Si la comparación no resulta ofensiva para los franceses, hay que decir que François Hollande es el Zapatero francés: un socialista impregnado de lo que el filósofo Gustavo Bueno llamó el “pensamiento Alicia”, fruto de una mentalidad adolescente y adanista que no vacila en atropellar los dictados de la razón y establece derechos humanos para los simios, llamar progenitor A y progenitor B a los miembros de una pareja homosexual a la que se concede un niño en adopción o imaginar una alianza de civilizaciones que ignora la realidad y carece de contenido; en suma, “un mundo al revés de nuestro mundo, como es propio del mundo de los espejos”, por decirlo con las propias palabras de Bueno.
Una de las perlas más refulgentes del “pensamiento Alicia” es la introducción en el Código Civil del mal llamado matrimonio entre personas del mismo sexo. En cuanto los socialistas franceses volvieron al poder, Hollande se puso a la estela de Zapatero e incluyó en su programa el matrimonio civil homosexual. Las reacciones de amplios sectores sociales fueron intensas y ruidosas: manifestaciones multitudinarias ocuparon París en varias ocasiones, pero todo fue inútil: la cerrazón del presidente acreditó ese mismo sectarismo sonriente propio de su colega español y del pensamiento Alicia. Pero Francia no es España, y allí ha habido miles de alcaldes de los más de 36.000 municipios franceses que se han negado a oficiar lo que llaman esas parodias de matrimonio. La batalla legal acaba de terminar en el país vecino con la decisión del Consejo Constitucional (equivalente de nuestro Tribunal Constitucional) de denegar la objeción de conciencia a los funcionarios que se nieguen a casar parejas homosexuales. Pero éste no es el final: el Consejo de Estado reexaminará el asunto, y ya se ha anunciado la voluntad de los disidentes de acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.
La entrevista que hoy publicamos con Michel Villedey, alcalde de Thorigné d’Anjou, muestra a un demócrata de sólidos principios, que no vacila en asumir la posibilidad de acabar multado y en la cárcel por su actitud opuesta a este disparate. La seriedad con que se expresa, la determinación con que defiende nuestra civilización y nuestra cultura de raíces cristianas, la comprensión que exhibe hacia los que no piensan como él, son todo un ejemplo para tantos de nuestros compatriotas que, podríamos decir que en masa, han decidido ingresar en el club de los que Villedey llama “políticos dispuestos a poner sus convicciones entre paréntesis con tal de resultar elegidos”, que, naturalmente, también se dan en Francia. Lástima que aquí apenas se dejen notar los que comparten la actitud de Villedey.