El oso es un animal simpático, pero carece de sentido del humor. Esa es la razón por la que varios estados americanos permiten que les dispares si tu vida está en juego, siempre y cuando no los hayas atraído previamente con comida o basura. De todos modos, en lugares como Alaska, no te recomiendo hacerlo, porque si te cargas a uno en el jardín de tu casa, la ley dice que el cadáver pertenece al Estado, así que te obligan a quitarle la piel al bicho y hacerte también con el cráneo y las garras, y enviárselo todo a las autoridades con un lacito, tan pronto como hayas terminado de vomitar.
En la Europa de la examante de los lobos Ursula von der Leyen las cosas se resuelven de otro modo. El programa Life de la UE destina 396 millones de euros a «proyectos verdes», concepto vago que no aclara si será para salvar el planeta o para rescatar los viejos chistes de Arévalo. En todo caso, los políticos europeos impulsores de este dispendio están muy preocupados por las relaciones bilaterales entre el oso y el hombre. Al fin han encontrado la solución. Se llama Life Humar Bear Coex y cuesta una pasta. En Grecia e Italia, el plan está en marcha en cuatro parques nacionales mediante un hachazo de más de dos millones de euros.
La idea del proyecto es «mejorar el estado de conservación del oso» y que su mortalidad —a manos humanas— no supere nunca el 4% de la población mínima estimada en el área. Sobre la mortalidad de los griegos —a manos del oso— no hay objetivo alguno previsto por la UE. Entre los propósitos más divertidos de la iniciativa se encuentra la promoción del «valor agregado» que «la presencia del oso» aporta al turismo local; sin duda, como depredador natural de alemanes borrachos el valor agregado es infinito.
Me he tomado la molestia de hacerme con una traducción de un folleto oficial del proyecto, uno que lleva por título Qué hacer si te encuentras con un oso. Consejos para hacer posible la convivencia. Supongo que el sello de la UE en su inferior justifica que se omita el único consejo verdaderamente importante: «Reza lo que sepas».
Por lo demás, insisten en que el oso «no debe sentirse amenazado», pero al tiempo, dos líneas después, recomiendan dar voces, cantar o silbar, para inmediatamente a continuación insistir en que lo más importante es alejarse lo más «sigilosa y lentamente» posible. Y no han añadido «o yo qué coño sé» al párrafo de milagro.
En cuanto al apartado Si el oso entra en tu casa, el primer consejo de emergencia es muy, pero muy astuto: «No dejes restos de comida fuera del contendor«. Lo normal. Entra un oso en tu casa y te pones a gritarle a tu pareja que por qué demonios ha dejado la basura fuera del contenedor, mientras Yogui te va desmembrando. Morir sí, pero ese cretino va a dormir en el sofá.
En cuanto a los conductores, señalan que, si te lo encuentras en la carretera, debes permanecer «dentro del coche», lo que parece descartar la opción de bajarte y hacerte un selfie con el oso. Y me llama la atención la manera en que la UE ha plagiado en esto a los manifestantes de Ferraz: «Reduzca drásticamente la velocidad y comience a tocar la bocina».
Por otra parte, aseguran que el oso no suele atacar a los humanos, y te aconsejan que mantengas la calma porque, cuando se ponen a dos patas, dice la guía, normalmente están de coña, no van a atacarte. Personalmente, no estoy seguro de que sea capaz de quedarme allí para comprobar si se trata de un chiste o el bicho tiene hambre. Años atrás, en un viejo libro de cazadores, encontré un consejo que entonces me parecía enloquecido, pero que hoy considero mucho más razonable que la guía europea para hacer buenas migas con el oso. Decía este libro que, ante la presencia de un jabalí en mitad del campo, lo mejor era ayudarse de ropas o el propio abrigo para abrir los brazos, estirarse mucho, simular ser una gran bestia, y aullar como un oso encabronado. Me pasó (lo del jabalí) y confieso que no tuve huevos para probarlo. En cambio, sí probé los cien metros lisos hasta mi coche y la huida cantando las cuatro ruedas. Mucho más eficaz y sin subvención europea alguna.
Definitivamente, uno de los grandes males de la conservación natural de nuestro tiempo es que está trufada de monsergas animalistas y progresistas totalmente enloquecidas. Empezando por la perversión del lenguaje. No es posible la «convivencia armónica» que pintan los autores del proyecto, como insinuando un pacto entre dos partes, en las que los ciudadanos somos los hombres y los políticos de Bruselas, naturalmente, son los osos. Después de todo, la única convivencia posible entre el bello oso y el simpar hombre es tener buena suerte cuando sales a dar un paseo por el campo. Visto así, que se destinen 396 millones de euros de dinero público a este y otros proyectos similares cuya eficacia se basa finalmente en el azar, con la que está cayendo, tal vez sea razón suficiente para soltar media docena de lindos ositos hambrientos en la Comisión Europea.