«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Con franqueza bolchevique

31 de diciembre de 2020

«Ahora bien: ¿son solamente los componentes del grupo, es decir, Bullejos, Adame, Trilla y Vega, los culpables de que el partido no haya tenido la dirección del movimiento revolucionario, retrasando así la descomposición del régimen y fortaleciendo, por lo tanto, aunque momentáneamente, las posiciones de la burguesía y de los terratenientes? Con franqueza bolchevique te digo que no, camarada Hurtado…»

Las palabras reproducidas pertenecen a Dolores Ibárruri y forman parte de la rectificación o autocrítica que la dirigente comunista se vio obligada a hacer en 1932 ante la Internacional Comunista apoyando la expulsión de aquellos camaradas que se habían desviado del camino trazado por Moscú para las cosas de España. Este cínico testimonio y otros importantes documentos forman parte del libro El comunismo en España, publicado en Madrid en 1935. Su autor fue Enrique Matorras, precoz activista integrado en la Juventud Republicana Radical Socialista primero, y en el Partido Comunista de España S. E. I. C., después. Expulsado de este último, Matorras fue torturado durante tres días por sus antiguos camaradas antes de su asesinato en una checa en agosto de 1936. Con 23 años, dos años después de abandonar los por él calificados como «equivocados campos del socialismo y comunismo», Matorras, que había reubicado su activismo dentro del sindicalismo católico, dejó viuda y tres hijos, pero también la obra referida, repleta de datos del máximo interés en un tiempo, el actual, marcado por una «memoria» oficial que ya no es «histórica», sino «democrática». Al cabo, los días segundorrepublicanos y guerracivilistas se acercan al siglo de distancia y su utilidad política, a pesar del incesante esfuerzo propagandístico, comienza a decaer. No obstante, el mantenimiento de la polarización impulsada por ZP, ahora ampliada hasta el borde mismo de la Constitución de 1978, sigue siendo rentable para el principal partido del tardofranquismo, pues el señalamiento entre franquistas y antifranquistas, 45 años después de la muerte del general, aún da frutos.

Iglesias, autodefinido como comunista, permanece cautivo del influjo frapero experimentado en su más tierna infancia

El libro muestra a las claras hasta qué punto el comunismo español estuvo dirigido por la URSS y tuvo que competir, dentro de su espectro ideológico, con el socialismo y el anarquismo, generación de izquierdas muy arraigada –acuda el lector a El laberinto español de Gerald Brenan- en España, acaso porque sus referencias eran más comprensibles para los católicos españoles de la época que la mecanicista idea del hombre soviético. Como es sabido, el crecimiento del Partido Comunista durante la II República fue lento e irregular. De hecho, en las conclusiones de su obra, Matorras trazó este crudo retrato de la militancia:  

«Es indudable que el noventa por ciento de los militantes del partido no son comunistas en lo que esta palabra signifique de asimilarse la teoría del materialismo histórico, pero sí podemos afirmar con toda certidumbre que son hombres fanáticos, formados en una mentalidad de máquina, y que por consecuencia de ella son capaces de realizar los mayores absurdos».

Un retrato que, por las analogías con nuestro presente, obliga a volver los ojos sobre los actuales integrantes del así llamado «bloque socialcomunista», cuya heterogeneidad –dentro del mismo hay globalistas, feministas, anticapitalistas y una larga lista de etiquetas más o menos nítidas- se disipa al invocar el mito de la II República, agitado recientemente por Pablo Iglesias Turrión, cuando afirmó que entre langostino y lombarda navideña, el debate familiar giraría en torno a la alternativa monarquía/república, entendida esta como una suerte de reedición de aquella que tuvo como bandera la tricolor. Con la II República como principal referente, Iglesias, autodefinido como comunista, permanece cautivo del influjo frapero experimentado en su más tierna infancia. De hecho, gran parte de los objetivos de aquel tardío proyecto de Álvarez del Vayo calcaron los fijados por quienes se miraban en el espejo moscovita, siendo, al parecer de Matorras, burdas herramientas, Tercera Internacional mediante, de las «conveniencias y necesidades de la política exterior de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su Gobierno».

El anhelo del FRAP del establecimiento de una república popular federal en la que se nacionalizaran los monopolios extranjeros y se confiscaran los bienes de la oligarquía, su proyecto de una reforma agraria basada en la confiscación de los latifundios, así como el de la liquidación del colonialismo español, unido al de la formación de un ejército al servicio del pueblo, no son sino reediciones de muchos de los fines programáticos ya planteados a principios de los años 30 por quienes operaban enarbolando, a menudo de forma puramente fetichista, la hoz y el martillo. Como es sabido, Unidas Podemos persigue algunos de estos fines, estableciendo una continuidad, abstraída del contexto histórico, con aquellos tiempos.

Acaso donde mejor se percibe esa pretendida ligazón –recordemos que Iglesias se considera perdedor de la Guerra Civil- es en lo relativo a la estructura de la, para él, innombrable España. En el programa elaborado para las elecciones del 19 de noviembre de 1933, el Comité Central incluyó este punto plenamente compatible con el proyecto plurinacional podemita: 

«Liberación nacional de todos los pueblos oprimidos. El Gobierno Obrero y Campesino reconocerá a Cataluña, Vasconia y Galicia el pleno derecho a disponer de sí mismas hasta la separación de España y la formación de Estados independientes».

El punto undécimo de aquel listado, decía textualmente:

«Supresión del ejército permanente, como instrumento que es en mano de los capitalistas y terratenientes. Liquidación de los generales y del cuerpo de oficiales. Elección democrática de los comandantes por los soldados. Elección por los soldados de sus diputados a los Soviets de los obreros, campesinos y soldados. Creación de un Ejército Rojo, obrero y campesino, que defenderá los intereses de las masas populares y de la revolución».

A la luz de estos objetivos, nada tiene de extraño que desde las filas de los oficiales africanistas surgiera la respuesta al Frente Popular que cristalizó a finales del periodo republicano. Durante la larga y sangrienta Guerra Civil se constituyó el Nuevo Estado Español que, al tiempo que supuso un dique antiestalinista que determinó la incorporación de España al bloque tutelado por los Estados Unidos, dio cumplimiento a las alternativas sociales planteadas en su día por Enrique Matorras, cuyo análisis excede la escala de esta columna:

«El único instrumento eficaz que podemos oponer al desarrollo del marxismo es un movimiento fuerte de sindicación obrera católica».

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