición de este año por el momento hay ausencias notables: Bill Gates, George Soros y el mismo Klaus Schwab. ¿Han decidido pasar a un segundo plano este año después de una exposición mediática nada favorable? Seguramente no se sepa nunca. La expectación es grande, ya que es el primer encuentro tras el inicio de la invasión de Ucrania que cumplirá un año el próximo 24 de febrero. Éstas son las cinco claves para entender Davos 2023:
Ingreso Mínimo Vital excusándose en un virus
Es un hecho que con cada crisis económica que sufrimos la brecha entre pobres y ricos aumenta. Así lo reconoce Intermon Oxfam. El lema «no tendrás nada y serás» feliz resumen perfectamente esto. La vanagloriada economía colaborativa tiene como finalidad que la mayoría de la población cada vez tenga menos propiedad privada y use determinados servicios, pero está claro que de alguien debe ser propietario. Si a esto le sumamos la incipiente robotización y automatización de nuestras cadenas de suministro y sociedades en su conjunto, el panorama es desolador. Ya se debate sobre los cientos de millones de personas que no tendrán trabajo, no porque el sistema no pueda, sino porque unos pocos han diseñado que no sea así. Y no estamos hablando de los típicos puestos que se destruyen y de otros que se crean para que una persona tenga ocupación y sustento de vida. Hablamos de que no habrá sustitución posible por la baja cualificación de muchos de estos trabajos que serán suplantado por la robotización, uno de los pilares fundamentales de la Cuarta Revolución Industrial, tan cacareada por Schwab y compañía. No niego que esto pueda llegar a ser una necesidad (de aquí a la despoblación masiva hay muy poca distancia para algunos), lo que critico es la justificación y que no se entienda esta medida como consecuente bajo la mentalidad imperante.
Pasaporte sanitario global
Ya hablé en otro artículo sobre el proyecto ID2020 de Gates para una identidad digital global. Este pasaporte, conocido en Europa como pasaporte COVID o green pass no es otra cosa que el Gesundheitpass de la Alemania nazi pero con la justificación sanitaria. En la última reunión del G20 en Indonesia, el presidente de este país habló de la necesidad de imponer un pasaporte sanitario de este tipo para el futuro. La tecnología ya lo permite, pero necesitan la excusa perfecta. Quizás esta excusa la encontramos en el SEERS25, el próximo virus pandémico que, según aseguran los mismos que llevaron a cabo el Evento 201, podría matar a 20 millones de personas en todo el mundo siendo el 75% de las víctimas menores de edad. El miedo ya está servido desde la crisis del COVID y viendo lo que muchos aceptaron, es difícil pensar que la próxima será muy diferente. El pasaporte sanitario es una manera hábil de imponer confinamientos y restricciones aleatorias a gusto del gobernante de turno. Nunca se trató de nuestra salud, sino de nuestro control.
Reconstrucción de Ucrania
Saltaba la sorpresa tras la visita de Zelensky a Washington para recibir misiles Patriot estadounidenses: el fondo de inversión todo apunta a que BlackRock se encargará de la reconstrucción total del país tras la invasión de Rusia. No cabe duda de que este hecho levanta numerosas sospechas. El negocio de este fondo de inversión es redondo. Se ha enriquecido con el material enviado a Ucrania y se va a enriquecer aún más con la reconstrucción de lo destruido. ¿Alguien forzó a Zelensky a tomar decisiones catastróficas para su pueblo a cambio de un enriquecimiento de otros en otro lugar del mundo? Viendo quiénes se están reuniendo estos días y cómo cierran filas en torno al mismo discurso, cuesta creer lo contrario.
Conformación de un mundo, dos sistemas
La misma guerra de Ucrania ha servido a la plataforma anglosajona (incluida la Unión Europea) para justificar la batería de sanciones bumerang que fuercen la ruptura de lazos económicos con Rusia. Esta decisión estratégica acelera los cambios en política internacional y fortalece a China como aspirante a potencia hegemónica. La política exterior del gigante asiático está siguiendo el mismo camino que ya recorrió Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial: crear un orden internacional que promocione su sistema siendo ellos los que tuteen a aquellos que quieran llevarlo a cabo, la imposición de una legislación internacional concreta que fortalezca su posicionamiento como observador global y la adopción de una serie de medidas que reglamenten determinados procesos. Desde el nombramiento de Xi Jinping como líder supremo chino, este proceso se ha intensificado por parte de los chinos: la expansión de la Nueva Ruta de la Seda es un ejemplo de ello. Las fronteras se fortalecerán entre ambos sistemas, pero se seguirán derrumbando intramuros a través de la inmigración masiva y de los flujos de capital cada vez más libres de pagar las consecuencias de los abusos del capitalismo financiero.
Pedro Sánchez sigue dando pasos hacia un retiro internacional
El Gobierno se ha paseado por Davos para defender su labor económica y la gestión de los fondos de reconstrucción postcovid europeos. Nadie le va a afear la postura. La posición suya es fácil: un mensaje en positivo, políticamente correcto en clave social que pide un nuevo mundo con un nuevo sistema económico más justo y resiliente. Imbatible en las distancias cortas, insostenible tras el análisis de aquellos que conocemos el mensaje que se envía entre líneas. Según el PP, el Gobierno tan sólo ha repartido por el momento el 11% de los 250.000 millones destinados a España desde el fondo de recuperación postcovid. Esto serían buenas noticias, pero hemos de olvidar la reunión mantenida durante la pandemia entre el jefe del Ejecutivo y los presidentes de las Comunidades Autónomas: el reparto de estos fondos no sería acorde al peso industrial o demográfico de cada región (algo lógico, por otra parte), sino en función de la adhesión de los proyectos presentados a los nuevos pilares ideológicos (o mantras) ya conocidos. Feminismo, igualdad de género, ambientalismo, animalismo… es el futuro financiado desde Bruselas y con el beneplácito de las legiones de subvencionados que harán de matones al servicio del gobierno que les pague. La avanzadilla del globalismo es esto: no hay nada más rentable que luchar por derechos que ya se tienen, magnificando problemas que serían fácilmente solucionables si no se instrumentalizaran políticamente y con la financiación de otros. El aumento de la carga impositiva no es para educación y sanidad, como pregona el Gobierno, es para construir y consolidar la red clientelar del futuro.
En poco tiempo será visible el efecto de estos debates que acabarán siendo cambios legislativos y políticos que conformarán el mundo en los próximos años. El FEM no está de capa caída como algunos señalan, está más fuerte que nunca porque nunca antes han tenido tan cerca el control largamente deseado a pesar de la rivalidad Estados Unidos-China y el contexto de cambios que estamos viviendo. O quizás este sea el camino para ello.