«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Campaña electoral

16 de mayo de 2023

Dicen los que saben que el spot de la campaña electoral de Ayuso no me gusta porque no soy el perfil al que va dirigido. Genios. Imagino que los creativos han pensado más en bandas callejeras de Nueva York, por aquello de los chasquidos de dedos y las coreografías. No encuentro ninguna concesión a la emoción o al intelecto ni a aquello que nos une. Asepsia de quirófano, estampas sin alma, muerte en vida y el jingle repitiendo «ganas». No tendrás sangre en las venas y serás feliz.

El mismo día en que se lanzó la campaña, que ya pintaba regulera con el bochornoso aperitivo de Las Ventas, mis padres tuvieron un pequeño accidente de tráfico.  La primera persona que les atendió, el viandante más cercano, al darse cuenta de que se trataba de dos personas de cierta edad, les tranquilizó y se hizo cargo de todas las llamadas. Lo mismo ocurrió con el resto de profesionales que intervinieron. Un grupo de personas desconocidas se ocupó de mis padres como si fueran suyos. Eso somos. Todavía.

Dicen los que saben de marketing que un anuncio es malo cuando podría ser intercambiable con cualquier otra marca, país, partido o producto. Y ocurre así porque la esquizofrenia de la corrección política y del igualitarismo consigue lo suyo: desnaturalizarnos, desarraigarnos y devolvernos atomizados a la sociedad.

No niego que todo tenga pinta de que nos vamos al carajo. La tentación de sucumbir a la desesperanza es grande y está fundada. La degradación de gran parte de la clase política es desalentadora. Pero no somos China ni Suecia, ni siquiera Estados Unidos. Mantenemos, todavía, una tensión espiritual que impide que se haya consumado la psicopatización de la sociedad. Somos españoles y eso va a salvarnos

Explicaba Dalmacio Negro en la revista Ideas el pensamiento de Menéndez Pelayo, revelador del alma nacional, para quien la tradición era fundamental: «Donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rico, grande o pequeño, no esperemos que brote, un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil»

La unidad nacional de los españoles, aunque no haya sido siempre política, viene de milenios y está nucleada en torno al cristianismo. La crisis moral, que es relativista y por tanto profundamente contraria a la fe —ésta exige el reconocimiento de verdades absolutas— es especialmente dañina para nuestro país. La fe, o la moral, católica, está indeleblemente unida al alma de España.

Pero somos una noche europea en el Bernabeu; somos el espíritu de Ermua; somos la cola de donación de sangre el 11M y el primer país del mundo en trasplantes de órganos; somos peregrinos y picaresca; jaraneros e indómitos; somos la valentía de Samuel Vázquez contra la corrupción y de Echeverría con su monopatín contra el odio. El teniente Monterde en Bosnia, la legión alzando al Cristo de Mena, los cascos azules en Yugoslavia, el tesón de Rafa Nadal y los transeúntes que ayudaron a mis padres.

Y  la cosa se anima si rebobinamos mucho: somos soldados españoles en Krásny Bor, el Regimiento Alcántara en la guerra del Rif, tercios en Rocroi, los últimos de Filipinas, celtíberos en Numancia.

Confío en que no caigamos, y en cualquier caso, si lo hacemos, seremos los últimos. Seguimos siendo Cazarrata en Las Ventas y pendemos de un hilo, pero ese hilo, aún tensado al límite, tiene una resistencia infinita porque viene de una tradición milenaria nucleada en torno al cristianismo.

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