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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Amor vacui

27 de diciembre de 2021

Es bastante usual y de todos conocida (menos por los alumnos de los sucesivos planes de estudio de la vigente chusmocracia) la locución latina horror vacui. O sea: horror al vacío. Lo traduzco por si acaso. Perdonen que lo haga. Nunca se sabe quién te va a leer.

Menciono todo esto porque yo padezco la dolencia opuesta: tengo horror a lo lleno, a lo completo, a lo atiborrado, a lo ocupado, a lo compacto… No sé cómo se dice eso  en latín. Quizá no exista la locución antónima. Acabo de telefonear a Luis Alberto de Cuenca, excelso latinista y helenista para que me lo aclare, pero no responde. ¿Y si me inclinara por decir amor al vacío?

Sí, sí, eso me gusta… Amor vacui. ¿Qué tal queda? Pues dejémoslo así.

Sea como fuere, ya me sentía así de niño. Recuerdo cuando leí ‒tendría yo siete u ocho años‒ una versión infantil de la novela Robinson Crusoe. El hechizo fue inmediato. Caí fascinado. La absoluta soledad del protagonista, rota sólo por los gatos, que jamás molestan, me pareció envidiable. Deseé sentirme así, vivir así, y desde ese día, ya por la noche, antes de conciliar el sueño, con el cuerpo envuelto por las sábanas y la cabeza reclinada en el almohadón, empecé a fantasear con ser yo el único hombre vivo en un mundo habitado sólo por seres que no pertenecieran a la especie humana. 

Mi horror al vacío era de índole demográfica. No servía para mí la definición aristotélica del hombre como zoon politikon. La gente me distraía, y a mí nunca me ha gustado distraerme, sino concentrarme. Descubrí muy pronto la evidencia de que sólo se aburre quien no es capaz de estar a solas.

Dicen, aunque será mentira, que Yavé, al crear al hombre, lo conminó a crecer y a multiplicarse. Mal consejo, pero lo hemos seguido

Han pasado desde aquel día ‒el de la lectura de la novela de De Foe‒ casi ochenta años y hoy sigo fantaseando por las noches, cuando estoy en alfa y la lucidez de la vigilia se desvanece, con lo mismo con lo que entonces fantaseaba.

Y por eso, aunque también por otras cosas, ya apenas salgo a la calle. Imaginen cómo me siento cuando alguna gestión imprescindible o alguna compra inaplazable me obliga a ello. Todo está lleno, colmado, atiborrado, apretujado, apisonado… No queda un hueco. No lo hay en las terrazas de los bares ni dentro de ellos, no lo hay en los aviones ni en los trenes, no lo hay en las playas ni en las plazas, no lo hay en los museos ni en los teatros, no lo hay en los parques, no lo hay en los columpios, no lo hay en las barcas del Retiro, no lo hay en las discotecas (aunque para ir a esos antros infernales haya que tener estómago), no lo hay en la clínicas, ni en los hospitales, ni en los centros de atención, ni en las oficinas de Hacienda, ni en los tanatorios, ni en los crematorios, ni en los cementerios, ni en las cárceles, ni en las cartujas… 

Todo son colas, promiscuidad y hacinamiento. De niños jugábamos a más ropa que hay poca. Hoy juegan también los mayores. En el planeta no cabe un alma más. La entropía se frota los élitros. La metástasis demográfica es el origen común de todos los males que nos afligen. De todos. De ella procede el coronavirus. Dicen, aunque será mentira, que Yavé, al crear al hombre, lo conminó a crecer y a multiplicarse. Mal consejo, pero lo hemos seguido. Volver atrás sería terrorífico. No hacerlo también lo es. Arduo dilema.

Yo, en el ínterin, hago como Lope y apenas salgo a la calle. A mis soledades voy… ¡Bendito confinamiento!

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