Es un libreto. Y no se trata de esbozos conspiranoicos. Es un libreto. Paso uno, paso dos y paso tres.
Por supuesto que a ninguno nos gustaba la reforma tributaria del Gobierno de Iván Duque. El aumento impositivo, sin reducir el gasto estatal y los recursos para la abultada nómina del aparato, es un despropósito en tiempos de hambre y desespero. Pero lo que hoy ocurre en Colombia, donde reina el caos y el fuego se esparce como el pánico, es otra cosa que no es descontento.
La izquierda dice que protesta contra la reforma tributaria, pero es mentira. No le puede importar la reforma cuando al mismo tiempo exige más subsidios. La lógica se le cae rapidito y expone lo que hay detrás del ánimo en las calles: un intento, bien capitalizado por la extrema izquierda, de derribar al Gobierno de Iván Duque.
Gustavo Petro es quien alienta la protesta. Y la protesta, por supuesto, devino en caos: saqueos, disturbios y vandalismo. El país detenido, agonizando, y con desabastecimiento. Cientos de manifestantes marchan sobre las calles de Cali y Bogotá destruyendo todo a su paso. Su afán es devastador. El propósito es generar desorden. Una sublevación contra lo establecido.
Miles de millones en pérdidas. Propietarios que lloran porque su patrimonio se redujo a cenizas. Tiendas, hoteles, comercios, devastados. Y una agresiva arremetida contra la policía.
Es un libreto. Paso uno: generar caos y provocar represión. Podemos tacharlo, porque hubo represión. En medio del conflicto y la tensión, varios manifestantes, una veintena hasta ahora, fueron asesinados. Entonces, el Gobierno de Duque es dictatorial y tantas oenegés, normalmente inútiles pero oportunistas, pegaron el grito al cielo. Con sus bonitos y adornados comunicados, salieron a condenar la «excesiva brutalidad policial». Nada de la anarquía, la destrucción, el intento de quemar vivos a policías y de cómo se pervirtió por completo la protesta. Podemos tachar el paso dos: descrédito del Gobierno.
Nada es nuevo y quizá los venezolanos, que lo vivimos y no aprendimos en su momento, ahora podemos precisar cuando se replica el libretico. Los azos, le llaman. Ocurrió en Ecuador en el 82 y se repitió hace poco; en México en el 81, en Perú y en Costa Rica. En República Dominicana cuando gobernaba Blanco. El Rosariazo, el Limazo, el Santiagazo, el Ibañazo y el Caracazo.
Nadie duda de que las manifestaciones hayan surgido como un movimiento orgánico y a partir de una exigencia legítima. Al final, por supuesto que había razones para protestar. Pero la izquierda, en cara de Petro, como buena depredadora, olió sangre y mordió. Y le acompañan, claro, los criminales del mundo, como Diosdado Cabello, que ya salió a repudiar a Duque.
No se puede abordar con grises lo que ocurre en Colombia. Presenciamos en vivo el desarrollo del plan de la izquierda criminal. Gustavo Petro, oportunista, aprovecha el ánimo en las calles para impulsar su proyecto, liberticida y delincuente. Esta es la única discusión posible.
Ya no parece que haya mucho que hacer. Hoy el Gobierno de Duque, aunque demasiado blando, es, ante los ojos del mundo, el victimario. No importa que haya retirado la reforma tributaria, que esté buscando un diálogo entre sectores o que su ministro de Hacienda haya dimitido. No. Como Piñera en Chile, mientras más se arrodille, más fácil degollarlo.
La izquierda no descansará hasta alzar el cadáver del Gobierno colombiano y el uribismo. No importa qué tanto se incline Duque. Petro apretó las fauces y no soltará hasta entrar en Nariño. Allí culmina el libreto. Con el paso tres: el presidente renunciando o destituido. Colombia, por ahora, enfilada hacia el abismo.