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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Cómo hacerse con un gato

2 de mayo de 2022

No es fácil. Yo he tardado dos meses en conseguir uno. Cuando oigo decir a alguien, que por lo general es un político, un periodista o un tertuliasno (con ese de burro), que vivimos en un régimen de libertades, me entran ganas de cruzarle la boca. 

Lo del gato no es un capricho de columnista que no sabe ya de qué escribir. No, no, qué va… Es el lamento de una persona madurita, muy madurita, que tuvo la suerte de vivir, cuando maduro no era, en un mundo libre y la mala pata de hacerlo ahora en otro que no lo es. 

Soy gatófilo a más no poder. No voy a entrar ahora en los detalles de esa afición que raya en devoción. Dediqué una novela entera ‒Soseki. Inmortal y tigre (Planeta)‒ a tal asunto. Ya he cumplido. Permítame el lector que la recomiende a todas las personas que, como yo, aman a los gatos y también a quienes los detestan para que aprendan a amarlos, por no decir a adorarlos, pues son seres superiores y  príncipes de la libertad.

He tenido decenas y decenas de gatos a lo largo de la vida. Tengo dicho que donde no hay un gato, no hay un hogar. Nunca tuve dificultades para encontrar uno ni, menos aún, para que ellos me encontrasen a mí.

No explicaré cómo ha llegado hasta aquí, no vaya a ser que hayamos cometido algún delito en un país en el que casi todo está prohibido

Últimamente tenía tres: Teseo, Dami y Bufa. Llevaban muchos años conmigo. Vieron nacer al más pequeño de mis hijos, que no lo hizo en la frialdad de un paritorio hospitalario, sino en la calidez del sofá de mi casa.

Bufa, que era un santo, murió en las últimas navidades, aquejado de una insuficiencia renal que iba a más y no tenía cura. Lo vivimos todos como un drama, pero para mi hijo fue una tragedia. Le guardó luto durante varias semanas y aún sigo preocupado por la posibilidad de que esa muerte deje una cicatriz perenne en la delicada piel de eso que los psicoanalistas llaman traumas infantiles. 

Me pidió entonces mi hijo que buscara un cachorrillo gatuno similar en su pelaje al que acabábamos de perder, que era blanco y negro, y le prometí que así lo haría. 

Pasó Reyes y me puse en marcha. Indagué, busqué por las Redes, hablé con familiares y amigos, tanteé a las sociedades y oenegés protectoras de gatos ‒hay muchas‒, me dieron esperanzas que a renglón seguido, por distintos motivos, sanitarios algunos, administrativos otros, se desvanecían, y de ese modo fueron pasando los días, con mi hijo impacientándose y yo desesperando.

Por fin, hace cosa de mes y pico, colgué en mi cuenta de Twitter, que tiene ya más de cien mil seguidores, una petición de ayuda. Quería, dije, un gatito destetado, juguetón, cariñoso y blanco y negro. ¿Alguien podía facilitarme uno? Respondieron varios tuiteros, aunque no muchos. Menos, desde luego, de los que yo esperaba. Al cabo recibí una oferta que llegaba desde un pueblo de Extremadura. Su remitente era una chica amabilísima y dueña de una gata que acababa de tener cachorros. Me ofreció uno de ellos. Cumplía todos los requisitos. Lo acepté de inmediato, pero había un problema: el de los cuatrocientos cincuenta kilómetros que separaban nuestros respectivos domicilios. Yo le sugerí que me lo enviase por mensajería y le aseguré de que correría con los gastos que el traslado originara. La chica se puso en contacto con una empresa de transportes y cuando todo parecía ir sobre ruedas, la mensajería en cuestión nos informó de que la normativa vigente, impuesta por los funcionarios de un gobierno cuya principal actividad es la de meter las narices en la vida privada de los gobernados y la de poner palillos en las ruedas del libre albedrío de sus súbditos, prohibía el transporte de gatos que tuviesen menos de tres meses, no estuviesen vacunados, careciesen del chip que todas las mascotas deben llevar, hubiesen sido desparasitados y no sé cuántas condiciones más. Ni que decir tiene que de todo eso, y de mucho más, íbamos a ocuparnos nosotros, como es natural, pero en el organigrama ideológico de los padres superiores de las órdenes mendicantes de los gobiernos autonómicos, y no digamos del que okupa la Monkloa y asienta las posaderas en el banko rojiazul del hemiciklo de las Kortes, no hay espacio para el sentido común ni para la presunción de inocencia de quienes les pagamos las mariscadas y sufrimos su inkompetencia con ka de KGB.

¿Me tildarán de fascista si ahora digo que esas cosas con Franco no pasaban?

Al final… Bueno, al final, el nuevo gatito, que es una delicia, ya está en su nueva casa, ya duerme con mi hijo, ya come a dos carrillos y bebe a grandes sorbos, y yo, mientras escribo esto, lo veo jugar con Teseo y con Dami, y dar brincos en el aire. El martes lo llevaremos al veterinario. No explicaré cómo ha llegado hasta aquí, no vaya a ser que sin voluntad alguna de delinquir hayamos cometido algún delito en un país en el que casi todo está prohibido pese al régimen de libertades que en él, según nos dicen, impera.

¿Me tildarán de fascista si ahora digo que esas cosas con Franco no pasaban?

A mi primer gato lo compré en el Rastro y a casi todos los demás los recogí en la calle o en la casa de un amigo. Soy un reincidente. No tengo perdón de Dios, pero seguro que la diosa Bastet me acogerá en su reino.

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