«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

Con Jordi Cruz (frente a la jauría)

2 de mayo de 2024

Pasó el otro día que Jordi Cruz, uno de los tres conductores y miembros del jurado del programa Masterchef, despidió con malos modos a una concursante, Tamara. Si no ha visto el breve vídeo, querido lector, le recomiendo que lo vea, porque lo que voy a hacer a continuación no es sólo ponerme del lado del ahora mismo apestado señor Cruz, sino, además, utilizar el episodio, en apariencia intrascendente, para mostrar cuánto dice del desbarajuste en el que estamos instalados respecto a lo de la salud mental, la ética profesional y la corrección política.

Vaya por delante la obvia falta de tacto de Cruz, a quien, pese a tener más razón que un santo, le haría bien recibir un cursillo elemental sobre cómo dar feedback, pues lo primero, en estos casos, es lamentar de veras que una persona no se encuentre bien, sin importar el motivo. Le hubiera bastado con empezar por ahí para, punto y seguido, invitarla a tomar la puerta como hizo. Tampoco es que hacerlo así le hubiese ahorrado lo que vino; la jauría se le habría echado igualmente encima, pues hasta a la buena de Samantha Vallejo-Nájera le cayó lo suyo por recordar que la concursante había dicho varias veces que lo primero era su propia bienestar, luego el de su madre, luego el de su marido, luego el de su hijo, y punto. José Ramón Patterson, exdirector de Radio Nacional de España, pidió el despido de Cruz y la cancelación del programa, y en Twitter lo más bonito que oyó fue «fascista».

Lo cierto es que la concursante se aprovechó del programa. En su deshonrosa salida, ella misma afirma que estaba constantemente nerviosa y en tensión pero que entendía que así iba el programa. Tras sopetecientas ediciones, sabía dónde se metía (luego afirmó no haberlo visto nunca, lo cual no puede creerse nadie), y aun así entró, porque le convenía; después le bastó sentirse «muy frustrada» para que ya no le «apeteciese» seguir concursando. Para entender la situación hay que revisar otro corte de la tal Tamara en el que declaraba que «ni loca montaría un restaurante» y que no se dedicaría a la cocina, pues no estaba dispuesta a tal sacrificio. Ya entonces Cruz le transmitió su decepción porque «aquí formamos chefs», a lo que ella respondió que lo que ella apreciaba era su casa, donde «me consienten todo» (sic). Luego se despachó diciendo que en el programa estaba «rodeada de cerdos».

La concursante fue al programa a hacerse famosa para después montar un negociete, tal vez para añadir visibilidad a su incipiente proyecto de influencer. Masterchef —en su edición concursantes, no famosos, niños o mayores— es un programa que enseña y quiere ser trampolín para futuros profesionales. Ella lo usó para sus particulares fines, y tras salir ha tenido el dudoso gusto de arremeter contra él y afirmar que a ella se la conoce por sus «vídeos de finanzas» antes que por su paso por el programa (en el que cobró 1.200€ por entrega). «En todo caso», presume, «les he generado yo más engagement que cualquier otro concursante hasta el momento».

Si Masterchef tiene éxito por encima de sus competidores es porque no es sólo un Talent Show (con su poquito de salseo y sus tonterías), sino también un Professional Show; porque su base no es una afición o un entretenimiento, como es cantar, sino un oficio, la cocina. Los aspirantes que concitan las preferencias son los que saben estar, quienes demuestran humildad y profundo interés por lo que hacen y lo dan todo. Los aspirantes odiados son los que compiten con marrullerías, quienes no dan la cara en las pruebas de equipo, quienes critican por la espalda, los soberbios, los malos compañeros. Se respeta la autoridad de los jueces por su experiencia y por su ética profesional: aman lo que hacen y le han dedicado su vida. Y quienes patalean contra esto, los integrantes de la jauría, demuestran con su reacción que siguen instalados en la reaccionaria ideología del trabajador siempre intachable y el empresario siempre negrero, que no tiene un pase con lo que la realidad dicta.

Capítulo aparte para quienes levantaron imbécilmente la bandera de la salud mental, el nuevo mantra de la derecholatría, que ignora que la ética empieza siempre por los deberes. Mentar, tras escuchar hablar a alguien de tensión, frustración y apetencias, la salud mental, es propio de indocumentados; la enfermedad mental es cosa bien distinta y bien seria, y a lo otro lo llamamos «la vida». Sostener que tales incomodidades son siempre el preludio de una depresión o una crisis de ansiedad grave es no tener ni idea y jugar a victimizarse. También es una falta de respeto para los millones de personas que, buenos profesionales, afrontan diariamente tensiones y frustraciones y cumplen aparcando sus apetencias; y a los verdaderos enfermos mentales, por supuesto. En este aquelarre de la inmadurez en el que estamos instalados, muchos aplauden que «no estar bien» (Tamara dixit) baste para levantar los brazos y pirarse, cosa que, de copiarse, paralizaría de inmediato todos los países, con el consiguiente enfado de esos mismos inmaduros.

En el colmo de la desvergüenza, muchos de los que mordieron en redes sociales a Jordi Cruz cómodamente arrellanados en su sillón sacaron el caso de Verónica Forqué a la palestra, como si la actriz se hubiera suicidado a causa del programa, cuando sus múltiples problemas mentales previos eran archiconocidos. Todo vale con tal de desresponsabilizar a quienes trabajan o deciden voluntariamente entrar en un programa; y si, de paso, aparece un concursante que sabe interpretar el problema (yoísmo), también lo apalearemos aprovechando que es un exlegionario, en vez de reconocer que algo tendrá que ver su anterior ocupación con saber en qué consiste servir y cuánta es su importancia.

Lo que tenía que haber hecho la concursante es disculparse por su egoísta manera de conducirse. No falló a RTVE, ni a la audiencia: falló a sus compañeros y a la persona que quería aprender una profesión y se quedó fuera porque ella fue allí a conquistar su pedacito de fama. En vez de pedir perdón, lo que hizo es camuflar de tibia disculpa una reivindicación en toda regla: «Perdonadme, pero es más importante estar bien yo que decepcionaros a vosotros».

Muy en su línea de corrección política en la que está instalada, RTVE retiró de su plataforma el programa, añadiendo que «reitera su compromiso con la salud mental», cosa que es, a todas luces, falsa, a tenor de cómo agrede la salud intelectual de los telespectadores con sus sesgados programas de la mañana. A la concursante no le faltó el calor y el aplauso de la ministra de Sanidad, santa matrona de los derechólatras y perejil de todas las salsas. Allá donde haya un alma en tensión o frustrada, se encontrará con la salvadora capa de Mónica García, que le ha cogido perfectamente el pulso a esta nueva política: nunca trabajar en los problemas reales de los españoles —ensucia, cansa— y siempre abanderar todas las mediáticas causas.

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