«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El césped lo aguanta todo

9 de septiembre de 2015

La federación se ha retratado si ya no lo había hecho antes. Se ha puesto al lado de aquello que no debe representar el espíritu de la Selección española. Se ha alineado en contra de la afición de una nación y ha dado cobijo a las provocaciones y chanzas de la adolescencia inmadura y multimillonaria. Ha elogiado la burla y la discordia palmeando la espalda del mal ejemplo. Ese del que están tomando buena nota los más pequeños. La mayoría crecimos entre libros y balones de fútbol y más de uno recordará las riñas a cuenta del “¡yo me pido Míchel!”; “no, ¡Míchel me lo pido yo!”. Los futbolistas fueron, son y serán el espejo en el que se miran los niños. Son sus ídolos. Hoy la vida de los deportistas trasciende lo deportivo y los chavales tienen acceso, merced a las redes sociales, a lo que comen, a lo que visten, a la música que escuchan y también (y muy importante) a lo que dicen y a sus comportamientos.

Siempre me han parecido ridículos y absurdos los spots en los que aparecen jugadores de todas las razas manifestándose en contra del racismo y cuestiones similares. Básicamente porque aprendido se viene de casa y me resulta irritante que se me tenga que aleccionar a través de los medios acerca de algo tan obvio. Todo ello me resulta insoportable cuando desde los púlpitos de poder deportivo se trata como víctima a quien, con su provocación permanente, se empeña en ponerse a todo el mundo en contra y cuando recibe el “cariño” de vuelta busca las faldas de sus mayores cuando fue él quien primero metió el dedo en el ojo.

Jamás sentí la Selección como propia y no me equivoco si afirmo que gran parte de mis compatriotas son de la misma opinión. El equipo está configurado a la medida de la España actual: descafeinada, relativista, desprovista de valores y contraria a su propia esencia. Bajo un envoltorio de buenismo se canalizan “sensibilidades” distintas a la idiosincrasia que debe representar un equipo nacional. La cruzada por las selecciones autonómicas ya tuvo lugar y se me ocurre que puede ser un lugar en el que manifestar las particularidades aldeanas de cada cual, pero en modo alguno trasladarlas a aquello destinado a representarnos a todos.

El enfoque equivocado, sin duda intencionado, en que mi generación ha sido instruida respecto de España y su historia, nos trae hasta el momento actual en que se permeabiliza el adoctrinamiento político en el sustrato de los terrenos de juego. Esos que se riegan con el mismo cariño con que los “mandamases” futbolísticos obsequian al díscolo jugador. La patada hacia delante a este asunto debe sugerir cordura, sentido común y la necesidad de ser atajado. Se me antoja pensar que los hechos conocidos no responden a chiquilladas de grandullones, de otro modo no podría entenderse el abrigo prestado al protagonista. 

Los mismos que se rasgan las vestiduras con gritos de contenido malsonante y esos mismos que prohíben hasta la entrada de un inofensivo bocadillo en el campo, no vaya a ser que descalabren a alguien, se mantienen posturas irresponsables no afeando conductas tendentes a la discordia. Todo ello con un significado más profundo del que a simple vista se observa y de consecuencias más graves de lo que podemos imaginar.

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