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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Caballero del honor

23 de noviembre de 2015

La honra fue siempre una forma de reconocimiento por parte de una determinada comunidad respecto del portador de tan insigne cualidad, que siempre fue obtenida a base de esfuerzo personal. Fue sinónimo de admiración y al mismo tiempo actuaba como canal transmisor de empatía entre semejantes. Nos tenemos que remontar a la época medieval para encontrar antecedentes de tan alta consideración. En aquel tiempo la honra iba aparejada a la condición de noble otorgada por el monarca, previa observación de participaciones en gestas militares del soldado llamado a tal categoría. De este modo, el conjunto de personas que conformaban la comunidad reconocían la honra del adalid y lo aceptaban como alguien relevante digno de toda la admiración.

Menéndez Pidal distinguió en la primera mitad del siglo XX entre honor y honra, indicando que lo primero se adquiere por las virtudes de su titular o sus buenos actos; estableciendo respecto de la segunda que si bien es cierto que se gana con actos propios, depende de actos ajenos en cuanto a su reconocimiento y dignidad. De tal forma que la honra se pierde igualmente con actos ajenos, por pérdida de respeto y consideración en base a la actitud del portador de la misma. Este atributo de la honra se materializaba en cascada respecto del clan o familia ya desde los inicios de la nobleza española, allá por el siglo VIII, generándose de por sí un evidente reconocimiento.

A pesar de no ser hidalgos caballeros ni aristócratas ilustres, los jugadores del Real Madrid son depositarios de un legado que exige un comportamiento tendente a perpetuar honras y honores. Prerrogativas tatuadas en la historia del club más laureado que lleva en la letra de su himno las palabras caballero y honor. El Real Madrid, como institución, vive desde hace lustros, en cuanto a actitud, de las rentas generadas por soberbios jugadores que engrandecieron un nombre. Que ya inventaron y consolidaron con su comportamiento en el campo y fuera de él “la marca” Real Madrid, y cuyo merchandising venía conformado por camisetas manchadas de barro, sudor o la propia sangre de aquellos que, ganaran o perdieran, siempre dejaron jirones de su piel en el césped de Chamartín.

Hoy los entrenamientos son lugar de encuentro de jóvenes multimillonarios deseando que suene la campana para desfilar, uno tras otro, sus vehículos cuyo valor supera en la mayoría de los casos el de las humildes casas en las que viven todos aquellos que gastan lo que no tienen en los carísimos euroabonos. De todos aquellos que dan por buenas las malditas semanas de trabajo, problemas y quién sabe qué cosas más, por ver a su equipo dar la talla que desde siempre se le supuso.

La afición reconoció la honra de los jugadores modernos como herencia recibida por la pertenencia a la gran familia madridista. En su seno se protagonizaron gestas heróicas que aún permanecen en la memoria de sus fieles seguidores, cuyo honor sólo pueden acariciar en base a su virtuosismo o su buen comportamiento dentro y fuera del terreno de juego. Los aficionados de hoy son los monarcas de ayer en cuanto que adjudicatarios de honras y honores. El disfrute de su posesión tiene fecha de caducidad y está condicionada al mantenimiento de la memoria de aquellos que les precedieron. Ser jugador del Real Madrid significa convertirse en enlace entre los veteranos que ya no están y los noveles que vendrán, dando testimonio de lucha por una camiseta legendaria y de entrega por un sentimiento irrenunciable.

Mandatarios y jugadores parecen olvidar que un club de fútbol tiene en sus seguidores la razón de ser. Por ellos existen y a ellos se deben. Olvidaron, al igual que gran parte de la sociedad, que lo primordial son los valores que conforman al ser humano y que por extensión dan forma a las instituciones, sean éstas cualesquiera. Aferrémonos a ese fino hilo que aún nos queda para rememorar la honra de un club, que pese a quien pese, siempre será eterno. ¡Hala Madrid!

 

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