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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Coherencia, el nuevo voto útil

27 de junio de 2016

En mayo de 2013, en el segundo aniversario del 15-M, María Dolores de Cospedal volvió a desafiar a los movimientos sociales para que abandonaran las plazas y se presentaran a las elecciones. La secretaria general del PP repetía una consigna que su partido venía usando desde la acampada de Sol. Poco después, en las elecciones europeas un pequeño partido dirigido por un profesor curtido como tertuliano en platós de televisión daba el campanazo al cosechar más de un millón de votos. Podemos irrumpía con fuerza en la escena política con un programa electoral similar al de Syriza.

La opinión pública pasó de la sorpresa a la conmoción. Los sondeos demoscópicos no habían detectado o no habían querido detectar el enorme seísmo alternativo que se gestaba en el subsuelo de la política oficial. Unos días antes de la cita con las urnas, El País anunciaba en portada que el bipartidismo cobraba fuerza de cara a las europeas. De nada sirvió la propaganda del PSOE y sus satélites para capitalizar todo el voto útil contra Rajoy y a favor del “cambio”. Dato importante: más de un millón de personas rompieron con el pragmatismo y confiaron su voto por una formación emergente que les daba una nueva ilusión. Ellos fueron los primeros sorprendidos por el éxito conseguido. En las elecciones generales del 20-D Podemos sumó más de cinco millones de votos (el 20% del electorado) y es muy probable que el próximo domingo haga el famoso sorpasso al PSOE.

En otro nivel de importancia, las elecciones europeas permitieron a la formación ecologista Equo revalidar su diputado y en las generales de diciembre más de un millón de personas votaron al partido antitaurino (PACMA) para el Senado. Está claro que en la izquierda cada vez son más los que votan por convicción y no con la calculadora en la mano.

A nivel regional también tenemos el caso de las Candidaturas de Unidad Popular. La CUP es todavía mejor ejemplo que Podemos para exponer la vitalidad que ha cobrado la coherencia en la política actual. Para darse a conocer, esta pequeña formación antisistema no ha contado con un líder popularizado en los platós ni con sospechosos apoyos internacionales. La CUP se constituyó en Cataluña a mediados de los ochenta y a lo largo de tres décadas se ha ido consolidando y extendiendo gracias a una estrategia municipalista estructurada a través de casals, ateneos, colectivos de ámbito local y grupos juveniles. Ha tenido un crecimiento orgánico y desde abajo, opuesto al crecimiento desde arriba vivido por Podemos.

En las autonómicas de 2013, la CUP saltó de los ayuntamientos periféricos al Parlamento de Cataluña. Y desde que empezó a tener apariciones en la prensa oficial su respaldo popular no parado de crecer. También su influencia política: la declaración rupturista del Parlamento de Cataluña incluyó a última hora una adenda de contenido social para contentar a sus diez diputados conseguidos en las autonómicas de 2015 y Junts pel Sí les presentó la cabeza política de Artur Mas en bandeja de plata. El peso específico de los anticapitalistas en la vida política catalana es tan evidente que cada paso del proceso de independencia depende de los resultados de sus asambleas populares.

Los votantes de la CUP no han sucumbido a los cantos de sirena del voto útil de Junts pel Sí. Además, los representantes cuperos no se dejan asustar ni bizcochar con cargos o promesas. Además de extrema izquierda, los antisistema han resultado ser de extrema coherencia.

Hay una lectura incómoda de las últimas convocatorias electorales que la industria del voto útil pretende eludir. Y por “industria” me refiero a ese conglomerado de intereses políticos y mediáticos difíciles de separar. Los beneficiarios del actual estado de cosas azuzan el miedo ante el nuevo paisaje político y se niegan a extraer algunas conclusiones que ponen en riesgo las bases que aseguran su posición. Tras el colapso del bipartidismo, el voto útil ya no consiste en votar al PP o al PSOE. La lógica electoral de rojos o azules se ha roto y ha surgido un nuevo panorama multipolar. El acceso a La Moncloa, los Presupuestos y el BOE ya no depende solo del número de escaños que obtenga un determinado partido, sino de su compatibilidad con otras formaciones y su capacidad para forjar coaliciones. En el futuro, para los pragmáticos decidir su voto va a ser más difícil que terminar un sudoku. Las posibles combinaciones y derivadas crecerán exponencialmente. Por eso, un partido minoritario de valores fuertes puede condicionar la acción de gobierno de la mayoría

En la orilla izquierda se ha producido un desapego de los viejos partidos, del pragmatismo del voto útil y una vuelta a los valores fuertes de izquierda. De esta forma han dado un vuelco radical al panorama político. En la otra orilla ha ocurrido todo lo contrario. Un único partido monopoliza todo el espectro político (Ciudadanos es un centro yogurín-jacobino). Esta anomalía, que no se produce en ningún otro país de Europa, está cosechando resultados muy pobres. Su electorado natural está en depresión crónica y ya se ha acostumbrado a renunciar a dar la batalla política, a tragar todo tipo de escándalos de corrupción y a votar con la nariz tapada. No les mueve la ilusión, sino el miedo. Miedo al otro. Miedo al socialismo, miedo al bolivarianismo. Paradójicamente, cuanto más se han entregado al voto útil, más se extendido el socialismo y el bolivarianismo.

Aunque la industria del voto útil se esfuerce en silenciarlo, nunca antes las convicciones y la coherencia han determinado tanto la política como hoy. Las multitudes cantando con el puño en alto y la alegría y abrazos de sus nuevos dirigentes demuestran que lo que les mueve no es el miedo, sino la ilusión. Ellos han decido no renunciar a sus ideales, por muy cuestionables que estos sean. La izquierda es capaz de dar un millón de votos a una formación nueva a pesar de que ningún sondeo les conceda representación. También es capaz de dar un millón de votos a un partido que lucha contra el maltrato animal. Sin embargo, el electorado de la derecha no es capaz de dar voz a un solo parlamentario que defienda el derecho a la vida. La honestidad intelectual nos lleva a reconocer que, hoy en día, el votante de valores está en la izquierda. Además de combatir al adversario, hay que saber admirarlo y aprender de él. Los “perroflautas” están dando toda una lección de principios a muchos que se consideran personas de valores pero que, a la hora de la verdad, no pasan de ser malminoristas de corto plazo.

 

Gandhi solía decir que «debes ser el cambio que deseas ver en el mundo». Por eso, las próximas elecciones son una buena ocasión para que los Olvidados voten sin mirar la calculadora. Una buena ocasión votar con fuerza y saborear el placer de la coherencia. No sé si será el inicio para que España cambie, pero seguro que es el inicio para que nosotros cambiemos.

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