«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Alemania y Europa

14 de noviembre de 2014

Llevaban siglos los alemanes pretendiendo retornar a su historia de antes de Carlomagno, cuando en la libertad de sus bosques y sus selvas negras podían sentirse como valkirias y sigfridos protegidos por la fuerza de los nibelungos. Y al fin lo han conseguido.

Carlomagno y los francos no solamente les arrebataron la Alsacia y la Lorena, sino que además los obligaron a ser católicos y a obedecer a los Papas de Roma. El Sacro Imperio los anulaba en mitos y creencias wagnerianas , borradas por el nuevo Emperador. ¡Adiós druidas y dioses totémicos de los pueblos germanos!

Una afrenta así no podía ser ni bien recibida ni eternamente inmóvil. Durante siglos los pueblos germano-sajones se hicieron casi invisibles para no verse aniquilados por los ojos guardianes de la Europa Cristiana. Pero al fin despertaron del yugo religioso. El protestantismo de Lutero los liberó y centró la libre disposición de sus creencias como un nuevo código de libertad. Los Papas quedaron fuera de juego.

Pero quedaba aún la liberación política a la que se emplearon con codicia y voluntad en los siguientes siglos. Napoleón, casado en segundas nupcias con  una princesa austríaca, dio el paso para volver a someterlos bajo un nuevo código revolucionario. Y la respuesta fue Waterloo y el posterior tratado de Utrech, habilmente manejado por Metternich. España se quedó en península sin Gibraltar ni Menorca.

Una vez descubierto el camino, la voluntad de dominio sobre Europa estaba clara. Se trataba de derrotar a los franceses y desplazar el eje de Europa hasta Prusia, apoyándose en el apoyo de los países nórdicos, junto con Holanda y parte de Bélgica, aliados naturales del germanismo, que cubren toda la parte alta de Europa.

Esta vez fue Otto von Bismark quien la armó, con motivo de la sucesión al Reino de España antes de que Amadeo de Saboya dijese ni que sí ni que no. Un telegrama, sabiamente urdido, destapó el conflicto contra Napoleón lll, remedo triste del Primer Imperio, que hundió su
Segundo Imperio en las batallas de Metz y de Sedan. Paliza que desató en Paris las fuerzas de la Comuna. Pero Bismark cayó en desgracia con Federico ll y los franceses se declararon Republicanos para rehacer su derrotado ejército. El Segundo Reich no pudo resistir mucho tiempo a la nueva Europa Republicana.

La Primera Guerra Mundial fue el siguiente intento alemán de apoderarse de Europa. El Kaiser decidió atacar de nuevo, convencido de la superioridad militar de los prusianos. No contaba con que ese desafío uniría a los rusos con franceses e ingleses en una alianza poderosa.

Pero, sobre todo, no contaba con un enemigo al otro lado del Atlántico que entraría en combate para desalojar de Reims y de Verdum a los vendidos soldados de las trincheras alemanas, que tuvieron que replegarse tras años de sostener un frente mortal.

El siguiente paso lo dio un loco llamado Adolf Hitler, convencido de que él lograría un Tercer Reich de mil años al frente de todo el Occidente europeo. Su ministro de Exteriores, von Ribbentrop, logró un «salvaespaldas» al pactar con Stalin el pacto de no agresión entre nazis y comunistas: extraños compañeros de paz. La realidad fue muy otra, al estancarse el 6º  ejército aleman en Stalingrado helándose de frío. Por la parte del Atlántico volvieron los anglo-americanos a enseñarles a los alemanes el camino de su casa.

Tras tantas derrotas, uno se imaginaría un cansancio insalvable de los arios en sus esfuerzos de retrotraer la Historia al pasado, pero no.

Un señor muy listo llamado Konrad Adenauer se inventó una paz ficticia con los vencedores, incluido el general De Gaulle. Convenció a la su gente de que había que hacer un Mercado Común con sus vecinos franceses. De ahí se pasó después a una ampliación política que nos
uniese con ellos y Willy Brandt se interesó lo suficiente por el asunto como para que hasta los mismísimos socialistas de Felipe González dijeran que sí. Entramos, pobres, en una Europa rica. Alemania, triunfante en su industria y en su banca, fue comprando países aliados
y arruinando a países hostiles…la banca americana, hizo lo demás.

Ahí tenemos, desde entonces, a Ángela Merkel mandando en toda Europa desde un nuevo Reich que no ha recibido nombre ni número, pero que ha llevado otra vez al centro de Europa a la cúspide del moder alemán…a pesar de los años pasados desde Carlomagno.                 .

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