El proceso de cambio del Viejo Continente alcanza a todos los países de nuestro entorno. España como siempre, la excepción.
La RAE define populismo como la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Una definición neutra que apenas se acerca al concepto que las élites globalistas han tratado de imponer en los últimos dos años. No obstante, en 2016, Barack Obama nos aclaró la visión actual del término: “Alguien que etiqueta nosotros contra ellos o usa retórica sobre cómo vamos a cuidarnos nosotros respecto a ellos”.
Hablando en plata: «0 con nosotros, o contra nosotros». La socialdemocracia mundial, con especial repercusión en Europa, ha convertido la rutina política en una suerte de rueda de reconocimiento, donde aquellos que no comulgan con el discurso impuesto son señalados. Ocurrió en Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Austria o Holanda. Ahora, los históricos resultados de Matteo Salvini en Italia han provocado una reacción similar por parte de los poderosos.
«Hay que analizar el repunte de los populismos en Europa», aseguró el exsecretario general de la OTAN Javier Solana, en un reproche dirigido a los dirigentes de la Unión Europea. La victoria de Emmanuel Macron en Francia lo situó como cabeza visible del proyecto comunitario frente a una Angela Merkel en horas bajas. La canciller ha logrado finalmente cerrar un pacto de gobierno con los socialdemócratas, pero todos los sondeos colocan ya a Alternativa por Alemania en segunda posición.
La Unión Europea vive momentos de zozobra y sus principales líderes todavía no se han dado cuenta. Gran parte de los ciudadanos, así lo muestran las urnas, reclaman una menor centralización y la vuelta de las competencias en materias clave a cada Estado. Macron y Merkel, sin obstante, continúan dando pasos en la dirección contraria: ejército comunitario (a pesar de la oposición de la OTAN) y la concreción de la unión fiscal son algunas de sus medidas estrella para los siguientes años.
Mientras tanto, los «populistas» continúan creciendo y tomando posiciones para la siguiente ronda de elecciones. Basta un ejemplo para entender cómo funciona la maquinaria mediática globalista. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, fue tachado de xenófobo y racista por asegurar que los terroristas estaban utilizando el flujo de refugiados para acceder a Europa sin control. Hoy, dos años y cientos de muertos en atentados yihadistas después, todos los dirigentes europeos sin excepción admiten que proclamar el Welcome Refugees y ordenar la apertura de las fronteras europeas fue un error garrafal.
Los populistas británicos
El punto de partida fue la votación por la salida/permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Nadie, ni siquiera los euroescépticos más optimistas, pensaba en la posibilidad de una victoria del ‘sí’. Los británicos decidieron cambiar el rumbo del país con un histórico golpe de timón que dejó helados a los dirigentes europeos.
La reacción de las élites no se hizo esperar: había que repetir el referéndum porque los partidarios del ‘sí’ habían sido en su mayoría personas adultas. Un extraordinario ejercicio de democracia, nótese la ironía, de aquellos que dicen defender la voluntad popular. Siempre que ésta les favorezca, claro.
Con la consumación del Brexit, los políticos tomaron los «populismos» como el enemigo a batir en la Europa comunitaria por ser «los enemigos de la paz y aquellos que atentaban contra los pilares de la concepción de Europa».
Colombia, segundo asalto
Tras la derrota en Reino Unido, el progresismo mediático puso su foco de atención en Colombia. El presidente Juan Manuel Santos negociaba un «acuerdo de paz» con las FARC. Una suerte de rendición ante la narcoguerrilla que estaba muy lejos de traer estabilidad al país, pues estaba previsto que diez millones de hectáreas entraran a formar parte de una “economía campesina, familiar y comunitaria” que dominarían económica, social y políticamente las FARC. El modelo agrario en estos terrenos fue tomado, nada más y nada menos, de Venezuela. Y claro, los colombianos dijeron que no.
