«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

Cambio de ciclo

21 de febrero de 2024

Analizando el panorama internacional, el péndulo ideológico se mueve hacia eso que se denomina derecha, y que no es más que el respeto a la ley, a la cultura, a la igualdad, a la justicia social, a la dignidad del ser humano, a nuestros orígenes y las naciones estado, frente un mundialismo woke que plantea demolerlo todo a cambio de un mundo donde la desigualdad es la norma. Lo hemos visto en Italia con la presidenta Meloni, por la que nadie daba un duro y que se ha afianzado en el cargo gracias a sus políticas defensoras de las clases medias, la nación y sus instituciones. Lo habíamos visto anteriormente en Hungría, lo volvemos a comprobar con el advenimiento de Milei en Argentina, que de un plumazo ha conseguido que la economía de nuestro país hermano empiece a reflotar tomando medidas de simple y puro sentido común.

Se nota ese mismo viento regenerador en países como Alemania o Francia. Se ve en las naciones del norte de Europa. Lo encarnan personas como el presidente de El Salvador, Nayib Bukele. No son, pues, hechos aislados que se circunscriban a una sola nación o continente. Eso que llaman derecha resurge en todo el orbe cada vez con mayor fuerza y vale la pena analizar, siquiera someramente, las razones por las cuales esto está pasando.

Tras el final de la II Guerra Mundial el mundo occidental aceptó unánimemente como dogmas de fe una serie de conceptos e instituciones sin apenas discutirlas. La ONU, por ejemplo. La Guerra Fría no ayudó a que se reflexionara acerca de hacia donde nos llevaban esos organismos supranacionales porque parecía lo mejor. Así, la OTAN, la CE ahora UE, la miríada de organismos emanados de la ONU como la UNESCO o la FAO y muchos otros se convirtieron en algo habitual, imprescindible. Cada nueva sigla mermaba un poco más la independencia de los estados nación, los que habían protagonizado la historia y regalado al conjunto de la humanidad progresos, descubrimientos, avances y éxitos. Pero el tiempo nos ha mostrado que, tras esa fachada de apacible paternalismo mundialista, se escondía el rostro de unas élites que lo único que pretendían eran tenernos aherrojados a unas consignas emanadas de organizaciones que nadie votaba y sobre las que nadie tenía control. Era —y es— el gobierno de unas élites impuestas por ellas mismas, que no dan explicaciones y obran a su antojo.

Mientras hubo abundancia no existió el sentimiento crítico más que en un puñado de penadores, pero ahora pintan bastos y el pueblo se queda estupefacto cuando desde esas torres de marfil se nos dice que hay que comer insectos, que la carne sintética es buena, que hay que aceptar la invasión de inmigrantes ilegales con los brazos abiertos o que debemos renunciar del todo a quienes somos en aras de un mundo más feliz. He ahí el punto de inflexión. La gente ya no traga con esas barbaridades. Por eso el pensamiento clásico vuelve a triunfar. Porque el pueblo puede estar dormido durante años, pero cuando despierta no es tonto.

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