Los últimos datos del paro son un éxito moderado para el Gobierno socialcomunista. Logran destruir 100.200 empleos y tal vez no es tanto como esperaban teniendo en cuenta el empeño que ponen. Quizá por eso se han apresurado a asestar nuevas puñaladas a los trabajadores y empresas, especialmente a la hostelería, a la que los socialistas odian con ensimismamiento freudiano. La excusa es la comida saludable, que imagino que se refiere a darle los buenos días a una tortilla de patatas, y el resultado es que buscan erradicar el consumo de vino, iniciativa que ha sido acogida con cariño por los españoles, que ayer era perfectamente audible el grito de agradecimiento en todos los bares de España: “¡váyanse ustedes a la mierda!”.
Pero el intento de boicotear al sector hostelero, aún no recuperado de la ruina que les impuso el Gobierno en la pandemia, irá más lejos. Leo en Libremercado que la locura comunista del Ticketbai impuesto a los comercios y bares del País Vasco por el Gobierno regional parece solo un experimento para un plan que el Ministerio de Hacienda desea extender a toda España, donde si el intervencionismo del Gobierno echara a volar amanecería nublado cada día.
La inmensa mayoría de las decisiones estúpidas del Gobierno socialcomunista se solucionaría poniendo durante quince días al dueño del bar Manolo al frente del Ministerio de Hacienda
Ticketbai, en proceso de implantación, es un sistema que obliga a los comercios y bares a enviar en tiempo real los tickets de compra que emitan a sus clientes: ya sea la compra de un reloj de oro o una caña. El objetivo es disuadir el fraude fiscal, que a saber los millones que se le escapan a las malditas Haciendas cada vez que un hostelero se escaquea de contabilizar un café con leche. Ahora entre café y café tendrá que dedicar cerca de cuatro minutos a contabilizarlo y enviarlo al sistema central, en caso de que el dueño sea capaz de manejar el artilugio y lidiar con su tecnología, y de que el cliente tenga paciencia para esperar el tedioso proceso.
Como las multas ascienden a 20.000 euros –eso es, chicos, que no falte de nada-, hay ya un montón de comerciantes mayores que, incapaces de adaptarse al mundo digital, y por temor a ser sancionados, están optando por prejubilarse y cerrar comercios que en ocasiones han dado servicio a la ciudad durante más de cincuenta, setenta o cien años. La asfixia a la que el conglomerado social-comunista-nacionalista está sometiendo a los empresarios y trabajadores españoles solo puede explicarse desde una incompetencia criminal, o desde un deseo sincero de hundir el país para repartirse los restos al más puro estilo venezolano. Mi teoría es que odian tanto como envidian a todas aquellas personas que son capaces de ganarse la vida por sus propios medios, con talento y esfuerzo, sin trincar de presupuestos oficiales.
Que Hacienda, que María Jesús Montero, la ministra que habla a estornudos, quiera controlar en tiempo real hasta el consumo de una cerveza en la vieja tasca de un pueblo perdido de La Macha es el enésimo disparate de políticos que están cada vez más lejos del mundo real del trabajador. Una vez más, la sola pretensión de imponer esta locura y en plena crisis, solo demuestra el daño que nos hacen los gobernantes que no han trabajado en nada en su vida, salvo en imponer condiciones sobre cómo deben realizar su trabajo los demás.
Ya está bien de que los vagos del coche oficial le expliquen al veterano dueño del bar Manolo si puede incluir cerveza o vino en el menú del día
El problema de España no es el fraude fiscal, ministra. El problema de España es que ustedes han conseguido que abrir una empresa sea calvario, que hacerse autónomo sea una locura, que tener trabajadores a tu cargo sea un suicidio a plazos, que ganar dinero y generar prosperidad sea imposible, y que invertir un solo euro en cualquier proyecto empresarial español tan solo garantice el hostigamiento, la persecución, la siembra de sospechas, y el desplume, por parte del Gobierno.
Que ya está bien de que los vagos del coche oficial le expliquen al veterano dueño del bar Manolo –sesenta años abriendo a las ocho de la mañana y cerrando a las dos de la madrugada- si puede incluir cerveza o vino en el menú del día, si pueden vender botellitas de agua de plástico o no, si puede tener clientes en la barra o no, si puede utilizar pajitas o no, si puede abrir hasta las doce o no, si puede poner una terraza o no, si puede cobrar una caña sin emitir un ticket y dar parte a Montero en tiempo real o no, si puede rotular en español, en vasco o en chino o no, si puede acordar su contrato con un camarero o no, si puede permitir fumar en las mesas exteriores o no, si debe proporcionar agua del grifo gratuita a quien sea o no, si puede, en definitiva, tomar libremente las decisiones que crea convenientes sobre su propios negocio o no.
La inmensa mayoría de las decisiones estúpidas del Gobierno socialcomunista se solucionaría poniendo durante quince días al dueño del bar Manolo al frente del Ministerio de Hacienda, y a María Jesús Montero sirviendo sus cafés desde las ocho y emitiendo tickets de venta como si no hubiera mañana.