«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Covid: la pandemia de mentiras

5 de agosto de 2021

Una aclaración preliminar para que nadie se lleve a engaño: Yo sí creo que el coronavirus SARS-2 y la enfermedad que produce, la llamada Covid-19 existen. No creo que sean un invento de unos multimillonarios, sino de la manipulación genética de un virus en el ya tristemente famoso laboratorio de Wuhan. Al igual que Trump, yo digo que es un virus chino y que China es la nación que más favorecida ha salido de esta crisis. También creo que la Covid-19 mata, que no es una patraña, aunque, efectivamente, mata de manera muy desigual. Para acabar, también creo en la efectividad de las vacunas, al menos de las occidentales y no creo que me hayan inyectado un chip de Bill Gates en ninguna de las dos dosis que me han puesto.

Dicho todo lo cual, estoy convencido y alarmado ante la red de mentiras sobre la que se ha construido todo el entramado de respuestas al Covid. A nivel nacional y de las comunidades. Hace tiempo que dejé de leer periódicos y ver la tele (y mi vida no empeoró, si acaso todo lo contrario), pero ahora, en verano, he caído en la tentación de enchufarme a algún informativo (más que nada por la sección del Tiempo) y no puede más que decir que los medios españoles se han convertido en una auténtica fábrica de miedo. Ellos sabrán por qué -o por cuánto- pero es una auténtica desvergüenza el tratamiento que dan a la pandemia, únicamente orientado a generar miedo y obediencia ciega.

Ahora que se nos machaca con la 5ª ola, la imagen que se nos quiere inculcar es la de una situación casi apocalíptica, como si estuviéramos retrocediendo a marzo de 2020, el peor momento de la pandemia. Las autoridades vuelven a pedir confinamientos, toques de queda y mayores restricciones. 

Un segundo dato que desmonta la supuesta gravedad de esta quinta ola es el hecho de que la Covid sigue matando a quienes mataba desde el primer momento: a los mayores

Es verdad, el virus no se ha ido, ni se va a ir. Pero no estamos tan mal como se nos pretende vender. Se habla de olas sin saber ni cuándo ni cómo empiezan; se sigue usando la incidencia acumulada de contagios como el mejor indicador de la situación sanitaria y no los ingresos en UCI, duración de la estancia en ellas y fallecimientos. Porque, simple y llanamente, estos últimos datos no permiten crear el clima de alarma social que quieren los gobiernos y que los medios nos sirven machaconamente en bandeja de plata.

Como se puede ver en la gráfica -y recurriendo solo a las cifras del ministerio de Sanidad, que ya sabemos que no son ciertas-  en la primera ola, de marzo a junio de 2020, hubo cerca de 30.000 fallecimientos por Covid-19; en la segunda ola, que empezó suave a finales de junio y estalló en septiembre, hubo unas 20.000 muertes; en la tercera, desde navidades del 20 a marzo de este año, 27.000 fallecimientos; en la temida cuarta ola, de abril a finales de junio, poco más de 5.000; y en la apocalíptica quinta ola en la que estamos desde comienzos de julio, 567.

Habida cuenta de que el único factor diferenciador entre unas y otras son las vacunas y, sobre todo, el número de personas con la doble dosis y el periodo de inmunización de dos semanas posterior a la segunda dosis, sólo se puede concluir que la cuarta y quinta ola no son tan letales como las anteriores porque las vacunas sí funcionan.  Y también se debe decir que si se siguen produciendo fallecimientos es por culpa de un gobierno como el de Sánchez que no ha cumplido con su plan de vacunación y que se muestra cicatero a la hora de obtener y repartir las dosis de las vacunas necesarias. Mucho sacar pecho allí donde va, pero tampoco aquí ha sabido hacer bien las cosas.

Lo que nos lleva a otra peliaguda cuestión: ¿Debe ser la vacunación obligatoria?

Un segundo dato que desmonta la supuesta gravedad de esta quinta ola, a pesar de cuanto se dice de la alta transmisibilidad de la variante India -hoy Delta-, que es verdad, es el hecho de que la Covid sigue matando a quienes mataba desde el primer momento: a los mayores. En Madrid, por ejemplo, de los fallecidos recientemente, el 65’7% eran mayores de 80 años. Si les sumamos los de más de 70, la proporción alcanza el 85%. Muertos menores de 50 años, a pesar de los altos contagios de los jóvenes, son el 1’22%. Y esta repartición por grupos de edad no es únicamente típica de Madrid.  Un periódico de la Comunidad Valenciana de cuyo nombre no quiero acordarme, publicaba escandalizado cómo esta ola baja la media de edad de los fallecidos, negando la propia información que llevaba la noticia: los fallecidos por encima de 70 años aumentaban, así como los de más de 60 años y sólo lograban “rejuvenecer” la estadística fusionando el grupo de mayores de 40 con los mayores de 50. Por debajo de eso, todo seguía igual. Y a nivel nacional es lo mismo.

