«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Carta a Pérez de los Cobos, presidente del Constitucional

23 de abril de 2015

Recordando a G. K. Chesterton, cuando en una incompleta sentencia, sin duda por la nefasta influencia del derecho anglosajón, dijo: “Para ganar en juicio, debe asistirnos la razón legal. No basta con la razón moral. Hoy, la razón legal y la moral no tienen porqué coincidir, pueden ser distintas. ¡Ojalá llegue el día en que a cada razón moral, le corresponda una razón legal!”

Don Francisco Pérez de los Cobos, Presidente del Tribunal Constitucional, jurista de indubitado prestigio, murciano, (región que ha dado notables hombres al Derecho como Juan Ramón Calero), tiene en su mesa un espinoso asunto, que el actual Gobierno de la nación, en otra de las dejaciones a su compromiso social (pacta sunt servanda – lo pactado obliga) y su promesa de abolición de la conocida ley Aído, aprobada siendo presidente el señor Zapatero, en la que se despenalizaba la práctica de la interrupción voluntaria del embarazo, se ha puesto de perfil en una de las más burdas, cobardes y deleznables actuaciones que puede tener un político, ya no con capacidades, sino con arrestos para afrontar con un mínimo de dignidad la vida pública. 

Y es que don Francisco, tiene usted la oportunidad de pasar a la historia como uno de aquellos grandes jurisconsultos decimonónicos que afrontaron la tarea codificadora con miras de Estado y permanencia, cuya labor perdura cien años mas tarde, impertinentemente estable por su gran vigencia y eficacia. Personajes como don Alonso Martínez, cuya estatua preside una céntrica plaza madrileña y a la que usted don Francisco, podría hacer competencia mediante un moldeado de bronce al efecto, pues hechuras para ello las tiene, no me lo negará. Ser recordado como alguien que en el ejercicio de sus responsabilidades se pronuncia en defensa de la vida en su plenitud, a través de una resolución que salve de la muerte a miles de inocentes, los cuales estoy seguro erigirían ese pedestal en el más reluciente rincón de Madrid, admirado por los transeúntes de una sociedad que, esperemos deje de venerar el individualismo como fuente del egoísmo para admitir a la persona como portadora de valores permanentes.

Y es que el problema reside en que cuando nos empeñamos en querer contrariar al Derecho Natural y venerar un Derecho Positivo desprovisto de principios morales, estamos anudando en nuestro pescuezo el arma silente que acaba con una civilización huérfana de cimientos sólidos. Cuando a través de Tribunales nos atrevemos a certificar cuándo empieza la vida, qué es la vida o a partir de cuándo la vida es susceptible de defensa, estamos entrando en el terreno y esfera de lo trascendente, permanente e indiscutible, para darle rango positivo y convertirlo en norma social. Esto es lo que hizo la Sentencia 53/1985 del TC, resolviendo el recurso presentado por don José María Ruiz Gallardón, padre del dimitido Ministro de Justicia. Recurso bien armado, con siete motivos razonados, potentes, convenientemente elaborados y cuya posterior sentencia que, en definitiva mantenía la penalización del aborto voluntario salvo en tres excepciones, en lo que podría considerarse una contradictio in terminis, pues a su vez sostiene la defensa de la vida, reflejada en el nasciturus (concebido y no nacido), esto es desde el momento de la concepción. Ay! Que oportunidad perdida cuando pervirtió al término “todos” (Art. 15 CE), para dejarlo en “casi todos” tienen derecho a la vida. Y lo que es peor, aquellas deficiencias entrando a justificar las excepciones con argumentos morales que se criticaban de contrario, con ello también se reconocía la complejidad del tema. Y es que queridos amigos, jugabais con asuntos que no os pertenecen, que no nos pertenecen, la vida de los inocentes. 

Si, don Francisco, la mayoría de la sociedad no es consciente del drama, pasan de ello, nos pilla mas cercana la muerte súbita de un maestro asesinado con ballesta por un niño o el vergonzoso naufragio de indigentes en busca de El Dorado a través del Mediterráneo, que miles de cuerpos ya formados, dispuestos a sonreír a la vida y que son succionados por letales aspiradoras, descuartizados con demoniacos inventos, para acabar en una bolsa de basura, parca expresión de algo que falla en nuestra especie. 

Don Francisco, sé el problema que tiene, soy consciente de ello, pero como presidente del TC le ha tocado ese baile y la actuación del gobierno del señor Rajoy le ha complicado si cabe, más la existencia, pero tienen usted y sus acompañantes la oportunidad de enmendar la plana. Permítame decirle, que cuando manifestó hace unos días en el diario ABC, que el TC no se había pronunciado sobre el tema por “responsabilidad y prudencia”, tuve la percepción de que consideraba la cuestión algo coyuntural, pendiente de las decisiones políticas que harían inútil pronunciarse sobre el recurso presentado por el Sr. Trillo. No utilice la prudencia como el disfraz de la cobardía, sería lamentable, durante estos cinco años se han matado muchos inocentes. Comprendo que se sienta atraído a aplicar la teoría de los actos propios, pero la parte actora y recurrente al menos formalmente no es la misma, así que puede obviarlo. También puede ir al contenido de la Sentencia del 85 y no alejarse de dichos parámetros, pero seguiríamos con la puerta abierta a nuevas interpretaciones.

Le sugiero que con valentía recupere el verdadero sentido del Art. 15 de la CE, y más que eso, el coraje de la defensa de valores superiores que no pueden estar al albur de interpretaciones legales, sea jurista valiente y coherente. Le valdrá la pena y miles de futuros ciudadanos (alguno de ellos quizá pueda sustituirle en el futuro), se lo agradecerán porque ni usted, ni sus colegas  se ofrecieron a que su muerte fuera gratuita, interpretable o legalmente aceptable. 

Mientras, un puñado de rescatadores, ellos y ellas voluntarios que intentan delante de esos mortuorios hechos negocio, salvar alguna vida, desesperados, pero con la conciencia en paz, pretenden tornar esos rostros perturbados en primaveras llenas de vida futura que late en su vientre. Qué gran labor, silenciada, no reconocida, incluso afeada por reformistas de moqueta. 

Efectivamente el converso Chesterton tenía una vez más razón, pero añadiría algo, sin duda por influencia de nuestra cuna jurídica en el Derecho Romano, más completo y garantista, algo que los abogados decimos a nuestros clientes: “Por desgracia lo moral, lo legal y lo judicialmente justo no coinciden, ojalá algún día si lo hagan”. Así se lo dije, aprovechando su presencia en un consejo de administración a un Presidente de una comunidad que usted conoce don Francisco y no se si él me entendió. 

Espero que usted sí. Con todo el respeto. 

 

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