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(Santander, 1968). Jefe de Opinión y Editoriales de La Gaceta de la Iberosfera. Ex director de La Gaceta de los Negocios, de la Revista Chesterton y de Medios Digitales en el Grupo Intereconomía. Ex jefe de Reportajes en La Razón. Formado en la Escuela del ABC. Colaborador de El Toro TV y de Trece Tv. Voluntario de la Orden de Malta. Socio del Atleti. Michigan es su segunda patria. Twitter: @joseafuster
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Caballero alférez cadete Pablo Jerez Sanjuán

10 de septiembre de 2021

Que la muerte no es el final me caben pocas dudas. Lo que sí tengo por indudable es que la muerte es el comienzo del olvido. Todos seremos olvidados por el mundo antes o después. El recuerdo de los que nos limitamos a vivir, que algo es, terminará pronto. Nuestro nombre empezará a difuminarse en la memoria de los pocos que nos conocieron igual que se van borrando las letras en una lápida cualquiera de un viejo cementerio. Una mañana fría se harán pedazos los jarrones vacíos de la tumba donde algunos, pocos de entre los pocos, se acercaban a dejarnos flores y musitar una oración rápida antes de exhalar un breve suspiro. Y un miércoles cualquiera habrán pasado cinco, diez o noventa y nueve años y ya no quedará ni siquiera un lugar en el que esté escrito nuestro nombre, sino polvo en un osario por el que nadie suspirará.

Esta es la verdad natural de lo que ocurrirá con la memoria de cualquier hombre corriente que pase por el mundo de mejor o peor manera; pero también es verdad absoluta que algunas personas, muy pocas, esquivarán el olvido de su nombre durante más tiempo porque vivieron una vida excepcional. Los menos dentro de esos pocos, por el mal que hicieron. El resto, porque dejaron un legado extraordinario.

Anteayer, en el patio de armas de la Academia General Militar, su general director ordenó a todos los alumnos allí formados que no olvidaran jamás el nombre del caballero alférez cadete Pablo Jerez Sanjuán, del Arma de Infantería, que entregó su vida por España el pasado lunes, 6 de septiembre, en un mal día de calor zaragozano en el campo de maniobras de San Gregorio.

El pobre diablo que piense que la de Pablo Jerez es una vida malgastada, no alcanza a comprender la lección magistral que el ejemplo del caballero alférez cadete deja a sus compañeros

Alguno dirá que el alférez Jerez Sanjuán murió. Otros diremos que dio su vida cumpliendo con su deber de formarse como oficial del Ejército español, pateando en la soledad de una topográfica el campo achicharrado, apretando los dientes por el peso de su equipo completo de combate bajo un sol inclemente que es el mismo, porque no hay otro, que luego cuece a nuestros soldados en un desierto afgano, una carretera polvorienta en Mali, un checkpoint en Irak o, tal y como están las cosas, quién sabe si de vuelta a una ladera del Gurugú.

Ninguno de los caballeros y damas alféreces cadetes de la LXXVIII Promoción olvidará jamás a Pablo Jerez Sanjuán porque lo ordene un mando (aunque ayuda), sino porque vivió una vida excepcional de sacrificio y murió cumpliendo con su misión, que es mucho más que sólo morir. Demasiado pronto, quizá, pero dio su vida siendo ya un hombre de 22 años del que todos sus hermanos de armas, ellos pocos, felizmente pocos, y cualquier español bien nacido debemos sentirnos orgullosos.

El que no lo crea así, el pobre diablo que piense que la de Pablo Jerez es una vida malgastada, no alcanza a comprender la lección magistral que el ejemplo del caballero alférez cadete deja a sus compañeros, que se fueron relevando en la guardia junto a su féretro toda la noche, que rezaron un rosario por él mientras lo enterraban en Baeza y que ya son mejores oficiales del Ejército de una mejor Academia General Militar gracias a él. Gracias a un alférez de la leal infantería que entregó su vida un mal día de septiembre, pateando San Gregorio, apretando los dientes para ser el oficial que necesitamos, de los que no se rinden ni abandonan.

Y por eso, el extraordinario caballero alférez cadete Pablo Jerez Sanjuán va a esquivar el olvido en la Tierra por mucho, mucho, pero mucho más tiempo que la gente corriente que nos limitamos a vivir, que no es poco, pero que, bah, tampoco es para tanto.

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