¿Cómo es posible que sigan muriendo los mayores a pesar de tener muchos la pauta de vacunación completa?  Para empezar, no todos los muertos estaban vacunados gracias a la negativa de sus familias; en segundo lugar, por las patologías previas, que se agravan letalmente con la Covid, pero que, sin ellas, sigue siendo relativamente mortal. La edad sigue siendo el mayor factor de riesgo.  Ahora bien, no está claro que la estrategia de vacunación, comenzando por los mayores, haya producido los mejores y más rápidos beneficios para ellos y para todos. Y esta es la tercera razón que explica el número de ancianos que siguen muriendo con Covid: las vacunas no son una barrera total contra el virus. Como todas las vacunas, impiden la evolución hacia las fases más agudas y graves de la enfermedad. De ahí que un vacunado pueda contagiarse y contagiar. Aunque ambas cosas en mucha menor medida que un no vacunado.

La sociedad es algo distinto y superior que los individuos que la forman. Su sostenimiento exige ciertos compromisos, del ciudadano con las instituciones y con el resto de conciudadanos

Lo que nos lleva a otra peliaguda cuestión: ¿Debe ser la vacunación obligatoria? Está claro que, en España, la mayoría de contagiados no habían tenido acceso aún a las vacunas. Porque no ha habido suficientes dosis como para alcanzar ese ansiado 70% de la población imnunizada. España es el país con mayor índice de gente que quiere vacunarse. ¿Pero qué pasa en otros países, como Estados Unidos, donde hay vacunas de sobra, pero los ciudadanos ya no quieren ponérselas? Pues algo muy fácil de predecir: con una tasa de reproducción entre el doble y el triple que la original, la Delta se expande a velocidad de vértigo entre quienes han rechazado vacunarse y entre quienes no están inmunizados. De acuerdo con los datos más actualizados, el 95% de las muertes y por encima del 97% de las hospitalizaciones actuales son de ciudadanos americanos no vacunados. De los más de 161 millones de vacunados, 5.600 sufrieron una infección aguda, con hospitalización, y 1.141 fallecieron.  Esto es, el 0’0035 y el 0’0007% respectivamente. Y allí al igual que aquí, más del 85% de las muertes ocurría en la franja de edad de más de 70 años.

Por lo tanto, hay que decir que la vacuna funciona. Pero a pesar de su eficacia, no parece que sea posible abandonar el uso de la mascarilla ni de la distancia social. Por dos razones: una ya está dicha, los vacunados pueden contraer el virus y contagiar (aunque los estudios muestran un periodo muy corto de potencial contagiador); la segunda, porque los no vacunados son carne de cañón para contagiarse y propagar la epidemia.

Y esto nos arrastra a la más desagradable de las reflexiones: ¿Dado que los individuos tienen libertad para ser vacunados o rechazar dicha vacuna, es descabellado exigir el pasaporte Covid o prueba de vacunación para realizar determinadas actividades? Dicho de otro modo, ¿es discriminatorio y, por tanto inaceptable, separar en ciertas actividades no esenciales a vacunados de antivacunas? En mi muy personal opinión, sí, es discriminatorio, pero es aceptable siempre y cuando el acceso a la vacunación esté asegurado.

Soy trumpista y pro Vox pero no estoy en contra de la prueba de vacunación para acceder a determinados lugares o actividades

La sociedad es algo distinto y superior que los individuos que la forman. Su sostenimiento exige ciertos compromisos, del ciudadano con las instituciones y con el resto de conciudadanos. Ni vivimos en la jungla de todos contra todos, ni en el paraíso donde cada cual hace lo que le da la santa gana. No todavía al menos. ¿Debe primar la voluntad antivacuna, con el riesgo a enfermar y hacer enfermar a otros, sobre el de la seguridad sanitaria de los demás? 

Sinceramente creo que deberíamos despolitizar el tema de la vacunación. En Estados Unidos el corte está claro. Cuanto más trumpista se es, más antivacunas se siente uno.  Y por lo que percibo en España, cuanto más pro Vox se es, más alto es el grito libertario contra toda medida que suponga someterse a un pasaporte de vacunación. No es mi caso. Soy trumpista y pro Vox pero no contra prueba de vacunación para acceder a determinados lugares o actividades. Un ejemplo, si se quiere infantil y tonto, pero claro: si se está de acuerdo en que los extranjeros en España tengan acceso a la sanidad pública mediante el co-pago, hasta que residan legalmente un determinado número de años a fin de hacer justicia a todos los españoles que llevan cotizando desde su primer trabajo, ¿no se estaría de acuerdo en que los enfermos de Covid que rechazaron vacunarse se hagan cargo de la factura de su tratamiento y que ahora pagaríamos todos?  Como esto parece impensable, por pura solidaridad humana, ¿por qué no exigir a todos lo mismo y aceptar el sacrificio de demostrar o no la vacunación? O quedarse al margen del ocio…  Por pura responsabilidad hacia los demás.

Estamos hablando de situaciones excepcionales hasta que la pandemia se convierta en endemia, como la gripe. Y si lo que se teme es la tentación autoritaria de los gobernantes, mejor no culpar al virus, sino a quienes elegimos. Y a nosotros mismos, personitas voluntariamente entregadas al hedonismo y a la negación de lo único seguro que hay en la viuda: que nos vamos a morir.  El Covid seguirá matando, pero en proporciones de una gripe aguda. Para que nos hagamos una idea de la escala, el año pasado, cerca de 100 mil españoles murieron de enfermedades cardiovasculares. Pero si con la vacunación podemos reducir al máximo el impacto de la enfermedad, bienvenidas sean las medidas que nos llevan a la inmunización grupal. ¿Quién se resistiría a una vacuna contra el cáncer?

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