Los aspavientos de consternado terror de Rita Maestre y Eduardo Fernández Rubiño (en adelante Rubiño, que no es mote, es apellido) recordaban al fútbol. De hecho, un concejal de la bancada siniestra hizo el gesto del VAR: pidió vídeo dibujando el rectángulo con las dos manos.
Había que estudiar lo sucedido. De verdad que fue futbolístico: estudiar cómo Ortega Smith lanzó a la vez una botella de agua y una cocacola a la cara de Rubiño. Recordaba a la botella racimo que fulminó a todo el Barcelona de una vez, cayendo uno tras otro como Desdémonas (Ruiz Quintano copyright) aunque también al episodio de Seinfeld en el que Kramer y Newman, dos indignados, dos víctimas como Rita y Rubiño, cuentan el «escupitajo mágico» que les lanzaron con trayectoria digna de JFK. Ortega Smith (en adelante Ortega) consiguió con su papelazo, su papelazo mágico, lanzar proyectiles magnicidas y agredir a Rubiño sin tocar a Rubiño, pues técnicamente el tocado fue él por el empujón democrático y antifascista que le propinó Maestre. Tenía algo de proeza lo de Ortega: agredir blandiendo unos papeles es como penetrar en flacidez, logro que confesó una vez Dragó (q.e.p.d.).
Tras el ataque-con-papel, se sucedieron las condenas mediáticas y políticas, con gran aparato de consternación (¡No es eso! ¡No es eso!) de los sedicentes liberales, peperos australes o peperos boreales, que jamás perderían la compostura. Rubiño, hijo-de, es decir, hijo de Fernández Liria, filósofo y faro inicial de Podemos, se fue a la UCI de la SER y allí añadió que eso se lo había hecho Ortega homofóbicamente por ser él gay.
Ya estaban todos los ingredientes. Un tórax de ultraderecha contra el fino desvalimiento del activista gay. Pero en realidad, la sesión había sido caldeada antes, y por otra persona, ni Ortega ni Rubiño. Fue la concejal del PSOE la que, con su intervención, enardeció los ánimos. Tras la moción voxista de condena del pacto navarro del PSOE con Bildu, contó ella que su familia, original de Navarra, había sido amenazada por ETA, y que como víctima de ETA tenía, pues, autoridad y conocimiento para defender el pacto. Al replicar, Ortega Smith decidió dar por cierto lo narrado, pero se preguntó qué estaría pensando entonces su familia, algo que debió indignar mucho al inflamable Rubiño, que al paso de Ortega de vuelta a su escaño le comunicó sentir asco (probablemente assssco) por la intervención, palabras que originaron, como si le hubieran mentado a la hermana, que Ortega se volviera airado hacia él y agitara los papeles como guantes de duelista.
La socialista que animó la sesión fue Adriana Moscoso y quizás fuera este y no el evitable gesto del papel el gran error de Ortega; no saber, no reparar o no querer profundizar en quién era la concejal, seguro que por no ser Ortega funcionario, porque de haberlo sido, ese apellido le hubiera sonado distinto, como rodeado de campanillas o de sirenas de alerta: Moscoso, mos-co-so… ¿Y si doña Adriana tuviera algo que ver con aquel ministro socialista que…?
Efectivamente, Adriana Carlota Moscoso del Prado Hernández es hija de Javier Moscoso, que fuera ministro de presidencia de Felipe González de 1982 a 1986, e inventor de los apreciadísimos días para asuntos propios, los moscosos, que se le dieron a los funcionarios a cambio de inflación; de 1986 a 1990, mucho antes que Dolores Delgado, fue Fiscal General del Estado, los años en que se investigó, hasta donde se investigó, el GAL. Tras eso, Moscoso entra en la SGAE como secretario general y jefe de los servicios jurídicos. Casualmente, allí es donde empieza a trabajar la hija Adriana, en la asesoría jurídica de la SGAE. Lo hizo tras acabar sus estudios: carrera, ampliación en Bruselas y máster en la universidad de Columbia, que con 25 años le costea la Fundación Autor (de la SGAE) por valor de más de 30.000 euros (ahora valorado en unos 60.000 euros). Tras el máster trabaja en ese sector y lo tuvo que hacer bien porque años después, el Instituto Autor (de la SGAE) le otorgó un premio. Si don Javier fue ministro del PSOE y Fiscal del PSOE, no iba a tener conflictos la hija para ser, después de años trabajando para la SGAE, Directora General de Industrias Culturales, órgano que dentro del ministerio de Cultura debía tutelar y controlar la entidad.
El servicio público lo llevan en la sangre y Adriana tiene un hermano, Juan, que también ha sido hombre del PSOE, diputado en Pamplona y doce años diputado en Madrid; también con estudios en el extranjero y senior fellow de lo que hay que ser seniorfellow, el EsadeGeo y el Instituto Aspen, el de Solana, de Solana del PSOE de toda la vida sirviendo al Progreso y al Estado.
Porque papá, el ministro Moscoso, ingresó en el Estado cuando lo estaban haciendo. Tras acabar su carrera y ampliar estudios en Estrasburgo, entró a finales de los 50 en la carrera fiscal, mayormente ejercida en Navarra, cuya diversidad defendió siempre por verla quizás con ojos de riojano. En la ‘democracia’ amaneció de la UCD y por la vía socialdemócrata llegó al PSOE donde cursó según lo referido. Tras acabar su vida de servicios al Estado, aun fue requerido por Rubalcaba en 2006 para formar parte del equipo negociador con ETA, con Eguiguren y compañía. Así que cuando Ortega Smith se preguntaba cómo de mal se sentirían los familiares escuchando a Adriana Moscoso defender lo de Bildu se equivocaba. Los familiares de doña Adriana se deben de sentir muy orgullosos porque, de hecho, papá negoció con la banda terrorista.
Dentro del Estado hay otro Estado que se llama PSOE formado por tribus y familias, y por supuesto, en defensa de su modus vivendi pactarán con quien haga falta. Ante esto estamos. De esto somos siervos. Esto es lo que hay que saber y contar y ante lo que hay que agitar los folios como perejiles de gitana para que se entere quien pueda. Y este es, en definitiva, el error de Ortega Smith en su intervención municipal. ¡Pedirle a la niña que condene a papá!