Habría sido una especie de milagro que de la pomposa Conferencia Política del PSOE hubiera surgido una definición conceptual nueva de ese partido, cuya identidad ideológica empezó a desdibujarse cuando Felipe González quiso, en el XXVIII Congreso de 1979, abandonar el marxismo original para sustituirlo por esa socialdemocracia a la sueca (o a la alemana tras su congreso de Bad Godesberg en 1959), pero su militancia opuso resistencia y él hubo de dimitir y forzar un congreso extraordinario. Desde aquella primera superchería de decir que se abandonaba el marxismo pero manteniéndolo como “método” –o sea, manteniéndolo–, el PSOE sólo ha encontrado algún punto de referencia en el poder desnudo; por eso cuando pasó a la oposición empezó a dar tumbos ideológicos, y llegó al extremo de su desorientación cuando el vacío dejado por González fue llenado por el disparate filosófico, antropológico y político de la corrección política, el multiculturalismo y la ideología de género, personificados por el irrepetible Rodríguez Zapatero, acaso el secretario general más surrealista que ha tenido el partido desde su fundación.
En la Conferencia del fin de semana pasado, pues, no se ha operado el milagro, y el PSOE sigue instalado en su orfandad doctrinal, que ya se vio que pudo resultar devastadora cuando llegó a gobernar bajo la batuta enloquecida del pasmoso leonés. Pero como el sistema partitocrático favorece un turno inexorable entre los dos mayores partidos de España, todo lo que ocurre en el seno de nuestro socialismo hay que interpretarlo en la seca clave del poder. El PSOE, convertido en “la PSOE”, como “la Pegaso” o “la Intelhorce”, es una empresa que da colocación a militantes y otros amigos de los dirigentes, y ya sólo aspira a volver a nutrirse del Presupuesto.
Al servicio de este objetivo último, sin embargo, es necesario articular algún discurso de apariencia política capaz de movilizar los votos que lleven al partido hasta La Moncloa. En esta situación, los asesores electorales tienen su oportunidad: al margen por entero de cualquier fundamento ideológico, despliegan sus conocimientos de lo que podríamos llamar la “política topográfica”, y advierten a sus clientes socialistas de los votos que el PSOE pierde van a parar muy mayoritariamente a Izquierda Unida, lo que recomienda intensificar un discurso más a la izquierda aunque eso signifique abandonar el espectro central del electorado. Esto puede explicar que los grandes aplausos los haya cosechado Pérez Rubalcaba –todavía secretario general– con su demagogia populista, su reclamación de más facilidades para abortar y sus ataques a la Iglesia católica. Menguado balance, ciertamente, para tanto ruido mediático.