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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Barriocanal propone una moral autónoma

25 de febrero de 2015

Nos encontramos en una sociedad caracterizada por el pluralismo de opiniones éticas y religiosas. De la exaltación de la razón humana, impulsada por la modernidad, se ha pasado a la desconfianza de la cultura postmoderna. La fragmentación y el pluralismo forman parte inevitable de la entraña de la condición humana. El artículo 16 de la Constitución de 1978, donde se garantiza “la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades”, ponía fin a una estrecha relación entre religión y política. Con la desaparición del nacional-catolicismo para muchos moría también, al menos aparentemente, un único código moral existente, un proyecto de vida único para todos los españoles, el de la religión católica.

Esto es lo que ha querido recordarnos de modo sorpresivo el presidente y consejero delegado de la Cadena Cope, Fernando Giménez Barriocanal, el pasado martes en el Foro Nueva Economía, al afirmar que “urge plantear una nueva moral que no es propiedad de ninguna confesión religiosa sino de todo ser humano”. Si Barriocanal, presidente de la radio de los obispos, sostiene la necesidad de relevo en el paradigma moral es que todavía cree que España se encuentra sometida al colonialismo moral, en que la moral católica sigue siendo el código moral existente para la amplia mayoría de los españoles. Y, en el caso de que sea así, en una sociedad democrática y pluralista, es necesario formular un proyecto moral fundado en el hombre y no en Dios. La “nueva moral” de Barriocanal, el “giro antropológico” que demanda, hará del hombre un valor absoluto. La autoridad del comportamiento estaría en el hombre mismo. El hombre no es sólo fundamento de moralidad, sino fuente que crea valores.

Barriocanal no sólo despide empleados “por motivos económicos” y evidente pérdida de oyentes (antes aducía motivos cuasi-religiosos: “haber hurtado la propiedad y el contenido de la Cope”, refiriéndose a Jiménez Losantos y César Vidal), sino que se empeña también en malograr la vida feliz del hombre, rebajando sus exigencias, apelando a una moral autónoma, laica, no religiosa, una moral civil no ya como mínimo moral aceptado por la sociedad dentro del legítimo pluralismo moral sino como código vinculante en el comportamiento del hombre. Se trataría de una ética construida en la razón, sin ninguna referencia a Dios y a la religión.

Es verdad que prescindir de una fundamentación religiosa no significa, per se, la identificación con una mentalidad antirreligiosa. Pero ¿en qué descansaría esta “nueva moral”? Adela Cortina dirá que una moral civil sólo puede fundarse en el consenso: los hombres son autolegisladores que reconocen recíprocamente sus derechos. Por otro lado, no sólo el mecanismo consensual es necesario para la fundamentación de las normas morales, sino la misma racionabilidad humana. El procedimiento del consenso es un procedimiento frágil y limitado, al que asedia el peligro de concebirlo como un pacto estratégico, un procedimiento formal, legitimador de normas. Pero la razón por sí misma también está incapacitada para discernir el bien o establecer el contenido necesario de las normas de actuación ética: ¿quién puede aseverar que la sola razón, desconectada de toda fundamentación religiosa, desligada del contexto que le da sentido, el de un fin para la vida, sea el intérprete adecuado de la realidad?

Extraños experimentos los que hace la Cadena Cope cuando su consejero delegado, en un alarde aparente por formular una moral que deviene progreso por una sociedad más humana, nos precipita al abismo de pensar que no es ya Dios el garante último del orden moral, sino que la fe y las creencias serían un principio de división, de opresión moral y de intolerancia. ¡Pobres estúpidos los egipcios cristianos coptos decapitados que no han querido renunciar a su condición de cristianos para salvar sus vidas! Al cabo, el hombre, como de un modo coherente mostraría Jean-Paul Sartre, estaría condenado a inventar al hombre cuando la libertad no tiene ya un bien que realizar, ni un Dios al que reconocer, ni una verdad que descubrir.

El extrinsecismo de la fe respecto de la moral (propuesta sugerida por Barriocanal) lleva a la secularización de la moral y a la absolutización de la razón. Es la permanente tentación de hacer la ética cada vez más autónoma de la referencia a Dios, un camino que lleva a consolidar la moral como un asunto privado, propio exclusivamente de la responsabilidad del hombre. Esto es el secularismo, la manifestación de valorar y hacer relativa al hombre la propia moralidad, reduciendo su contenido a lo que él determine sobre sí mismo.

¿Es esta la modernidad, la reforma de la sociedad que se necesita, proceder por vía horizontal buscando la transformación del hombre y postulando la humanización del mundo a costa de debilitar hasta oscurecer el regreso a Dios? ¿Deben quedar los ciudadanos en su comportamiento sin referencia a Dios, como si el hombre no fuera radicalmente religioso, haciendo de sus decisiones sólo humanas lo que determina la moralidad? Peligroso giro hacia ninguna parte el que realiza Barriocanal: para evitar el relativismo se cae en un relativismo mayor, en el de los principios morales. Comprometido viraje cuando toma carta de presentación el carácter intramundano de la moral.

El debate que plantea Barriocanal es el de la fundamentación de las normas morales. Él parece tenerlo claro: sólo la razón y el consenso puede concretar la obligación ética. El hombre sería el fundamento último de la moralidad. La tentación consiste en caer en una autonomía autorreferencial y autosuficiente, creadora del orden moral, relegando la fe al ámbito de las motivaciones o de la mera intencionalidad. La conclusión es un falso liberalismo donde sólo lo humano es criterio de comportamiento moral.

No queda cerrado el debate mediante un paradigma que integre la fe en la razón, las convicciones religiosas en el interior del movimiento de la racionalidad, haciendo de la autonomía lo sustantivo mientras que lo adjetivo serían las convicciones de la persona. Hacer del sujeto y de su autonomía un valor absoluto no es la base suficiente para la formulación de una ética humana no religiosa.

Barriocanal no tiene porqué trasladar los recortes económicos de una empresa que preside al ámbito moral. En esa empresa, por lo demás, trabajan enormes comunicadores que buscan la excelencia, como José Luis Restán. La propuesta de una moral cristiana, lejos de cualquier desalojo y negación de la categoría de la finalidad en la vida del hombre, aspira a que el ser humano se abra a la verdad y el bien, confiriéndole una profunda dignidad al conocer su alta vocación y destino. Algo de lo que parece estar privada la propuesta de una moral autónoma que hace de la libertad un bien absoluto y no relacional.

Roberto Esteban Duque es autor de La voz de la conciencia. 

 

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