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Es cofundador de Apple

Steve Wozniak como síntoma: se fue de Facebook, evita Google y cree en la tecnología al servicio del hombre

Steve Wozniak, cofundador de Apple. Europa Press

Es habitual que los creadores de monstruos nos adviertan de los peligros cuando la criatura ya es un gigante de apetito voraz e instinto incontrolable. Entonces los aprendices de brujo se lavan las manos y adoptan una pose entre el asombro y la apostasía ante la dictadura tecnológica que contribuyeron a imponer. Una vez millonarios y apartados de toda responsabilidad -cual exministros socialistas- es cuando ven la luz. Steve Wozniak, cofundador de Apple, se confiesa: «A veces deseo volver a atrás en el tiempo, a antes de internet».

La mano derecha de Steve Jobs acaba de reconocer que abandonó Facebook y evita Google todo lo posible. Su argumento, a estas alturas, no es ninguna sorpresa. «Como usuario de Facebook yo no pienso en que cada detalle, cada clic, cada palabra, cada like… todo lo están rastreando para incitarme a usarlo todavía más. No lo pienso, no es lo que me han vendido. Es deshonesto. Así que mi mujer y yo deshabilitamos nuestras cuentas y borramos la aplicación de nuestros dispositivos para que no tuvieran ninguna forma de rastrearnos«, dice en El Mundo.

Más allá del uso ilegítimo de los datos convendría reflexionar acerca de qué es lo que hacen con ellos, pues si los usuarios no pagan por acceder a esas redes sociales, ¿cuáles son los intereses y los ingresos de las grandes compañías tecnológicas? Si se enriquecen con los datos que genera cada cuenta, entonces el producto es el usuario.

De este modo, se abren varias posibilidades. La red social, que almacena el tesoro, podría venderlos a cuatro posibles clientes. En primer lugar, a anunciantes que persiguen objetivos comerciales que lograrán con mayor facilidad si antes conocen los gustos del usuario. En segundo lugar, a partidos políticos que necesitan pulsar la opinión del electorado, saber cuáles son las preocupaciones de la población, qué discursos suscitan mayor entusiasmo, qué vídeos generan más likes, etc.

En tercer lugar, aparece el Estado como actor fundamental en la captación de datos. El control y sometimiento de la población que ejerce el poder en nuestros días -formalmente democrático- es más fácil a través de las nuevas tecnologías. Los métodos de rastreo y el acceso a los perfiles de los usuarios ponen en bandeja a cada Estado conocer intimidades de sus ciudadanos que jamás obtendrían de otro modo. A veces el camino es inverso, pues lo que conviene es influir en la opinión pública, como acaba de reconocer el coronel Pedro Baños: «Muchos gobiernos pagan a personas para que transmitan sus mensajes en redes sociales». 

Que los datos son el oro de nuestros días no es una exageración: Facebook tiene 2.500 millones de usuarios, es decir, prácticamente un tercio de la población mundial. Esto significa que una sola persona, Mark Zuckerberg, tiene acceso a los gustos, aficiones, creencias religiosas, inclinaciones políticas, profesiones, familias, amigos, viajes… de todo el planeta. ¿Qué servicio de inteligencia ha tenido alguna vez en la historia una golosina tan precisa al alcance de un clic?

En cuarto lugar, las empresas constituyen otro pilar fundamental en la compra de datos. Por ejemplo, en la búsqueda de perfiles cuando necesitan contratar a un perfil determinado de trabajador o lanzar un nuevo producto al mercado, para lo cual es esencial conocer las tendencias del momento.  

Quienes acceden y mercadean con ello son los superdioses contemporáneos contra los que ahora Wozniak se rebela. «¿Por qué no obtienes ningún porcentaje del valor que das a los anunciantes? Sólo recibes publicidad», se queja y con razón, después de que hace unos años dijera que el ser humano debe ser más importante que la tecnología.

Si los medios de comunicación son el cauce oficial del poder, las redes sociales eran, hasta hace muy poco, una autopista sin apenas normas por la que circulaba información ilimitada. Sin control, o sea, sin cesura. 2016 fue el año que retrató al poder, incapaz de controlar todos los canales por los que se emiten los mensajes: Trump ganó a Hillary, el Brexit salió adelante y Santos perdió el referéndum sobre sus acuerdos de paz con las FARC en Colombia. Aquello fue un mazazo para quienes hasta la fecha dominaban el discurso oficial, pues ahora las redes sociales eliminan la figura del intermediario -periodista- que cocina la información que llega al espectador, lector u oyente, de tal manera que ahora emisor y receptor quedan al mismo nivel de interlocución. 

De esta manera, Zuckerberg fue responsabilizado de la victoria de Trump o la salida del Reino Unido de la UE al permitir la difusión de mensajes supuestamente falsos en su red social. El revuelo fue enorme hasta el punto que el Senado de los EEUU solicitó la comparecencia del fundador de Facebook. Zuckerberg puso cara de no haber roto en plato y prometió, por si acaso, que la próxima vez sería buen chico.

Desde 2016 (oh, sorpresa) la censura se ha recrudecido. En Facebook y en el resto de grandes tecnológicas. Twitter, la red social más politizada, es quizá donde se han cometido los mayores atentados contra la libertad de expresión, llegando a dejar sin voz al mismísimo presidente de EEUU en varias ocasiones.

Este cambio de paradigma también lo apreciamos estos últimos días. Acaban de salir a la luz archivos que demuestran que asesores de Joe Biden se reunieron con ejecutivos de Twitter para borrar tuits contrarios a la campaña del presidente demócrata y cancelar las cuentas proTrump durante la carrera por las presidenciales de 2020. Estos mismos empleados también borraron las cuentas que informaban del escándalo de las fotos de Hunter Biden con niñas desnudas, prostitutas y drogas. La responsable de censurarlas sería Vijaya Gadde, exjefa de asuntos legales de la compañía, supuestamente sin el conocimiento del anterior CEO, Jack Dorsey.

En definitiva, la batalla por dominar el mensaje en las redes, la venta y uso de los datos de los usuarios y el sometimiento de los clérigos contemporáneos que representan los treintañeros al frente de las Big tech a la narrativa oficial, demuestran que la tecnología es la herramienta con la que el poder aspira a saberlo todo de nosotros para seguir imponiendo su dominio total. El fin del dinero en metálico, el siguiente episodio.

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