«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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Cónclave en clave

24 de abril de 2025

A raíz del fallecimiento del papa Francisco, supuestos expertos en asuntos de Iglesia han copado las tertulias, incluso dándoselas de católicos algunos de ellos, con el fin de convertirse en voz autorizada. Tuve la oportunidad de escuchar la radio un largo rato mientras iba en coche aquel día y quedé verdaderamente desolado.

La postura de los no católicos era la esperada, interpretando la realidad eclesial en clave mundana, tratándolo todo con las categorías del mundo. Que si derecha, izquierda, centro centrado, necesidad de apertura, que si por fin la Iglesia se adaptaba al mundo —como si eso fuera algo digno de admiración—, y un sinfín de paparruchas más con el único propósito de instrumentalizar a la Iglesia para sus intereses.

Por otro lado, y mucho más triste, demasiados católicos haciendo lecturas similares. Circularon por los estudios de las principales cadenas «católicos de base» —que no sé yo muy bien eso qué significa—, pontificando, con algunos eufemismos poco trabajados, sobre el hecho de que la Iglesia tenía que ser como ellos creen y, que si las cosas no siguen el rumbo de los últimos años, seguirán alzando la voz para que la Iglesia de Cristo sea como a ellos les viene bien. Muy poca humildad, mucha soberbia y mirada sobrenatural ausente por completo.

La cantinela, la de siempre: diaconado femenino, celibato opcional, aceptación —que nada tiene nada que ver con acogida— de las personas homosexuales y sus conductas, etc… Lo que quieren es tan distinto de lo que es la Iglesia que uno se pregunta por qué tanto interés en formar parte de ella. Y nadie dice que no sea un bien que quieran unirse a la Iglesia verdadera, el problema es que la quieren dejar irreconocible, cosa que a uno le hace sospechar de dicho amor.

Y, por otro lado, no pocos eclesiásticos de la jerarquía expresando su deseo de que el próximo papa siga transitando por los mismos caminos que Francisco. No se cansan de repetir que ha sido un papa admirable y con un estilo propio. Lo que están diciendo —aparte de que los anteriores no les gustaban tanto—, es que es bueno tener un estilo propio pero prefieren que el próximo papa reinante no lo tenga y que se amolde al de su antecesor. O sea, es bueno que lo tenga ma non troppo.

Supongo que esa actitud tan poco cristiana de aconsejar al próximo papa cómo debería ser y actuar guarda relación con el modo en que la sociedad casi unánimemente ha llorado la muerte de Francisco —ateos, católicos, políticos y artistas—. Imagino que ese alboroto les ha hecho olvidar que ellos, aunque formen parte de la jerarquía, no tienen ningún poder especial que les permita presionar desde ya al papa entrante —mucho menos quienes no forman parte de la jerarquía—. Pero ya sabemos cuánto deleitan a nuestros oídos los aplausos del mundo. Diferente sería si la sociedad, casi unánimemente, hubiera celebrado la muerte del papa. Mucho más callada tendríamos a la jerarquía, y dando menos instrucciones al próximo papa.

El pueblo católico parece haber olvidado que hay que rezar por el papa y esperar —y exigir— que sea fiel a la Iglesia de Cristo, al Evangelio, al Magisterio y a la Tradición. Las preferencias y manías personales son para la intimidad y para comentarlas con los amigos, no para exponerlas pornográficamente ante el gran público. Algunos parecen empeñados en vender al mundo una imagen amable de la Iglesia, pero eso poco tiene que ver con la vida de Cristo, a quien supuestamente seguimos los católicos, y poco también con el papel del papa.

Haríamos bien en rezar por el alma del papa Francisco, y por el próximo papa, para que sea como debe ser, que no es como a ellos les gustaría —ni progresista, ni conservador, ni reformista ni inmovilista—, simplemente ocupado en los asuntos de Dios y preocupado por el pueblo a él encomendado.

Todo lo que no sea eso es leer el cónclave en clave mundana, una clave que no es la de los hijos de Dios sino la de los hijos de las tinieblas, por más que muchos se hagan llamar —o se crean— católicos.

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