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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Callar lo que no se puede decir

8 de marzo de 2022

Mis lectores, que cada vez son menos porque últimamente, a causa de mi provecta edad y de la promiscua pandemia, se me está muriendo todo el mundo, están más que acostumbrados a verme y oírme citar una frase de la filósofa María Zambrano. Está, sin ir más lejos, al frente del segundo volumen de mis Memorias (Galgo corredor. Los años guerreros, 1953 a 1964, Planeta): «Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero eso que no puede decirse es  lo que se tiene que escribir».

Toda mi ya larga, larguísima trayectoria literaria, que inicié en la niñez, responde a ese desafío y se limita a él. Podría completarlo con otra frase, que es de Jung y también figura al comienzo del mismo libro: «La soledad no consiste en no tener personas alrededor, sino en no poder comunicar las cosas que a uno le parecen importantes o en callar ciertos puntos de vista que otros encuentran inadmisibles».

 Pues bien: yo he llegado ya a ese punto.

Hace unos días recibí un correo enviado por un buen amigo y excelente escritor que tiene ahora aproximadamente la misma edad que Dante tenía cuando nel mezzo del cammin di nostra vita se adentró en los círculos del Infierno acompañado por el poeta Virgilio e iluminado por el recuerdo de Beatriz. El mensaje de mi  amigo, que pese a su juventud anda ya desengañado ‒y es natural‒, decía: «En tu extensa carrera, ¿habías visto un panorama periodístico tan pobre y aburrido como el actual? ¡Es que es un coñazo! Parece que ya están en el metaverso».   

Y yo, al rebote, le respondí: «Todo eso ‒literatura, periodismo, filosofía‒ ha terminado. Llegué cuando las luces empezaban a apagarse; tú lo has hecho cuando ya se han apagado. Estamos en el postapocalipsis: la Séptima Extinción. La humanidad está a punto de echar el cierre. Casi mejor, ¿no?». 

Y él: «Pues sí… Que caiga el telón».

¿Exagerábamos? No. Mi amigo y yo somos escritores, y si se acaba la literatura, que es nuestra forma de vida ‒o sea: una vocación, no una profesión‒, se nos acaba el mundo.

El Non serviam de Lucifer es ahora unánime Elogio de la servidumbre voluntaria de Etiénne de la Boétie. Marchemos francamente, colegas, con la cabeza gacha, y yo el primero, por la senda de la sumisión

Cuando María Zambrano, que ahora tiene, la pobre, nombre de estación de trenes como muy pronto lo tendrá Almudena Grandes, deslizó en un texto titulado Por qué se escribe la frase citada más arriba, aún se atrevían los escritores a decir lo que no se podía decir. Ahora ya no. Ahora, desde que los perros censores y mordedores de la corrección política, de la barbarie iconoclasta de la incultura de la cancelación y de la misantropía del estupidario woke andan sueltos, sin correa y sin bozal, son ya muchos quienes no nos atrevemos a disentir del discurso dominante en lo relativo a determinados asuntos de rabiosa actualidad. Yo, por ejemplo, harto de convertirme en trending topic cada dos por tres y en sufrido blanco de las iras progres, no escribiré hoy, 8 de marzo, sobre el feminismo y lo que esa fecha me inspira ni sobre la monumental zapatiesta bicéfala que se ha montado en Ucrania. Quita, quita… Calladito estoy más guapo. 

¿Para qué sirve la tan cacareada libertad de expresión si no va acompañada por el respeto a la libertad de opinión? En 1980 fundé para Diario 16 un suplemento que se llamaba Disidencias; hoy habría tenido que llamarlo Coincidencias. El Non serviam de Lucifer es ahora unánime Elogio de la servidumbre voluntaria de Etiénne de la Boétie. Marchemos francamente, colegas, con la cabeza gacha, y yo el primero, por la senda de la sumisión. Y es que no nos queda otra, como dicen a troche y moche, de muletilla en muletilla, los políticos, los periodistas, los tertulianos y otros chicos del montón.

O eso, o cortarme la coleta (expresión a la que, por ser taurina, no debería recurrir). 

Y el resto, entonces, será silencio.

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