«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Con Trump esto no pasaba

7 de octubre de 2022

Es verdad que el hombre (como raza, no como género) lucha constantemente por dejar atrás su pasado animal, pero no siempre resulta prudente este ejercicio de humanidad. En la jungla hay un principio básico de comportamiento: el débil alimenta la agresión. Repito por si no se ha entendido. Es el débil, no el fuerte, el que lleva a los depredadores a comérselo. El fuerte ataca normalmente cuando sus condiciones son las mejores. ¿Para qué arriesgarse con otro más o menos igual si hay debiluchos, ingenuos o crías incapaces de defenderse adecuadamente?  No es la ley del mínimo esfuerzo, es la ley del mínimo riesgo.

Nadie quiere oír hablar del arranque de la guerra —invasión rusa— de Ucrania. No sé muy bien por qué. Pero me gustaría traer a colación un dato. Putin se anexionó la península de Crimea y fulminó la frontera este de Ucrania en 2014. Bajo Obama. No volvió a arriesgarse a incursión alguna durante siete años, cuatro de los cuales transcurrieron bajo la presidencia de Donald Trump. ¿Casualidad? No lo creo.

Cuando las tropas rusas fracasan en sus planes iniciales, del apoyo a Ucrania a resistir, se pasa a querer castigar a Putin

¿Qué es lo que ha cambiado pues desde 2021 cuando Trump es expulsado de la Casa Blanca? Todo se reduce a un único nombre: Joe Biden. Tanto en su quehacer diario (donde últimamente se dedica a invocar a una congresista muerta, como ha sido el caso de Jackie Walorski; o a saludar a un público inexistente, de espaldas al real) como en sus políticas (salida precipitada y calamitosa de Afganistán; ronda pedigüeña y fracasada por los países del Golfo…), el presidente Biden ha dado sobradas muestras de debilidad. Edad avanzada y pusilanimidad ante amenazas reales era la combinación perfecta que el Kremlin creyera que podía salirse con la suya hiciera lo que hiciera. La superpotencia hegemónica es China, no los Estados Unidos.

Ahora, las percepciones a veces engañan. Y hay dos cosas en las que Putin y sus asesores se han equivocado. La primera, no contar que cuando un líder occidental —como es el presidente de los Estados Unidos, todavía la principal potencia de Occidente—, es percibido públicamente como muy débil, sus asesores políticos siempre le llevan a responder de manera agresiva ante alguna crisis a fin de mejorar su imagen. En Washington, en enero de este año, aún no se tomaban en serio la posibilidad de que Putin invadiera Ucrania por lo que una retórica belicista por parte de la Casa Blanca sólo podía resultar en una imagen presidencial más seria y firme. El problema es que una vez que el presidente se compromete a ayudar a Ucrania sea como sea, cuando empieza la invasión, ya no hay marcha atrás posible. Y cuando las tropas rusas fracasan en sus planes iniciales, del apoyo a Ucrania a resistir, se pasa a querer castigar a Putin. Y, finalmente, a perseguir su derrota en la propia Rusia.

La manipulación informativa es tal que sólo parece haber un campo: quienes quieren que los ucranianos luchen hasta el último de sus hombres

La segunda mala interpretación por parte del Kremlin tiene que ver con los europeos. Rusia no entendió que la tradicional renuencia europea a involucrarse en una guerra podía abandonarse si con ello la UE adelantaba a la OTAN como organización esencial para la paz en Europa. Y tampoco entendieron los rusos que la OTAN no se iba a dejar dar la puntilla con resignación. Compitiendo entre sí, también en el Viejo Continente, estructuralmente pacifista, se generó una retórica bélica, sin apenas reflexión y sin llegar nunca a definir qué queremos los europeos de este conflicto. El famoso automatismo que arrastró a Europa a la I Guerra Mundial es un chiste comparado con los automatismos que parecen llevarnos al precipicio económico y al apocalipsis nuclear.

Esta semana Donald Trump se ha ofrecido voluntario para buscar una solución política a la guerra. Y ha sido denostado por ello. Injustamente, debo añadir. Hasta España, cuya tradición diplomática siempre ha sido la de servir de mediador, no está por llegar a ningún acuerdo. La manipulación informativa es tal (¿alguien ha llegado a ver alguna baja causada por los ucranianos en el contexto de esta pornografía bélica que todos los días nos muestra niños, mujeres y hombres amputados, calcinados o baleados por los rusos?), que en la escena política sólo parece haber un campo: quienes quieren que los ucranianos luchen hasta el último de sus hombres; no sólo hasta que recuperen su suelo, sino que acaben con Putin al frente del Kremlin. Quienes se oponen a la guerra, los nacionalistas españoles primero, no se atreven a manifestarse. Y los antiguerra de siempre, los de Podemos, sólo amagan con escaramuzas pero nada que les impida seguir disfrutando de sus poltronas en el Gobierno.

Un Moscú más inestable sólo nos traerá más problemas. Pero parece que eso es algo en lo que nadie quiere pararse a pensar

Pero también quienes abogan por una solución pactada son arrinconados. Henry Kissinger nos acaba de recordar otra ley importante de la jungla: un animal herido y arrinconado se vuelve más agresivo y letal que si se le deja una salida. Y me temo que es una ley también válida para las circunstancias actuales. Porque quienes dicen que permitir que Putin siga al frente de Rusia es simplemente posponer lidiar con la amenaza, no piensan bien en lo que están buscando: ¿Qué puede esperarse de un nuevo colapso de Rusia? En mi opinión, un Moscú más inestable sólo nos traerá más problemas. Pero parece que eso es algo en lo que nadie quiere pararse a pensar. 

La única esperanza que nos queda es que Donald Trump se presente a las presidenciales de 2024 y las gane. Entonces, quizá, volvamos a un mundo más seguro. Aunque a los europeos les repatee el personaje.

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