«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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(Madrid, 1983). Diputado Nacional y Vicesecretario de Coordinación Parlamentaria de VOX. Doctor y licenciado en Derecho, doctor en Ciencias Políticas, de la Administración y Relaciones Internacionales, así como licenciado en Historia. Académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Profesor.
(Madrid, 1983). Diputado Nacional y Vicesecretario de Coordinación Parlamentaria de VOX. Doctor y licenciado en Derecho, doctor en Ciencias Políticas, de la Administración y Relaciones Internacionales, así como licenciado en Historia. Académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Profesor.

Barbarie, brutalidad y el ejemplo ministerial

29 de febrero de 2024

Hoy la historia pareciera una conjura de muchos hombres contra la verdad, y en esta secuencia se incluye, sin dudarlo, el actual ministro de Cultura; o más bien de lo que el actual Gobierno considere cultura. Este señor tan desinformado como ideologizado continúa, como era de esperar, generando polémica e instrumentalizando su área competencial al servicio de la falsedad y de la deconstrucción. Sin duda el ministro y su equipo se sitúan en la trinchera de los hispanófobos, de la incultura woke, de la destrucción museística y de la condena de esa formidable obra, sin parangón en el mundo, que fue la de España en América.

Ahora, en el contexto del 8-M, al Ministerio se le ocurre junto con el Movimiento Justicia Museal presentar unas actividades y reflexiones sobre feminismo y construcción de género en el Museo de América de Madrid para así «descolonizar la mirada de esos tiempos históricos» y ver el lugar que ocupan los cuerpos feminizados, marrones, indígenas en la historia y en el presente.

Pareciera como que el ministro y sus acompañantes pretendieran hacernos ver, como hace cierta izquierda en Hispanoamérica, que las culturas precolombinas fueron unas idílicas civilizaciones en las que las mujeres y toda la sociedad vivían en paz y armonía. Nada más lejos de la realidad, como bien explicó Sebreli en El asedio a la modernidad. Cualquier mínimo estudioso de la materia sabe cuál fue la situación de las mujeres, y no solo de ellas, en las culturas prehispánicas y la enorme diferencia que existía con la Europa cristiana, y, en particular con España, siendo, por entonces ni más ni menos que reina, la misma Isabel I de Castilla.

De los muchos estudios que existen sobre la materia y que estudian fuentes de toda clase, recomiendo la obra en dos tomos del escritor argentino Cristian Rodrigo Iturralde, titulado 1492. Fin de la barbarie. Comienzo de la civilización en América. Esta obra, llena de fuentes de toda clase y condición, narra las realidades de algunos de los pueblos prehispánicos y que muy brevemente podemos resumir en sistemas de organización totalitaria, guerras continuas, canibalismo, sacrificios humanos, barbarie, y otras injusticias y aberraciones.  

El totalitarismo fue una situación muy generalizada, como Petrocelli demostró en su Encuentro de dos Mundos y Ricardo Levene, el historiador argentino autor del conocido libro de Las Indias no eran colonias, describió en otro ensayo como que «no faltaban en América guerras de conquista y de exterminio, venta de esclavos, sacrificios sangrientos, antropofagia (…)».

Los pueblos prehispánicos eran múltiples, es cierto, como numerosas fueron también las barbaridades que se cometieron en la mayoría de estos pueblos, y que luego fueron corrigiendo gracias a la obra civilizadora de España. La antropofagia era una nota distintiva en el momento de aparecer España en el continente. Supongo que estos entusiastas militantes de lo prehispánico y enemigos de lo español sabrán que mucho de lo que ellos promueven hoy desde las instituciones era, por entonces, castigado con la muerte. Resulta por eso más esperpéntico su proclamado indigenismo y su ataque a la obra española.

La etapa prehispánica en América fue uno de los períodos históricos más negativos para las mujeres que se conocen. Así ha sido estudiado y sentenciado, incluso, por historiadores de corte feminista: esclavitud generalizada, antropofagia y sacrificios humanos. El adulterio, en la época azteca, por ejemplo, fue castigado con la muerte, e incluso el propio marido podía aplicar la pena de tortura a su mujer. La pedofilia fue usual entre los mayas y la deformación de los cráneos, sobre todo en bebés y niños, fue algo corriente entre los pueblos indígenas de muchos lugares, pero a gran escala en la zona del Perú para el control estatal de la población. Tan abominable práctica fue pronto prohibida y perseguida por los virreyes españoles. La esclavitud era otra característica de la civilización inca, expresión de su despotismo para disponer de vidas y haciendas en palabras del historiador estadounidense Prescott.

En algunos lugares de América, las mujeres que perdían la virginidad antes del matrimonio eran colgadas de sus cabellos a un árbol hasta que murieran. También se practicaron las mutilaciones genitales, con la clitorectomía, como entre los cunivos de Perú, o incluso recientemente en Colombia por parte de varias comunidades indígenas como la embera-chamí.

María Rodríguez Shadow ha estudiado en profundidad el mundo femenino azteca en vísperas de la conquista. Basten estas palabras suyas para ponérselas delante al ministro: «La mexica, en pocas palabras, era una sociedad en la que se mantenía a las mujeres en una posición de subordinación. Las mujeres estaban relegadas a los trabajos de menor prestigio y carecían de poder político. La feminidad estaba devaluada y se la concebía como desequilibrable, vulnerable y generadora de fuerzas nocivas (…) El adulterio femenino se castigaba con la muerte y el masculino permanecía sin pena; se permitía la poliginia como premio a los triunfos guerreros. A las mujeres se les explotaba sexualmente mediante la prostitución y se les humillaba con la violación».

No hace falta entrar en detalles sobre las condiciones de los trabajadores, o de las exigencias esclavistas y de otro orden existentes en América antes de que España interviniera para establecer un nuevo orden, y cuyo análisis daría para infinidad de publicaciones.

Ni que decir que una parte abundantísima de los indígenas se posicionaron del lado de la Monarquía Hispánica en las guerras civiles de los procesos de secesión, como demuestran entre otros, los casos de los indígenas de Pasto, los iquichanos de Perú, o los llamados chilotes en Chile.

Por eso, y para concluir, creo conveniente recomendar un breve libro, Civilizar o exterminar a los bárbaros, que es parte del discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas del gran jurista y académico Santiago Muñoz Machado, y que aborda sucintamente el modelo civilizatorio de nuestros antepasados, la importantísima misión de proteger a los débiles, y las dispares justificaciones del caso colonizador inglés.

No puedo terminar sin señalar la clamorosa contradicción de la izquierda woke: si algunos españoles hicieron maldades en América contra la legislación, y contra las instrucciones de ésta, se califica a España de genocida; pero, eso sí, si las muertes las ocasionaron los Estados indios, por muy despóticos que fueran, nos encontramos ante lo que ellos califican como un buen fenómeno multicultural.

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