Sin asomo alguno de rubor en sus mejillas, los participantes en el 41º Congreso Federal del PSOE cerraron la última sesión con una ceremonia puramente fetichista: el canto, puño en alto, de La Internacional. Bajo las luces rojas que han teñido el Congreso, los militantes de la empresa radicada en Ferraz han entonado el «famélica legión» y han cantado el «arriba parias de la tierra» con el que, a despecho del tráfico de sobres y mordidas, tratan de distanciarse del «arriba España» de ese franquismo irredento que combaten, a despecho de sobres de billetes y mordidas. Sobre el escenario, El 1, el hombre que, tras patearse el Estado español acompañado por Santos Cerdán y José Luis Ábalos en un Peugeot 407, devolvió el poder, no a los sóviets, sino a los militantes, hábil maniobra estatutaria que le permitió controlar, desde entonces, el mastodóntico aparato ferrazita. Agradecidos, incluso emocionados, el 90% de los socialistas de carnet le han devuelto el gesto renovando su poder, ese denunciado recientemente por Tomás Gómez en una entrevista en la que el madrileño, además calificar al PSOE como una «agencia de colocación VIP», aludió a las labores de los fontaneros de los que el amoral —«no sabe la diferencia entre el bien y el mal», sostiene Gómez— que pernocta en La Moncloa, se sirve para eliminar cualquier voz discordante.
Sea como fuere, las jornadas sevillanas han dado el fruto deseado: fortalecer la autoconfianza de la militancia. Al cabo, conocido de antemano el resultado del Congreso, en lo que su convocante, Sánchez, se refiere, de lo que se trataba era de darse un baño de emotividad, de mantenerse en el convencimiento de que el PSOE es puro progreso, puro bien, incluso. Y de que la existencia de ciertos garbanzos negros no puede aniquilar al partido de la paz, el diálogo y la tolerancia, virtudes que encarna el rehabilitado Zapatero, frente a las quejas de esos trasnochados gruñones que hace décadas compartían tortilla… y financiación extranjera.
El congreso de Sevilla ha cumplido con creces el objetivo: estrechar las filas de una militancia sectaria, convencida de militar en el mejor de los partidos posibles. Una militancia embrutecida por la propaganda, capaz de asumir los mensajes de Pilar Alegría o creerse el último lanzamiento de fango, protagonizado por Zapatero durante el Congreso, cuando afirmó que tuvieron que pasar seiscientos años «en este país», desde que los hombres accedieron a la Universidad, para que las mujeres pudieran acceder «a la educación, ni más. No a la Universidad». Una pausa dramática desató el delirio. Tras el silencio, ZP dijo: «Y en cuarenta, en cincuenta años, le hemos dado la vuelta totalmente, hemos rectificado la Historia. Hemos cambiado España y el destino de las mujeres, absolutamente». Al lado de tal logro —Elena Maseras, matriculada en la Facultad de Medicina de Barcelona en 1872, debía ser un hombre— ¿cómo no emocionarse?, ¿cómo no sentirse partícipe de una aventura única que cuatro fascistas quieren abortar?
Pese a lo que digan las encuestas, el partido hegemónico del régimen del 78 mantiene un poderoso sustrato de votantes y un conjunto de apoyos durmientes que se activarán a su debido tiempo, pues no ha de olvidarse que quien ha moldeado la mentalidad de amplios sectores de la población española es la empresa citada. La misma que es capaz de contentar o confundir al mismo tiempo a ERC y a Junts, la misma que sale de Sevilla con esta cuadratura del círculo:
«La reforma del Sistema de Financiación Autonómica deberá garantizar mayores recursos para todas las Comunidades Autónomas, reforzando los servicios públicos y reconociendo las singularidades y las diferentes variables determinantes en su coste, de manera que garantice la igualdad de derechos en el acceso a los servicios públicos independientemente del territorio en el que se viva».