La pobreza estructural que padece la América hispana ha provocado una migración pacífica pero lenta y masiva. Las malas condiciones de vida han expulsado a millones de personas de sus países. Tempranamente, hace más de medio siglo, desde la «revolución» cubana hasta el actual régimen dictatorial instalado en Venezuela hace más de una década, las poblaciones se han visto forzadas a buscar otros lugares donde vivir y criar a sus hijos.
Esta época del año hace particularmente sensible la situación de esos millones de personas. La Navidad trae consigo un ambiente festivo. Es una ocasión propicia para el reencuentro familiar y la revalorización de los afectos, un tiempo de acercamiento y reflexión.
Con el paso de los años, mutan las expectativas con las que llegamos a fin de año; de pequeños nos captura la visita de Santa Klaus y los regalos que pueda dejarnos al pie del árbol. De mayores, nos hacen felices otros instantes asociados a la festividad: compartir la celebración de la misa de Nochebuena con padres e hijos o ver la sonrisa de los nuestros alrededor de la mesa familiar y comprobar que, más allá de las desavenencias cotidianas, Dios produce el milagro de tenernos unos a otros.
Sin embargo, esta descripción puede ser distorsionada por la mano del hombre, y América hispana es un ejemplo de ello. Los sucesivos populismos han arrastrado a la región a la miseria, a las carencias más extremas y han privado de libertad a sus sufridos habitantes a golpe de dádivas y corrupción.
La izquierda ha quitado a millones de personas la comida de la boca y la humanidad del alma para transformarlos en mendigos. ¿De qué democracia se puede hablar cuando el grueso de la población no tiene capacidad económica para decidir ni elegir? ¿Dónde queda la dignidad de los padres que deben recibir la asistencia del estado para alimentar y educar a sus hijos? El populismo aniquiló los incentivos personales al trastocar los valores sobre los que las sociedades estaban construidas. Privó a los individuos de la iniciativa personal, ese potencial interno que es el combustible para animarse, para esforzarse y soñar con que un futuro mejor es posible.
Frente a este panorama, que pasó de crisis a estatus quo, aniquilado el futuro, sobre todo los jóvenes reconocieron la falta de oportunidades para ellos en estas sociedades empobrecidas y la necesidad de encontrar un lugar que les brinde la posibilidad de proyectarse se vuelve un mandato que sale de sus impetuosas entrañas. Así, empujados y expulsados por sus propios países, emigran.
Son muchos, muchísimos los padres argentinos que festejan la Navidad con la silla vacía de los hijos que se fueron del país. Porque Argentina, durante las últimas dos décadas, se encargó de componer una realidad tan oscura que llenó los consulados extranjeros de jóvenes haciendo trámites para su radicación muy lejos de sus orígenes.
La Argentina es uno de los que padeció ese proceso. Así como recibimos miles de europeos durante los siglos XIX y XX, hoy nuestros hijos hacen el camino inverso. El dolor de verlos partir se mitiga en la convicción de que les espera una vida mejor y la transformación que encara el nuevo gobierno no alcanza para modificar drásticamente la tendencia; el impulso a mejorar el presente sigue estando y quienes ya están afincados en el exterior, no tienen en mente volver porque las mejoras serán lentas.
Querido hijo, tú eres uno de esos tantos miles que dejó la Argentina; te fuiste hace varios años de este infierno; te alejó otro infierno, el de la mediocridad y la falta de horizonte. Abandonaste el país buscando futuro porque, a pesar de tu juventud, entendiste que aquí no lo habría. Hace años que nuestro país se volvió un lugar hostil para la gente honesta y trabajadora. Los que tienen suerte, gozan de la opción de irse, otros quedan atrapados. La Argentina sigue siendo un país profundamente injusto donde el esfuerzo no cotiza.
No fue la pandemia; no los expulsó una guerra, desastres naturales o el rigor del clima sino una clase dirigente vergonzosa que, a través de varias décadas hizo de la Argentina, primero, un lugar sin futuro y luego, un lugar sin presente. Entre políticos irresponsables, empresarios prebendarios y sindicalistas inescrupulosos perfilaron un país de matones, iletrados, prepotentes y acomodados; gente de baja calaña que ocupó legal pero ilegítimamente los espacios de conducción hasta hacer inviable ejercer, comerciar y desarrollarse.
