«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

120 días envenenados

21 de abril de 2016

Desde la noche del recuento de las papeletas depositadas el 20 de diciembre, siempre mantuve una postura basada en el acuerdo entre toda la izquierda y los separatistas para aupar a Pedro Sánchez a La Moncloa. Más por las ganas de éste, cuyo futuro político se va desvaneciendo, que por el odio secular de todos a la derecha –o lo que queda de ella-. Cuatro meses han bastado para constatar que, por enésima vez, lo prometido en campaña dista mucho de lo que se materializa tras los resultados. Ese momento, el del postpartido, es aquel en el que los dirigentes eructan discursos de laboratorio considerando que, a fuerza de martillearlos en toda clase de tertulias, acabarán por ablandar nuestro cerebro.

La consecuencia fundamental de los resultados electorales, entresacada por los gurús de las formaciones, fue que los españoles habíamos decidido que se pusieran de acuerdo. Falso. Los españoles cuando vamos a votar, lo hacemos con la idea de que gane el partido al que votamos. Máxime cuando, aún, al ser humano se le desconocen dotes adivinatorias. Que después no se logren mayorías suficientes y haya que recurrir a toda clase de cambalaches es otra cosa. Los derroteros que han seguido los encuentros entre unos y otros, han dejado meridianamente claro que los políticos de ahora no se parecen en nada a aquellos a los que pretenden emular, en cuanto que diseñadores del futuro. Aquellos nacidos a los albores de una democracia corrupta en su origen y cuyo fruto es la situación que tenemos hoy. Habiendo dejado claro con su actitud y falta de aptitud que España les importa un bledo, éstos, los de ahora, no han sido capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera en repartirse el botín. Ese que sí supieron administrarse aquellos que ahora sientan cátedra y pretenden seguir orientando nuestro marco de convivencia merced al dudoso bagaje cosechado.

Las nuevas elecciones que parecen inevitables se plantean como la solución a todos los problemas. Teniendo en cuenta que los cabezas de lista serían los mismos que hace cuatro meses, algo que pongo en duda sobre todo en el PP salvo que busque su desaparición, el resultado sería prácticamente el mismo y el escenario posterior muy parecido al actual. Ello llevaría de forma inevitable a la manida y malsonante gran coalición o lo que es lo mismo, más de lo mismo. Porque lo ha hay que tener claro es que ni Ciudadanos obtendrá el gran respaldo que se le está otorgando en las últimas encuestas, “gracias” a su particular forma de entender la política en un constante donde dije digo digo Diego, ni Podemos se desplomará de la forma en que se vaticina, cuyos votantes van viendo correspondido su deseo de vuelta al guerracivilismo.

El próximo junio tendremos que elegir entre un elenco formidable. El cazador cazado: ese partido adalid de la pulcritud en los noventa incapaz de mirarse al espejo; el partido sin identidad  que pregona una cosa y la contraria dependiendo de la geografía; la antipolítica revestida de falsa justicia que se granjea curiosos e incomprensibles compañeros de viaje y el lobo con piel de cordero, capaz de decir auténticas barbaridades camufladas con el perverso envoltorio del quedo susurro. Por no hablar de las inquebrantables raíces retrógradas del comunismo más trasnochado o el separatismo vividor y pedigüeño.

Ante este escenario nos piden sin inmutarse que acudamos a participar de la “fiesta de la democracia” para legitimar un sistema creado a su imagen y semejanza a espaldas, precisamente, de quienes les refrendamos cada cuatro años. La actitud responsable ante la nueva convocatoria ha de ser la de castigar a quienes juegan de forma consciente con nuestro voto.

 En estas circunstancias, el noble acto de elegir es reinventado de forma irresponsable, aunque escasamente novedosa, por sujetos que plantean la política como una partida de mus en la que se envida y se farolea con las esperanzas de las personas, actuando a la manera de chicos malcriados ignorantes de las consecuencias de sus actos. De cara a la nueva cita no debemos tener en cuenta la astuta campaña que se nos avecina. Como objeto de valoración debemos adoptar estos 120 días que han dado para conocer, si es que no los conocíamos ya, los comportamientos de quiénes pretenden representarnos. Sus actitudes en estos cuatro meses son las que muestran su verdadero yo y en base a ello debemos valorarlos. 

 

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