«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Vicepresidente Primero Acción Política de VOX. Jefe de la Delegación de Vox en el Parlamento Europeo. Abogado del Estado
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Aquí y ahora

11 de agosto de 2024

Escribía Ernst Jünger en su Emboscadura que «la inviolabilidad del domicilio se basa en el padre de familia que aparece en la puerta de su casa acompañado de sus hijos y empuñando un hacha en la mano». Sabía el emboscado que las Constituciones ni crean ni fundan derechos. Y que vivimos unos tiempos en que quien quiera vivir su vida enteramente, ha de vivir su libertad con determinación.

Los derechos, en tanto que exigencias de la condición humana, sólo pueden ser «reconocidos» o «constatados» por el Derecho humano y en su consecuencia respetados por la autoridad constituida. Pero, aunque la Constitución no declarase la inviolabilidad del domicilio o el derecho a la vida, éstos seguirían siendo exigencias de una vida verdaderamente humana, y deberíamos defenderlos y ejercerlos, bajo pena de convertirnos en súbditos robotizados. Porque la inviolabilidad del domicilio es la inviolabilidad del alma humana, de su intimidad, de ese hogar donde se encienden las almas en sueños y aspiraciones de eternidad, de ese hogar donde se comparten, en familia, los recuerdos, las realidades y las esperanzas.

Hoy, sin embargo, las Constituciones, como la nuestra de 1978, compiten en declarar y crear derechos que luego políticos y jueces o desconocen o vacían de contenido. Los derechos humanos se han convertido en un arma arrojadiza entre partidos, grupos y minorías. Durante décadas el pensamiento individualista ha desnaturalizado los derechos de la persona. Si el Estado crea el derecho, el Estado lo puede destruir, modificar, restringir o limitar; o incluso puede condicionarte ideológicamente el efectivo ejercicio del derecho. Es una ilusión óptica creer que las normas elaboradas por parlamentos o gobiernos amplían el haz de posibilidades del ser humano.

Son derechos de la persona los que se imponen como exigencias de su condición de criatura. Y esos ni son creados ni pueden ser deconstruidos por el Estado, ya sea el legislativo, el ejecutivo o el judicial. La inviolabilidad del domicilio, la vida, la libertad de pensamiento y expresión, la libertad interior y profunda del hombre han de estar vedados al poder del gobierno o los caprichos de las minorías.

En España, el domicilio es violado; y protegido el delincuente y el okupa. El derecho a defender el domicilio, que es autodefensa, no puede ser sometido a condición ni límite, y por supuesto, no puede ser negado por el poder. Pronto en los Ayuntamientos, empleados del partido de turno tendrán las llaves de nuestra casa y la someterán a sorteo o concurso público entre delincuentes o desarraigados.

La gran masa ciudadana, huérfana de conocimiento y atiborrada de propaganda, cree que sus derechos fueron proclamados en la Constitución del 78, aceptando acríticamente que quienes se dicen defensores de la Constitución puedan descerrajar tiros de muerte a nuestros derechos. Pero es una gran mentira, pergeñada en aulas universitarias, difundida en conferencias, tertulias e incluso desde los escaños parlamentarios.

Toca combatirlo. Aquí y ahora. Mañana quizás sea ya demasiado tarde. La inviolabilidad del domicilio se basa en la familia que la defiende. La libertad y la justicia no se regalan en las Constituciones, las conquistaron nuestros padres y abuelos antes que esta clase política pretenda arrebatarlas.

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