«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.
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¿A favor de Stalin?

14 de mayo de 2025

Hoy he venido a provocar. Ya ven el titular. Me explicaré. El pasado jueves —al día siguiente de la elección del nuevo Papa— había un semáforo rojo en La Vanguardia al primer ministro eslovaco, Robert Fico.

El diario del conde de Godó justificaba la decisión —en Bratislava ya tiemblan— porque «es el único dirigente de la Unión Europea que asistirá desde la tribuna de autoridades al desfile de la Victoria que se celebrará Moscú”. En páginas interiores ampliaban la información.

Hay que decir, en todo caso, que los Aliados no hubieran nunca derrotado al nazismo sin la contribución de la URSS. Al fin y al cabo murieron unos 25 millones de soviéticos. Unos diez millones, militares. El resto, civiles. Muy por encima de los 400.000 norteamericanos, los 450.000 británicos y los casi 600.000 franceses. Grosso modo. Es imposible saberlo con exactitud.

Ni que decir, sin embargo, que muchos de los fallecidos fueron víctimas del propio dictador soviético. Las purgas de finales de los 30, justo antes del estallido del conflicto debilitaron al Ejército Rojo. Entre otros se llevó al mariscal Mijaíl Tujachevski, además de altos mandos, oficiales y suboficiales. No quedó títere con cabeza.

Tampoco vamos a valorar aquí sus capacidades —o incapacidades— como líder militar. Ni el hecho de que tardó diez días en dar la cara tras la invasión nazi de aquel 22 de junio de 1941. Incluso desoyó las advertencias previas de uno de sus más famosos espías, Richard Sorge. Aunque, cuando reapareció, les dijo a sus conciudadanos la verdad: estamos jodidos, pero vamos a ganar. En esto último acertó.

Sin olvidar, por otra parte, la famosa orden 227 «¡Ni un paso atrás!». Al que se retiraba sin permiso lo fusilaban allí mismo o directamente los ametrallaban sobre el terreno. Secciones de la temida NKVD velaron por el cumplimiento de la orden.

No en vano, Stalin tiene un montón de purgas: la de los años 20, en la que se carga a históricos como Trotsky, Zinóviev, Kámenev y Bujarin. La Gran Purga de 1936-1938, que se calcula entre 600.000 y un millón de muertos.

O los pueblos deportados en masa tras la guerra por connivencia con el nazismo como los tártaros o los chechenos, Las purgas de Leningrado de finales de los 40. Y finalmente el «complot de los médicos» (1953) que, a la postre le costó la vida, porque cuando le dio el ataque casi puede decirse que no quedaba un médico competente.

Por último, los que periódicamente enviaba al Gulag. Se calcula que unos diez millones de muertos. Los soviéticos no practicaban el asesinato en masa —la muerte en cadena como los nazis— pero el resultado final casi era el mismo: los dejaban morir de frío o de hambre.

Hitler ha pasado a la historia como el malvado universal —y con razón: desencadenó la II Guerra Mundial— pero en el cómputo total Stalin no le va a la zaga. Quizá, en cuanto a número de víctimas, lo supera. A los que habría que añadir luego —en nombre del marxismo— la de otros ilustres representantes como Mao o los jémeres rojos de Camboya, estos últimos causantes de la muerte de «apenas» dos millones.

Se calcula que los americanos, el Día D, sufrieron entre 3.000 y 10.000 bajas. Sobre todo en la playa de Omaha, que sí que fue una carnicería. Pero nada que ver con el sacrificio de los soviéticos. Por eso no me extraña que un representante europeo asistiera a la conmemoración en Moscú. Y eso que su país, Eslovaquia, se alineó en su día con el III Reich.

Sospecho que el malestar de Bruselas —y de La Vanguardia— no es por esto: es simplemente porque Robert Fico no es de su cuerda. Deberían preguntarse por qué hay cada vez más como él en la UE. E incluso en el mundo. Visto quién ganó las últimas presidenciales en Estados Unidos. El mundo está cambiando. Y la izquierda todavía no sabe por qué.

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