El 13 de marzo se cumplieron tres años desde que Sánchez declaró el estado de alarma y un confinamiento que el Constitucional ha declarado del todo ilegal. Nos encerró en nuestras casas, cerró el Congreso de los Diputados, se escudó en comisiones de científicos inexistentes y corrió como pollo sin cabeza hasta declinar la gestión de la pandemia en las autonomías, lo que supuso en Madrid una suerte y en Cataluña una desgracia. Se hicieron contratos millonarios para adquirir mascarillas y material sanitario de urgencia que se pagaron muchísimo más caros de lo que valían, a día de hoy todavía existe una total opacidad acerca de muchos contratos fantasma de los que no se sabe apenas nada, a un general de la Guardia Civil se le escapó en una rueda de prensa que estaban para controlar las críticas al Gobierno, nada se previó, nada se organizó, todo se redujo a la puerilidad criminal de un Gobierno que sólo sabe hacer pantomimas bien se trate de la pandemia, bien de la economía, bien del feminismo. Da igual. Su incapacidad para gobernar con unos mínimos de decencia y eficacia es manifiesta.
De aquel encierro, que a Sánchez le vino muy bien, no lo perdamos de vista, porque él y los suyos iban y venían «por motivos de trabajo» a Baleares, Canarias, y según hemos sabido recientemente por el caso Tito Berni incluso a juergas de coca y señoritas de la noche, padecemos severas secuelas sociales. La gente no hemos vuelto a ser los mismos. Existe un recelo, una falta de convicción, un estupor que mantiene encerrados mentalmente a muchos españoles en esa cárcel del pensamiento mainstream que se basa más en lo que dice la tele que en la reflexión sobre lo que observamos a diario. Es como si durante aquellos interminables días en los que la televisión pública se dedicó a programar discursos de Sánchez inacabables y comedietas hechas ad hoc por los palanganeros del régimen nos hubieran extirpado la capacidad crítica. Con aplaudir cada noche cual focas ya cumplimos con nuestro deber patrio y no se hable más.
Pero el panorama económico es aterrador porque España es el único país de la UE que todavía no ha recuperado los índices económicos prepandemia, porque tenemos un paro estructural abrumador, porque la deuda pública es tan enorme que sin una quita no va a haber manera de pagarla, porque incluso los organismos europeos investigan a dónde y a quién han ido a parar los fondos de recuperación, porque Sánchez sólo se ha dedicado al postureo, a enfrentar a españoles contra españoles, a desgajar trozo a trozo la soberanía nacional y a asaltar los órganos judiciales para llevar acabo su proyecto de disolución del sistema democrático nacido en la transición. Porque lo que le gusta es ser Largo Caballero, un dictador que no quería la democracia sino la revolución marxista. Así que, de una forma u otra, que estemos confinados a expensas de él es lo que más le gusta a Sánchez. Lo ha demostrado suficientemente estos tres años.