«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

C22H28N2O

29 de agosto de 2023

Sábado noche diecinueve ochenta. Recuerdo la puerta de la nevera salpicada de sangre. Habían entrado a robar en la farmacia de mi abuela y se pincharon en la rebotica. Años más tarde, la figura del yonqui era un arquetipo social. Nosotros vimos los últimos zombis. Pedían, en un bucle infinito, con la mandíbula tensionada y el lenguaje desarticulado, los cinco duros que les «faltaban para el billete de autobús». Si se encontraban con fuerzas, enseñaban cualquier objeto punzante y entonces te levantaban el Swatch y las mil pesetas que llevabas para pagar la entrada de la discoteca en sesión de tarde, con su correspondiente consumición de vodka con naranja, y la vuelta en taxi. Fue el final de aquella España de cruz de navajas y cine quinqui, de parques apocalípticos y macarras, asolada y desolada por la heroína tras la llegada de la democracia.

Por aquel entonces Nancy Reagan decía «¡no a las drogas!» mientras la Administración de su marido, vaca sagrada de la derecha fetén, facilitaba a los cárteles mexicanos y colombianos su introducción en Estados Unidos. Era una de las maneras de financiar a la Contra nicaragüense. Menos hipócrita parecía Enrique Tierno Galván, emblemático alcalde de Madrid, que llegó a animar, durante la celebración de un concierto, a colocarse y estar «al loro». Nuestra revolución cultural express fue una movidaDebíamos ponernos al día si queríamos ser una democracia avanzada, y lo hicimos. Las jeringuillas formaban parte de escenarios que iban desde descampados a los baños de la agencia EFE. Se desató un auténtico problema social en ciertos barrios, un drama familiar, una forma de vida y una delincuencia que cristalizaba en el hurto de radio-cassettes y atracos.

De la crisis de los opioides americana sabemos lo que nos ha querido contar Netflix. Las recientes producciones Painkiller (2023) y Dopesick (2021, Disney+) explican el imperio del mal. El propietario de Purdue Pharma, Arthur Sackler, reinterpretó, en la década de los 50 del siglo pasado, al paciente como cliente y llenó de significado aquello del «negocio de la salud», cual interlocutor de von der Leyen. Como si de un hit musical se tratara, hizo del Valium el primer medicamento superventas. Lo anunció (una benzodiacepina) como «el fármaco que no sabías que necesitabas» y se hizo rico convirtiendo en adictas a miles de amas de casa. Sus herederos aprendieron bien la lección. Solo que tenían en sus manos el OxyContin (oxicodona, «lo de House» era hidrocodona), formulado como un opioide semisintético cuyo uso terapéutico estaba reservado, hasta el momento, para tratar el dolor de origen oncológico o similar. Leyeron bien al ser humano, jugaron con el rechazo secular al dolor y la búsqueda de placer. Manipularon datos farmacocinéticos para ocultar su capacidad de producir adicción. Instauraron agresivas técnicas de marketing médico. Engatusaron a los galenos. Usaron la política de puertas giratorias con la FDA. Introdujeron una droga de abuso en el mercado. El número de muertes que provocó la oxicodona alcanzó magnitud de epidemia. Crearon demanda para su oferta. Crearon demanda para su oferta, leitmotiv de una industria que tiene poco de filantrópica.

Y de aquellos polvos estos picos. Y viceversa. Alertaba el policía Samuel Vázquez, presidente de la Asociación Policía s.XXI, del fentanilo (opioide sintético cien veces más potente que la morfina y causante de más de cien mil muertes por abuso en Estados Unidos durante el 2021) en nuestras calles. Se esté utilizando, de momento, para cortar heroína o en asociación con metanfetaminas, el consumo extendido de la droga zombi dejaría en pañales a la devastación ochentera que una generación ha intentado olvidar y que la mitad de otra no puede contar. Lo que está pasando a ambos lados de la Interestatal 75 no debería ser nuestro futuro.

Las adicciones no sólo atomizan al ser humano, también escamotean su tarea de vivir con dignidad. Cuanto más refractarios seamos a todo tipo de dolor y sufrimiento, y con peores cimientos y muros de carga nos hayamos construido, mayores serán las posibilidades de que el mal, que existe y puede presentarse en forma de alivio o evasión, nos despoje de nuestra integridad y voluntad. Vienen tiempos en los que hacer acopio, como sociedad, de toda la tensión espiritual que seamos capaces.

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