La victoria de los que no aceptaban rendirse ante los terroristas no sentó nada bien a los dirigentes mundiales. La prensa globalista inició una campaña sin precedentes (hasta ese momento, claro) contra el pueblo de Colombia: aunque parezca mentira, leyendo la prensa del día siguiente costaba creerlo, los colombianos que acudieron a las urnas no llevaban 52 años asesinado a inocentes. No habían sido ellos los que se habían hecho millonarios gracias al narcotráfico, el crimen organizado o la extorsión. No habían sido ellos los que habían secuestrado a miles de personas para exigir grandes cantidades de dinero por su rescate. No habían sido ellos los que habían atemorizado a generaciones enteras de ciudadanos.
«Las tesis populistas triunfan y perpetúan la guerra», escribía un conocido columnista de este país. Un error de bulto pues Colombia no vivía guerra alguna porque una parte del país nunca había luchado contra nada, sólo quería vivir en paz. Una paz que debía ser justa, con los asesinos en las cárceles y las reparaciones necesarias para las víctimas. Una paz a la que el acuerdo firmado por Santos ponía un precio demasiado elevado.
Hofer asusta a Alemania
Ernest Hofer se convirtió en 2016 en el primer rostro de la derecha alternativa con opciones reales de victoria. El FPÖ y sus políticas contrarias a la Unión Europea convencieron a los austriacos y el candidato logró vencer en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Las líneas maestras de su programa -reducir la inmigración, controlar el islam y renovar la UE- chocaban con los anhelos europeos. En la segunda vuelta, Hofer perdió frente al candidato verde Alexander Van der Bellen. Sin embargo, el Tribunal Constitucional de Austria anuló por fraude el resultado de esta última vuelta. Un pucherazo electoral justo en el momento que la derecha alternativa austriaca lograba mejores resultados en las encuestas. Finalmente, tras meses de incertidumbre y campaña en su contra, el líder del FPÖ era derrotado.
Un terremoto mundial llamado Donald
El 8 de noviembre de 2016, el mundo (globalista) observó con horror la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Las cuentas no salieron en toda la noche a los analistas de cabecera que, estado a estado, vieron como el republicano vencía a Hillary Clinton, la candidata del establishment y primera mujer en aspirar a la Casa Blanca.
Trump había derrotado a todos y era nuevo presidente de los Estados Unidos para estrépito de la prensa de todo el mundo. El republicano copó las portadas y la palabra tragedia se quedaba corta. Históricos de la prensa norteamericana perdieron toda su credibilidad al cargar contra el magnate cuando aún no era presidente.
Celebramos decirles que, tras más de un año de Trump en el poder, el mundo no se ha terminado. Hoy, la desnuclearización de Corea del Norte está más cerca, las relaciones con Rusia son más estables y las cifras de deportación de ilegales -un tema que apasionaba a nuestros políticos- no se acercan ni por asomo a los niveles establecidos por Barack Obama, auténtico récordman en este ámbito.
Wilders, el ‘demonio’ holandés
“¿Por qué no es posible construir una iglesia en Arabia Saudí cuando en Holanda tenemos más de 500 mezquitas? ¿Por qué no es posible comprar o vender una Biblia en ningún país musulmán pero en cambio aquí podemos encontrar el Corán en cada esquina? Estos ejemplos demuestran que las sociedades islámicas se basan en la intolerancia”. Estas declaraciones le costaron a Geert Wilders las críticas unánimes de los dirigentes europeos.
El líder del Partido por la Libertad logró unos importantes resultados en las elecciones legislativas, donde rozó la victoria al alcanzar los 20 escaños. Wilders dominó las encuestas casi hasta el final, pero la presión mediática en favor del primer ministro saliente y candidato liberal, Mark Rutte, cambió los acontecimientos.
Una segunda plaza que le supo a poco, pues sus expectativas eran diferentes. No obstante, la influencia de sus políticas ha quedado reflejada en las primeras decisiones de Rutte, destinadas a frenar la influencia saudí sobre el país y controlar las células islamistas radicales.
El caso Macron
La campaña de Marine Le Pen y el Frente Nacional fue un éxito. No lo digo yo, sino los millones de franceses que llevaron a la formación a la segunda vuelta dejando en la estacada a conservadores y socialistas. El establishment, que veía con nerviosismo las declaraciones de la líder francesa, buscó una nueva figura política y la encontró en Emmanuel Macron, el niño de la banca Rothschild que había sido ministro de Economía con François Hollande.
