En una ocasión, le preguntaron a Juan Domingo Perón cómo iba a pagar todas las promesas que había hecho al pueblo argentino. Él se mostró sorprendido, y resolvió la duda de su interlocutor con tres simples palabras: “Argentina es rica”. Y lo era. Contaba con una Constitución liberal, una organización federal de sus regiones, y se había integrado en el mundo como cualquier otra. Sufrió las tribulaciones del período de entreguerras, pero cuando el mundo acabó de sucumbir tras la II Guerra Munaial, Argentina mantenía su riqueza. Un entorno abierto a la empresarialidad, sus fronteras contando inmigrantes dispuestos a crear allí su fortuna, permitieron que aquel país pudiera soportar aquellas décadas de revueltas, incertidumbre y zozobra.
A lo que no sobrevivió Argentina fue a Perón. Su discurso, amanerado y cantinflesco, estaba infestado de socialismo, el gran mal del siglo XX, que se extendió por todo el país. A cada fracaso de las políticas peronistas le seguía un nuevo impulso para profundizar en ellas y poder salir así de la situación. Qué duda cabe de que los desastres se acabaron sumando.
En Argentina, el influjo de Perón ha llegado a la situación de que una gran parte los partidos y las corrientes políticas eran facciones del peronismo. Incluso Ménem era peronista. La saga que ahora ocupa el poder, el kirchnerismo, proviene también de una derivación del mismo.
Pero lo que me interesa ahora no es el veneno político, sino el económico. O, más bien, el ideológico. ¿Qué quiere decir eso de que “Argentina es rica”? Es esa idea de que la riqueza de un país está en sus recursos materiales. Y que basta utilizarlos de manera racional, y el socialismo dice de sí mismo que es ¡científico!, para que un cuerno de abundancia se desparrame por todo el país. Sólo hace falta que unos políticos amantísimos del pueblo repartan de forma equitativa el fruto de la tierra.
Ese virus ideológico lo vemos en la actualidad en Argentina. El robo de YPF no es más que un ejemplo. Pero lo vemos también en Bolivia. Evo Morales, narcopresidente de aquel país (era cocalero), declaró en más de una ocasión antes de llegar al poder que el Estado se quedaría con todos los recursos naturales, y que alquilaría a las petroleras extranjeras para que le ofreciesen asistencia técnica. Es una visión técnica de la producción, pero la producción es un fenómeno económico, y no tiene lugar si no hay una motivación económica; un beneficio.
Y lo vemos también en Venezuela. El país, que podría haber sido tan rico como hubiera deseado, se ha ido despeñando por el socialismo hasta su versión más ridícula, la de Nicolás Maduro. Ahora ha iniciado una “guerra económica” contra los “especuladores”, y quiere recortar la perversa inflación con expropiaciones y precios máximos. No tardaremos en ver hambrunas generalizadas. Lo peor de ese virus es que destruye la fibra moral de la gente.