Te criamos en nuestros valores, sobre el pilar de la libertad y con el eje en la cultura de las tradiciones y respeto por los valores morales, en un marco de responsabilidad personal que supiste incorporar en absoluta armonía con lo que recibías en el colegio. Queríamos para vos una vida plena: que fueras un buen profesional en la disciplina que eligieras pero, por sobre todas las cosas, que te transformaras en un hombre de bien.
Te enseñamos a transitar tu propio camino y a aceptar, como dijera Jean Piaget, que «elegir es perder». Aprendiste a elegir, a dejar cosas en el camino para no dispersarte en tus objetivos y a equivocarte, pero también a incorporarte y seguir. Te mostramos con el ejemplo que la dádiva proviene de otro que da y quita a discreción pero que los logros propios no te los arrebata nadie, a encontrar satisfacción en ellos y en cada progreso.
La escuela de los Christian brothers te dio conocimientos, modelos de vida y te inculcó el incalculable valor de la amistad. Fue el complemento perfecto para hacer de vos el ser humano que eres hoy.
Así empezó a germinar en tu alma la necesidad de un mundo mejor. Y un día te fuiste. Desde entonces soportamos esa enorme distancia que nos separa, pero también sabemos que no es gratis para ti, que no es todo placentero. «Cuando abrazo al abuelo lo hago pensando en que alguna vez ese abrazo habrá sido el último» me dijiste un día y tu predicción terminó cumpliéndose. Los dolores, las pérdidas y los logros se comparten vía internet. Es el costo del desarraigo, el alto costo del desarraigo. No estar en familia cuando los hechos suceden en la Argentina es triste. Asumir que no podrás ver a tus hijos crecer en tu país es duro.
Somos muchos los padres que reemplazamos el almuerzo familiar por la video llamada para saber de ellos porque son muchos los jóvenes que abandonaron la Argentina. Las pantallas tienen un enorme valor entre nosotros. Nos vemos, nos sonreímos y nos mostramos desde el teléfono el lugar donde estamos o el regalo que acabamos de recibir. Son momentos de intensa alegría hasta que alguien dice el primer «bueno…», que indica que es hora de cortar.
En cada comunicación pasamos lista de los amigos y familiares y te contamos las noticias de todos ellos. Y luego volvemos cada uno a lo suyo. Nosotros acá, sin vos; tu allá, sin nosotros.
Yo celebro que estés creciendo personal y profesionalmente en otro lado pero, no me engaño, soy consciente del día a día que me estoy perdiendo en nuestra relación.
Es la vida. Por eso, intento mostrarte que para mí la lucha por una sociedad mejor continúa. Tal vez, si hay frutos, no serán para ti, pero sí para los millones de jóvenes valiosos que están atrapados por un sistema perverso que los tiene de rehenes y que hoy intentamos erradicar con el esfuerzo de todos. Por eso te mandé fotos desde el Congreso mientras reclamaba a los legisladores por el respeto a la vida; por eso me uno a causas internacionales contra el marxismo del Siglo XXI, el feminismo y la Agenda 2030; por eso reclamo por una Corte Suprema honorable y por la transparencia política; por eso no claudico porque en Argentina todavía hay mucho por cambiar; porque quiero seguir siendo coherente, porque la lucha por las causas justas disipa la angustia de tu ausencia y porque sé que, en un rinconcito, tu alma también sufre por esas mismas cosas.
Hago extensiva esta carta a los miles y miles de padres que comparten este sentimiento que hoy describo. Vaya también el reconocimiento a España, que ha recibido con afecto a tantos hijos nuestros.
Feliz Navidad, hijo querido! Cuando suenen las 24 campanadas, cuando los fuegos artificiales iluminen el cielo, acá vamos a estar pensando en ti. Te queremos y el orgullo que sentimos por la persona en la que te has convertido le da sentido a cualquier sacrificio.