«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Cataluña: urge volver a la normalidad

14 de octubre de 2013

El paso del tiempo va, lentamente, poniendo a la luz la irracionalidad de los pujos separatistas de los nacionalistas catalanes, que se fundan en falsedades palmarias (una historia escamoteada y manipulada), eslóganes demagógicos (España nos roba, derecho a decidir) y, sobre todo, en el estímulo de sentimientos colectivos que impidan el uso sereno de la razón e incluso la observación de la pura realidad, como la certeza de la marginación de la Unión Europea de una Cataluña independiente. No es que la concentración del sábado fuese el asombro del mundo por su concurrencia, pero el solo hecho de que, tras un año más de martilleo propagandístico desde un Gobierno autonómico sectario y unos medios de comunicación oficiales o generosamente subvencionados, haya acudido a la plaza de Cataluña un número sensiblemente mayor de personas que el año pasado significa que el buen sentido y el reconocimiento de la realidad no han desaparecido del todo de esa tierra tan admirable por tantas cosas.

Sin embargo, no se puede olvidar la enorme capacidad de atracción que los impulsos emocionales poseen en sociedades castigadas por la penuria económica u otros contratiempos graves, sobre todo si son víctimas de la decadencia y el desarme moral. Así ocurrió en la Cuba del dictador Batista y, en Europa, en la Alemania de entreguerras y del “triunfo de la voluntad”. El riesgo de que un país entre en crisis en estas condiciones está presente, y así se pudo percibir en el discurso del Príncipe de Asturias en la celebración de la Fiesta Nacional, pues una apelación a la unidad nacional, que no tendría mayor trascendencia en otras circunstancias, el sábado tenía por fuerza que interpretarse en el contexto de la agitación separatista que venimos soportando.

Decimos que el paso del tiempo va esclareciendo los términos de un debate nacional que desde el principio se ha presentado turbio. La cuestión es cuánto tiempo hará falta para que se vuelva a la normalidad con los menores daños posibles, que algunos habrá sin duda, pues no se sacude impunemente a una sociedad como lo han hecho Mas y Junqueras. Es comprensible el nerviosismo de amplios sectores de ciudadanos en el conjunto de España –Cataluña incluida, desde luego– al ver la aparente quietud del Gobierno, que permite que se vayan creciendo los separatistas con todo género de iniciativas más o menos simbólicas, más o menos estrafalarias, pero siempre en la misma dirección disolvente. También se entiende, aunque con más dificultad, que el Gobierno no quiera cargar con la responsabilidad exclusiva de una voladura de puentes de diálogo. Pero cuanto más tiempo pase sin que nadie mueva pieza será peor para todos.

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