La maquinaria mediática se puso en marcha y el conveniente apoyo de los líderes conservadores y socialistas hizo el resto. Macron llegó al Elíseo envuelto en la bandera francesa bajo los acordes de la Marsellesa con un programa político blando en cuanto a la seguridad interior y exterior. El plan, claro está, le duró poco. La realidad francesa se hizo evidente y el favorito del globalismo asumió gran parte del programa del Frente Nacional.
No obstante, no es lo mismo reforzar el sistema de seguridad siendo Macron que Le Pen. Las alabanzas al actual presidente se hubieran traducido en críticas a la política francesa a pesar de que los principios de ambas reformas eran los mismos (figuraban en el programa del Frente Nacional).
La alternativa a Merkel
Tras meses de negociaciones, Merkel ha logrado cerrar el acuerdo de investidura con los socialdemócratas. El llamado pacto del Establishment le ha salido caro al SPD, pues se ha quedado sin líder tras la dimisión de Martin Schulz y las encuestas los colocan ya como cuarta fuerza. En las elecciones de finales de septiembre, Alternativa por Alemania consiguió un resultado sin precedentes logrando un 12,6% de los votos (94 escaños).
Unas cifras que respaldan a una formación que apareció hace apenas cinco años. El camino no ha sido fácil desde que se creó en 2013 como una agrupación de periodistas, expertos y economistas dispuestos a poner en tela de juicio la política económica de la Unión Europea y opuestos a la moneda única. Consiguieron reivindicar su papel tras la crisis de refugiados al cuestionar la política de puertas abiertas impuesta por la canciller Angela Merkel. -principal promotora del conocido ‘Refugees Welcome’-, y del sistema de cuotas impuesto por Bruselas a todos los Estados miembro hasta finales de 2017.
Su programa político se basa en una oposición frontal al islam y a las políticas comunitarias: «El islam no es conciliable con el Estado de Derecho porque esta religión no aprueba la separación Iglesia-Estado. Es un error no diferenciar entre islam e islamismo», aseguró Alexander Gauland, una de las figuras más visibles de la formación.
El laberinto italiano
«La Unión Europea no debe tener miedo a Italia, pero habrá un cambio de reglas». Matteo Salvini ha sido el gran vencedor de las elecciones que se celebraron en Italia el pasado domingo. El líder de Liga Norte logró unos resultados histórica que le colocan en posición de poder gobernar y Salvini no ha tenido reparos en señalar el nuevo rumbo que debe seguir el país:»Nosotros acudiremos a Europa para cambiar las reglas que han empobrecido a los italianos».
Salvini dirige la LN desde 2013, cuando tomó su control con unos resultados en sus mínimos históricos (4 %) y en las elecciones del domingo cuadruplicó los datos, al lograr un 17,37 % de los votos en la Cámara de los Diputados y un 17,63 % en el Senado.
De este modo, la Liga se ha convertido en el principal partido de derechas del país, superando a Forza Italia, de Silvio Berlusconi, con la que comparte una coalición que ha sido la fuerza más votada de los comicios, al conseguir el 37,49 % en el Senado y el 37 % en la Cámara.
Sin embargo, las elecciones han llevado a un escenario de difícil gobernabilidad, pues ninguno de los polos tiene escaños suficientes para gobernar, ni siquiera el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), el partido más votado en solitario, por lo que serán esenciales los acuerdos.
Salvini ha abierto la puerta a posibles pactos sólo en base al programa de la coalición de derechas, que participará de manera conjunta en la ronda de consultas que el jefe del Estado italiano, Sergio Mattarella, convocará a partir del 23 de marzo para buscar la formación de un Ejecutivo.
«Hay un Parlamento, un candidato a primer ministro, yo, y hay un programa que sacará a Italia fuera de las arenas movedizas. Quien apoye este programa lo aceptamos. Pero no haremos acuerdos partidistas», ha adelantado.
Además, ha celebrado la unión de las derechas: «Estoy contento de lo compacta que se muestra la coalición de centroderecha, iremos juntos al Quirinale (sede de la presidencia). Somos la primera coalición y la esperanza de los italianos».