Dicen los que saben que el spot de la campaƱa electoral de Ayuso no me gusta porque no soy el perfil al que va dirigido. Genios. Imagino que los creativos han pensado mĆ”s en bandas callejeras de Nueva York, por aquello de los chasquidos de dedos y las coreografĆas. No encuentro ninguna concesión a la emoción o al intelecto ni a aquello que nos une.Ā Asepsia de quirófano, estampas sin alma, muerte en vida y el jingle repitiendo Ā«ganasĀ». No tendrĆ”s sangre en las venas y serĆ”s feliz.
El mismo dĆa en que se lanzó la campaƱa, que ya pintaba regulera con el bochornoso aperitivo de Las Ventas, mis padres tuvieron un pequeƱo accidente de trĆ”fico.Ā La primera persona que les atendió, el viandante mĆ”s cercano, al darse cuenta de que se trataba de dos personas de cierta edad, les tranquilizó y se hizo cargo de todas las llamadas. Lo mismo ocurrió con el resto de profesionales que intervinieron. Un grupo de personas desconocidas se ocupó de mis padres como si fueran suyos. Eso somos. TodavĆa.
Dicen los que saben de marketing que un anuncio es malo cuando podrĆa ser intercambiable con cualquier otra marca, paĆs, partido o producto. Y ocurre asĆ porque la esquizofrenia de la corrección polĆtica y del igualitarismo consigue lo suyo: desnaturalizarnos, desarraigarnos y devolvernos atomizados a la sociedad.
No niego que todo tenga pinta de que nos vamos al carajo. La tentación de sucumbir a la desesperanza es grande y estĆ” fundada. La degradación de gran parte de la clase polĆtica es desalentadora. Pero no somos China ni Suecia, ni siquiera Estados Unidos. Mantenemos, todavĆa, una tensión espiritual que impide que se haya consumado la psicopatización de la sociedad. Somos espaƱoles y eso va a salvarnos.Ā
Explicaba Dalmacio Negro en la revista Ideas el pensamiento de Menéndez Pelayo, revelador del alma nacional, para quien la tradición era fundamental: «Donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rico, grande o pequeño, no esperemos que brote, un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte mÔs noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil»
La unidad nacional de los espaƱoles, aunque no haya sido siempre polĆtica, viene de milenios y estĆ” nucleada en torno al cristianismo. La crisis moral, que es relativista y por tanto profundamente contraria a la fe —Ć©sta exige el reconocimiento de verdades absolutas— es especialmente daƱina para nuestro paĆs. La fe, o la moral, católica, estĆ” indeleblemente unida al alma de EspaƱa.
Pero somos una noche europea en el Bernabeu;Ā somos el espĆritu de Ermua; somos la cola de donación de sangre el 11M y el primer paĆs del mundo en trasplantes de órganos; somos peregrinos y picaresca; jaraneros e indómitos; somos la valentĆa de Samuel VĆ”zquez contra la corrupción y de EcheverrĆa con su monopatĆn contra el odio. El teniente Monterde en Bosnia, la legión alzando al Cristo de Mena, los cascos azules en Yugoslavia, el tesón de Rafa Nadal y los transeĆŗntes que ayudaron a mis padres.
Y la cosa se anima si rebobinamos mucho: somos soldados espaƱoles en KrĆ”sny Bor, el Regimiento AlcĆ”ntara en la guerra del Rif, tercios en Rocroi, los Ćŗltimos de Filipinas, celtĆberos en Numancia.
ConfĆo en que no caigamos, y en cualquier caso, si lo hacemos, seremos los Ćŗltimos. Seguimos siendo Cazarrata en Las Ventas y pendemos de un hilo, pero ese hilo, aĆŗn tensado al lĆmite, tiene una resistencia infinita porque viene de una tradición milenaria nucleada en torno al cristianismo.