«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Biografía

El asesinato del Papa

21 de octubre de 2013

Ya en su edición original, en inglés y del año 2009, abordaba la novela de Piers Paul Read Muerte de un Papa (Funambulista) especulaciones sobre una eventual abdicación, por razones de salud, de Juan Pablo II. Su trama, urdida por un autor favorecido con esa destreza de que puede ufanarse, por ejemplo, Sierra i Fabra para poner la mano sobre el hombro del lector en la primera página y llevarle hasta la última sin violencia… Su trama, decíamos, resulta del hábil entrelazado de informaciones de prensa tocantes a dos temáticas principales: de un lado, las teorías alternativas a la versión oficial de atentados como el de Dallas, el de Ali Agca o el 11-S; de otro, las tensiones reinantes entre los distintos modos de entender y vivir el cristianismo a que la bóveda craneal de los creyentes sirve de habitáculo. En realidad, tales tiras y aflojas hallan su sola razón de ser en el llamativo olvido por muchos de las palabras de Jesús: “Mi Reino no es de este mundo”… Sucede por no echar cuentas a los ermitaños de la Demanda del Santo Graal, que no cesan de poner acento en que el de la caballería es un combate celestial, no terreno.

Pero aquí, en el mundo sublunar, se leen diarios y, acaso por lo extendido de esa desmemoria, cuanto guarda relación con los asuntos vaticanos despide, apenas los medios de comunicación lo abordan, un inconfundible hedor a cuerno quemado. Y, allá donde asoman cuernos, hay que andarse con ojo. Mismamente a Ramón Gómez de la Serna, sin ser torero, ni saltar de espontáneo ni nada, casi le pega una tarde una cornada un miura cuando estaba colgando su cabeza disecada de la pared y el medallón de madera a que ésta iba pegada se le resbaló de entre las manos. Así que háganme caso: ojo.

Yo también soy aficionado a los collages a base de recortes y, aunque no me ha dado –como a Piers Paul Read– por escribir a partir de ellos una novela tan entretenida y con tan buen ritmo como la suya, suelo guardar noticias y artículos relacionados con el Trono de Pedro o algunos personajes pululantes, en determinadas épocas, por sus derredores. Y, en mi opinión, si hay un Vatileak que nadie ha sabido o querido ni mencionar es el de la incontestable influencia que ha probado ejercer Ali Agca sobre las altas esferas vaticanas, algo más que patente en las circunstancias que rodearon la supuesta apertura del Tercer Secreto. No se precisa ser funambulista para apreciar cómo un texto guardado con celo durante décadas por la cúspide de la Iglesia, cuyos titulares nunca expresaron más que reticencias ante su eventual difusión, salió a la luz por no otra razón que la presión mediática ejercida por el Lobo Gris. Allá donde Cardenales, Obispos, reputados intelectuales e imperios periodísticos fracasaron, se alzó con el triunfo –a base de no más que intermitentes declaraciones a la prensa– un oscuro sicario encarcelado. ¿Dónde reside su ascendente? Uno diría, claro, que en sus vínculos con el turbio mundo de Licio Gelli. Porque Ali Agca no es un payaso. Entre sus bromas y veras, cierta verdad asoma.

Dicho esto, admitimos habernos rascado la coronilla cuando, el día en que Benedicto XVI anunció su abdicación, una abdicación real y no literaria, como la de Juan Pablo II en la novela, reparamos en que… no otra cosa le había pedido Agca que hiciera en, al menos, dos ocasiones: en septiembre de 2006 –cuando propuso como sustitutos “idóneos” a los Cardenales Bertone o Tettamanzi– y marzo de 2010.

Pero hay aún otro detalle –y de mayor enjundia– sobre el que tampoco he leído comentario alguno. Me refiero a que fue el 11 de febrero de 2012 cuando saltó la noticia de la existencia de un informe remitido a Benedicto XVI, según el cual se hallaría en marcha un complot para asesinarle y no le quedaría más que un año de vida. ¿Nadie se ha dado cuenta de con cuán extrema puntualidad los diarios se hicieron eco de su renuncia… el 11 de febrero de 2013, es decir, al año exacto de la publicación de aquella noticia? Ni tres días antes, ni dos semanas después. Al año justo. ¿Cómo no creer, pues, que, con su puesta a disposición de la Curia de las Llaves de Pedro, Benedicto XVI no estaba cursando un mensaje directísimo y expreso a sus “asesinos”, posicionándose, de algún modo, fuera de su alcance?

Cabe, claro, otra posible –y complementaria– lectura: la de que el retiro del Papa venga a significar no otra cosa que el triunfo –al segundo intento– de la misión encomendada por Licio Gelli a Agca: dejar al Vaticano “tocado” para siempre. Lejos de mi afán pretender sentar plaza de enterado en interioridades pontificias, nada puedo añadir ni precisar sobre esto último que apunto. Sólo, consignar mi viva impresión de que la espantá de Benedicto XVI alberga más miga de la que parece. Parafraseando a otra pluma de este diario, la de Javier Esparza, uno diría que… gato encerrado.

*Joaquín Albaicín es escritor.

 

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