Somos de los que pensamos que la noble actividad de la polĆtica, con mayĆŗsculas, es una de las cosas mĆ”s loable que puede hacer una persona. Levantarse por la maƱana y decir que lo que tiene uno que hacer es dedicarse a los demĆ”s es admirable.
Entendemos la polĆtica como una actividad voluntaria, que no es para servirse sino para servir, y que lo Ćŗnico que se puede esperar de ella es la satisfacción del deber cumplido.
La corrupción no tiene ideologĆa y es, generalmente, un acto individual que dependiendo de la gravedad puede colectivizarse e introducirse en las instituciones. La codicia personal es el factor que guĆa a muchos a entrar en ese circuito malĆ©volo.
No puede haber ni un resquicio, aunque estemos en un Estado de Derecho garantista y la presunción de inocencia es para todos, para el corrupto y la corrupción. No puede haber ninguna duda, por parte de nadie y sobre todo de los que estamos temporalmente en lo público, que la corrupción es detestable y precisa del desprecio social.
Siempre hemos insistido en que todas las fuerzas polĆticas debemos hacer un esfuerzo importante para erradicar la lacra de la corrupción de todas las esferas de la vida. No podemos permitirnos que la corrupción y la clase polĆtica estĆ©n entre los principales problemas de la ciudadanĆa de este paĆs. Es intolerable y hace insostenible el Estado de Derecho del que hablamos.
SĆ© que en otras ocasiones me he dirigido a ustedes para tratar este mismo tema, es decir, el desapego de la ciudadanĆa hace lo pĆŗblico, pero el contexto polĆtico en el que nos encontramos hace necesario rescatar la cuestión para continuar profundizando en ella.
La corrupción tiene una doble lectura como delito intolerable. Por un lado, erosiona la confianza de la ciudadanĆa en un sistema, el democrĆ”tico, que todos nos hemos dado como forma de convivencia y, por otro, estigmatiza una noble actividad como es la polĆtica.
Por eso, con cada caso de corrupción que injustamente estigmatiza a todos los que nos dedicamos a esta actividad tan honorable, se acrecienta la fractura entre la sociedad y la polĆtica. QuizĆ” ya no es tiempo de quedarse esperando a las resoluciones judiciales, las cuales respetamos sin reserva de ningĆŗn tipo, sino que toca dar un paso mĆ”s allĆ”.
Ya lo ha hecho el presidente del Gobierno de EspaƱa, Mariano Rajoy, que esta semana y aprovechando una sesión de control en el Senado ha perdido perdón a todos los espaƱoles y ha asegurado que comparte su indignación y su hartazgo, pero tambiĆ©n ha dejado claro que estos escĆ”ndalos no deben ensuciar injustamente la imagen y reputación de quienes entran en la polĆtica para servir a los demĆ”s.
Ser polĆtico no es una profesión, es una vocación. Una dedicación fundada en el interĆ©s por el servicio a lo pĆŗblico en un ejercicio de coherencia que, como un mantra, nos gusta tener siempre presente: es difĆcil ser un coherente profesional en cualquier Ć”rea y un incoherente ciudadano. Esto al final es la polĆtica, pura coherencia y sentido comĆŗn. Ā
Ahora toca trabajar en dos grandes frentes, la prevención y la concienciación de la ciudadanĆa de que se trata de casos aislados que a todos nos producen asco. Por eso no me cabe la menor duda que las administraciones tendrĆ”n que ponerse manos a la obra para trabajar en solventar un problema que nos afecta a todos.
Con la corrupción no cabe ni la mĆ”s mĆnima tolerancia. En esa clave estĆ” trabajando el Gobierno de EspaƱa al intentar buscar el consenso con la mayorĆa de los Grupos parlamentarios, de una forma serena, sin algaradas ni fanfarrias. Ćnicamente con propuestas concretas: un código de Buen Gobierno, una Ley de Transparencia, una Ley de Financiación de Partidos PolĆticos y, desde luego, un gran Pacto contra la Corrupción.
Los que quieran sumarse encontrarĆ”n la mano del Partido Popular tendida para erradicar esta lacra social que genera repulsión en la ciudadanĆa. Como tambiĆ©n afirmó Mariano Rajoy, la democracia no puede admitir que nadie juegue con la confianza que los espaƱoles depositan en quiĆ©nes los administran.
La corrupción nos roba el dinero a todos, pero no podemos permitir que nos robe tambiĆ©n la confianza. Como miembro del Partido Popular estamos doblemente indignados, como ciudadanos y como militantes. Primero, porque estas conductas son especialmente hirientes cuando los espaƱoles han tenido que afrontar tantos esfuerzos; y segundo porque como ya hemos dicho es injusto que se extienda la sospecha a todos los polĆticos, cuando la mayorĆa trabaja por vocación de servicio pĆŗblico, sean del partido que sean.
Por nuestra parte, les aseguro que seguiremos protegiendo al conjunto de los ciudadanos y a la democracia de este paĆs llamado EspaƱa. Eso es responsabilidad y sentido de Estado. Eso es tolerancia cero con la corrupción.