En 2007, Carmen Cervera, baronesa Thyssen-Bornemisza recuperó unas caenas muy distintas a las que reclamaron, en la centuria anterior, los partidarios de Fernando VII, el Deseado. Con su performance, pues las cadenitas, que conservaban el brillo con el que salieron de la ferretería, no dejaron huella alguna en el cuerpo de la ex miss, Tita trataba de impedir la tala de algunos árboles que se alzaban en el Paseo del Prado y que suponían un estorbo para su reforma. Su incorporación a las acciones organizadas por la Plataforma S.O.S. Paseo del Prado, bajo el lema, «¡No a la tala!», daba al movimiento un toque aristocrático, al tiempo que la baronesa adquiría cierta aureola popular. Tres lustros después, una serie de colectivos vecinales y ecologistas se organizaron para paralizar otra tala, la prevista en el Parque de Arganzuela, integrado en Madrid Río. Los afectados por la corta eran más de dos centenares de árboles, cuya presencia suponía un obstáculo para las obras de ampliación de la línea 11 de Metro. En los medios a través de los que se canalizaron las quejas, se llegó a hablar de árboles «sentenciados de muerte». En ambos casos, las protestas se dirigían contra gobiernos «de derechas», insensibles, al parecer, a la belleza y a los dones de la Naturaleza. Una «derecha» acusada de negacionista, cuando al sustantivo se le antepone la partícula «ultra».
Cuando hace un par de años comenzaron las protestas en Madrid Río, el proceso de expansión de plantas fotovoltaicas, llamadas huertos solares en el caso de las de menor escala, ya ganaba terreno en toda España. Actualmente, los parques fotovoltaicos ocupan un 0,2% de la superficie agraria útil. En el caso de Andalucía, tierra, en concreto la jienense, de altivos olivareros, al decir de Miguel Hernández, su presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, decretó en noviembre la expropiación de 13.000 olivos para construir una serie de megaplantas solares. Hasta donde yo sé, ninguna plataforma ecologista ha movido un dedo para impedir la desaparición de estos ejemplares que configuran un paisaje productivo y que dan trabajo a numerosos obreros.
Tan sólo S.O.S. Rural ha protestado contra lo que es un ataque a una forma de vida. La plataforma se define como un «movimiento nacional que une a centenares de organizaciones de toda España y cuyo objetivo es poner en valor la actividad productiva y social del medio rural» y es precisamente esa condición nacional la que la distingue de las citadas, vinculadas a la izquierda indefinida, para la que no existen esas rayas que surcan la faz de la Madre Tierra, llamadas fronteras. Unas izquierdas que abominan de la energía nuclear, por más que esta, según Bruselas, haya adquirido desde hace unos años el color de sus famosas coles. Partidarias de las denominadas energías limpias, las organizaciones que sintonizan con las caenas de Tita no ven inconveniente, bien por dogmatismo bien porque exista algún rédito oculto, en que el olivo sea sustituido por la placa sociovoltaica, pero no consienten, en modo alguno, que se replantee la reactivación nuclear. Arboricidas altivos, su clamoroso silencio nada quiere saber de aquellos aceituneros cantados por el autor de las Nanas de la cebolla.