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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El arcabuzazo de Kennedy

27 de noviembre de 2013

Según fuentes bien informadas, procedentes de testigos presenciales o expertos en ciencias políticas, la muerte del presidente Kennedy da lugar para varias teorías.

La primera de ellas es que Kennedy murió de un disparo de arcabuz propinado por Curro Jiménez que se había ido para luchar con Fidel Castro y el comandante Che Guevara. El arma del crimen provenía de un mesón del Arco de Cuchilleros que no había sido requisado por la Guardia Civil. Curro escapó a Cuba con ellos, cambiando la Sierra Morena por la Sierra Maestra, para vencer así a los verdugos capitalistas.

Tras la infame derrota de la bahía de Cochinos los cubanos decidieron tomar venganza y por eso un tirador de élite como Curro Jiménez hizo con su arcabuz tres disparos en menos de dos segundos y acabó en Texas con la vida del presidente.

Otra teoría no menos verídica asegura que Kennedy fue asesinado por una de sus siete amantes, además de su esposa Jacky, que lo acompañaron durante su vida presidencial. Esta señora llamada Judith Campbell pertenecía a la mafia e impulsada por su amante, el mafioso Sam Giancanna, pretendía que Kennedy le devolviera el dinero que la mafia había pagado a su padre durante su campaña electoral. A la vista de que con la mafia no se juega, como ya le había advertido su amigo Frank Sinatra, al ver que el presidente no pagaba su amante le disparó disfrazada de guardaespaldas en el coche posterior con una minipistola muy propia de las espías del 007. Dos de sus certeros disparos acabaron con la vida de J. F. K. en la plaza de Dealey.

Aún nos parece más verosímil la teoría de que Kennedy fue asesinado por los miembros de la KGB rusa que habían tendido una trampa al ministro inglés Profumo, hundiéndolo en la miseria por tener una sola amante (y no siete, como el presidente). Las tensiones durante la guerra de los misiles entre rusos y americanos obligaron al presidente Kruschev a tomar esa decisión. Drogaron primero a Marilyn Monroe, que estaba al tanto del feo asunto. Después, y desde una nave espacial que volaba por encima de

Kansas, se dispararon los certeros proyectiles que mataron al presidente americano ante los ojos horrorizados de sus acompañantes. Así se destruían los dos símbolos máximos de la concupiscencia americana que, cual dos torres gemelas, se elevaban por encima de los otros países del mundo, el Kremlin incluido.

No contentos con esto otros investigadores, con una científica e intachable trayectoria, aseguran que Kennedy fue asesinado por dos granjeros blancos de Carolina del Sur que lo consideraban un traidor por haberles obligado a compartir el autobús con los negros. Se podía entender lo de Martin Luther King –que al fin y al cabo era negro también– pero que un presidente católico y blanco permitiese la entrada de los morenitos subsaharianos (como dice la gente culta) en las universidades de Atlanta y Alabama era una traición insufrible. Por eso desde la planta sexta de la biblioteca atrincherados en dos distintos lugares dispararon al unísono a Kennedy hasta que le vieron doblar la cabeza ensangrentada sobre el traje de su esposa Jacqueline, que nunca quiso lavarse esa ropa con posterioridad, qué menos.

 Lo que es indudable y en lo que coinciden todas estas verosímiles teorías del asesinato es que ser presidente de una gran nación tiene sus riesgos (que se lo digan a Lincoln, cuya muerte fue igualmente misteriosa y pone en entredicho la versión oficial) y que para cubanos, rusos , mafiosos, mujeres puritanas y racistas, la simple existencia de un personaje como John F. Kennedy les resultaba insoportable.

Imposible creerse la versión oficial en donde un único llanero solitario como Lee Harvey Oswald fue el experto tirador y el cerebro de la trama (no tenía cerebro para tanto, según se desprende de su mediocre existencia). Y menos cuando un mafioso de sombrero estilo Chicago años 30 se lo cargó también a él pocos días más tarde. Ese cuento chino desprestigia a quienes se lo inventaron por su falta de imaginación y es el que ha dado pie a las maravillosas historias que les contamos, reales como la vida misma.

Puestos a hacer conjeturas, para Woody Allen, en una de sus mejores películas, estaba claro que a Kennedy lo mataron por una conspiración en que se implicaban la CIA, el Gobierno, el Senado, los demócratas, los republicanos, los negros, los blancos, el Vaticano, la KGB y los petroleros de Kansas. Es decir. Todo el mundo menos las hermanitas de la Caridad. Ahora bien, todas esas versiones y las incontables tonterías que se han dicho y escrito en estos días, poseen el alto grado de verosimilitud que acompaña a todo ese periodismo amarillento que confunde los rumores con la realidad y las teorías con los hechos en sí, acompañando los datos objetivos con un sinfín de invenciones calenturientas y novelescas.

La realidad es que muy poca gente sabe cómo y por qué mataron a Kennedy salvo en las altas esferas políticas de su tiempo y la cúpula de la CIA, que guardan el implacable silencio de los corderos. Todo son conjeturas, mientras no se desclasifiquen los documentos que se mantendrán secretos hasta el año 2032.

Sólo entonces podrán hablar los historiadores y contarnos la verdad (ya un poco tarde para quienes vivimos los años 60). El resto de lo que hemos leído y escuchado no son más que especulaciones baratas de personajes en busca de la fama y el dinero amparándose en el carisma indiscutible que obtuvo, con su trágico final, la irregular existencia política con grandes éxitos (Crisis de los misiles, derechos civiles para todos los americanos, etc) y evidentes fracasos (Cuba y Vietnam) del presidente Kennedy.

*Pedro J. de la Peña es escritor.

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