Muchas veces, durante mis andanzas por el Pumarejo y la Alameda, me entretenía leyendo las frases, repletas de circunflejos, apóstrofos y haches, que algunos, con más o menos ingenio —No tengo calôh, tengo mieo—, van dejando por las calles —pared blanca, papel de necios— sevillanas. De todas ellas, la más oportuna en estos días es la que, con rotulador indeleble se mantiene sobre un rugoso revoco: Blâh Infante ande o no ande. La frase es ambigua, se presta a la interpretación, pues su autor: ¿es blasinfantista? ¿acaso blasinfantilista? ¿estamos, quizá, ante un antiblasinfantista con sorna?
En línea con esas tropelías ortográficas parietales, Carolina España, Consejera de Economía, Hacienda y Fondos Europeos de la Junta de Andalucía, sostuvo, la semana pasada, en el contexto de los fastos conmemorativos de la ahistórica bandera andaluza, lo siguiente: «El habla andaluza, nuestro acento, es seña de identidad. Crearemos un grupo de trabajo para impulsar el habla andaluza, fomentar su uso y su valoración social, que centrará su difusión en centros educativos, universidades y el ámbito público y medios de comunicación». Por su parte, Juan Manuel Moreno Bonilla, afirmaba en español que, «el habla andaluza es el reflejo del alma de los andaluces, y la vamos a cuidar siempre. Firmamos, en la víspera del 4D, un protocolo con la Fundación Alejandro Rojas Marcos para promover nuestro acento y para que se respete». Con esta decisión, el así llamado Juanma, da continuidad al despliegue de una estrategia envolvente, capaz de engullir, untamiento mediante, a sindicatos de clase y a andalucistas del pelaje de Rojas Marcos.
¿Anxa êh Câttiya? ¡Po mâ anxa êh Andalucia!, parece pensar, en sintonía con otro grafiti, Moreno Bonilla, que ha acelerado, como en su día lo hizo Fraga con esa Galicia que para muchos ya es únicamente Galiza, el proceso de construcción e implantación de unas centralizadoras señas de identidad andaluzas que, transmitidas a los alumnos en las aulas, fabricarán nuevos andalucistas. A la adoración de Blas Infante, cuyo busto se alza a las puertas del salón de plenos de la que fue iglesia del Hospital de las Cinco Llagas, hoy Parlamento de Andalucía, el popular añade ahora algo esencial dentro del Estado de las Autonomías: la búsqueda de un idioma que convierta en impropio al español. Cateto tú que n´ontiendê l´andalûh, sostiene otra pintada deliciosa para la Fundación Alejandro Rojas Marcos, entregada a la búsqueda del acento más puro, a la decantación, como ya se ha hecho en Asturias con los bables aniquilados por una neolengua llamada «asturiano», de las hablas, hasta encontrar la común, la verdaderamente andaluza.
Aunque el tiempo lo dirá, no parece probable que el proceso emprendido por el actual presidente, andalûh a rabiâh, parece gritar otra pared, dé frutos tan analfabetizadores como los plasmados en las calles sevillanas. Sin embargo, esa apuesta por el alma de los andaluces excluye a muchos de ellos, singularmente a muchos de los más distinguidos hombres que históricamente ha dado esa tierra perteneciente a la Corona de Castilla, cuyos símbolos perduran en los escudos de sus ciudades frente a la artificiosa unificación verdiblanca. Sépalo o no Juanma, la actual Andalucía es un fruto decimonónico que nada tiene que ver con la ideología que profesan muchos de los que emborronan las paredes sevillanas. Con esos con los que coquetea el presidente, confiado en sus habilidades. Nada de eso —ar caraho tó— parece importar al graduado en protocolo y organización de eventos que preside esta comunidad autónoma, aspirante, como todas, a convertirse en un estadito justificado en las diferencias con el resto de regiones españolas.