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Hay dos maneras de evitar que Irán desarrolle un arma nuclear. La primera y más insensata es arrasando a los persas con un ataque combinado y a gran escala de unas hipotéticas fuerzas aliadas que, ni que decir tiene, jamás obtendrían una resolución favorable de Naciones Unidas ni podrían estar seguros de haber alcanzado sus objetivos.
El segundo, a través de un acuerdo negociado que limite el enriquecimiento de uranio, frene el programa de plutonio y permita la máxima –y constante– supervisión internacional. De las dos alternativas, el sentido común dicta que negociar hasta morir es la mejor manera de salir de un embrollo que dura ya demasiado tiempo.
Es cierto que Irán no es un país confiable. El régimen de los ayatolás y su política de aislamiento de Occidente ha usado demasiadas trampas, ha mentido demasiadas veces y ha financiado demasiadas guerras. Por eso, la vigilancia del cumplimiento por parte iraní del acuerdo alcanzado ayer con los países nucleares del Grupo 5+1 debe ser máxima.
Sin embargo, dudar de Irán no es obstáculo suficiente como para que no celebremos el acuerdo como una oportunidad de oro que abre la posibilidad de acabar de manera pacífica con la amenaza más grave a la estabilidad en aquella zona, que es como decir a la estabilidad en el mundo.
En medio de la satisfacción por el cambio de línea del presidente iraní Rohani, la voz del primer ministro israelí Netanyahu se ha elevado, quejumbrosa, para asegurar que el acuerdo es un error histórico porque nada se puede negociar con los ayatolás, que sólo sirven a los dictados de la sharía y que son los responsables de haber patrocinado buena parte del terrorismo internacional. Israel y Arabia Saudí tienen motivos, más que nadie, a excepción quizá de Irak, para recelar de la sinceridad de los iraníes, pero también es cierto que no es posible alcanzar un mejor acuerdo sin pasar antes por una guerra indeseable.
El acuerdo es provisional, es limitado y, lo que es peor, es reversible; pero es un buen acuerdo. Teherán acepta no volver a enriquecer uranio por encima del 5 por ciento y, lo que es más peliagudo, acepta también inutilizar sus provisiones de uranio enriquecido al 20 por ciento. Israel no debería olvidar que cuando Irán no poseía uranio enriquecido al 20 por ciento, la Administración Bush se negó a negociar con los iraníes. Desde entonces, y hasta esta fecha, Irán ya tiene ese 20 por ciento.
A partir de ahora, lo único que cabe pedir a las potencias nucleares es que mantengan una supervisión permanente de las instalaciones nucleares iraníes. Una supervisión implacable y rigurosa que evite la tradicional tentación iraní de darnos gato por liebre.