«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Cuando el yin no quiere saber nada del yang

12 de junio de 2024

Una de las muchas reacciones a los resultados de las elecciones europeas fue de Teresa Rodríguez, lideresa de Adelante Andalucía, vieja conocida (aunque joven ella) del podemismo. Ante el enigma de la extrema derecha, fantasma que recorre Europa, ella escarbó un poco más: «A la extrema derecha la votan los tíos. Tocan talleres de autodefensa feminista y LGTBIQ+ y nuevas masculinidades. A combatir el neomachismo literal y figuradamente». Abogaba de manera algo chocante por el combate «literal», o sea, quizás por lo que vienen siendo hostias o galletas, moda que se extiende.

En esto, en la autodefensa, coincidía con algunas mujeres de Vox en Cataluña que hace poco publicaban un tuit sobre clases de autodefensa. ¿Se protegían de lo mismo? Ellas se protegerían contra una realidad: la mayor violencia sexual sobre las mujeres en la España actual mientras que Teresa Rodríguez ofrecía la autodefensa para el neomachismo en ciernes. Solicitaba artes marciales preventivas.

Su poner a las mujeres a aprender jiu jitsu antifascista olvidando la realidad de la violencia actual, que tiene las causas que tiene, era algo muy miope, aunque su diagnóstico quizás no lo fuera tanto.

Porque los sexos se convierten en líneas de separación política. Los hombres se inclinan más por las derechas y las izquierdas ofrecen feminismo a las mujeres, convertidas en nuevo proletariado.

Esto recuerda a lo que se ha contado de Corea del Sur, unos de los países donde el desencuentro sexual se ha llevado más lejos. Allí la guerra de sexos se convirtió en un argumento político de primera magnitud cuando su presidente, Yoon Suk-yeol, prometió en campaña eliminar el Ministerio de Igualdad. Cargó muy duramente contra el feminismo, que en Corea llegó a desarrollar el movimiento 4B, cada B por un no, los cuatro que abanderaba: el no a las citas, a las relaciones heterosexuales, al matrimonio y al parto. Este feminismo huelguista de los hombres tenía respuesta, a su vez, en las comunidades incel (célibes involuntarios) y en una rampante misoginia.

La guerra de sexos era en realidad solo algo más a lo que echar la culpa. Las tasas de fertilidad coreanas son las más bajas del mundo. En los años 60, las mujeres tenían seis hijos y ahora han pasado a 0’72, que en Seúl, cuentan, sería aun menos, el 0’59.

La preocupación del gobierno por aumentar la natalidad se mantiene, aunque lo han intentado casi todo. Desde los poderes públicos se ha llegado a incentivar la importación de niñeras, la búsqueda de novias en el extranjero, y se llegó a realizar un mapa nacional de fertilidad con la cantidad de mujeres en edad de procrear en cada región. Se han gastado más de 150.000 millones de dólares en incentivos. Hace poco se anunciaba un cheque bebé de 70.000 dólares.

Pero nada ha terminado de funcionar. Es un problema cultural y social profundo y algo de ello nos suena familiar. Corea vivió un milagro económico súbito que comprimió la modernización y urbanización. El desarrollo económico llegó más rápido que el de las costumbres y quedaron sin extinguir viejas creencias, hábitos, exigencias con las que cada sexo tenía que cargar en un «mundo nuevo». Este tradicionalismo coreano nos lo podemos imaginar desde lejos con solo mirar su bandera, que contiene el yin y el yang, los elementos complementarios, tierra y aire, lo masculino y femenino de una eterna unidad. Pues ahora, el yin y el yang se ponen de espaldas…

Llegó el crecimiento económico, y con ello una competitividad laboral y educativa sin igual en el mundo. Son famosos los coreanos por la exigencia formativa. Antes de emparejarse, las mujeres y los hombres compiten duramente por los diplomas y los puestos, y al intentar unirse no parten de una tabla rasa cultural sino de prejuicios y expectativas: ellas culpan al hombre coreano de un gran machismo atávico e incluso de violencia, y ellos consideran que ellas exigen mucho económicamente, que son materialistas, pues sobrevive la idea de que el hombre ha de proveer e incluso aportar la casa familiar.

Con esta situación, el desarrollo del feminismo se llegó a considerar culpable del desencuentro sexual coreano, aunque quizás fuera solo la consecuencia. Mirado así, el feminismo contemporáneo, a menudo estrambótico, haría de chivo expiatorio del liberalismo y el capitalismo. Su destrucción del orden social tradicional lleva a una revolución de las costumbres que desploma la natalidad y resulta más fácil culpar de ello a las feministas, que no son sino una de sus manifestaciones o consecuencias más llamativas. ¿Y si ellas fueran la forma que tiene el (llamémosle) liberalismo de exculparse y desviar la atención?

Lo revelador del caso coreano es cómo este debate se enrosca y relaciona con la edad. Fueron los jóvenes los que comenzaron a cambiar su posición política. Si antes solían ser más de izquierdas que sus mayores, en poco tiempo pasaron a ser más marcadamente de derechas, con el asunto del sexo como una de las razones.

Aquí se entrelaza con lo generacional. Hay un reciente dato de Corea muy revelador: los jóvenes de 20 años afirmaban haber tenido menos sexo durante el último año que los hombres de más de 60. Esto se parecería a la incipiente querella generacional zoomers-boomers en la España actual. Pero no se hablaría de riqueza y pisos, sino también de sexo. ¿Cómo es posible que los sexagenarios tengan más sexo que los veinteañeros? Algo estaría fallando a niveles muy profundos. Un mundo construido al revés. Otra pirámide invertida.

Que el sexo o los «géneros» fueron importantes políticamente en Corea en los últimos años lo podemos comprobar por la relevancia de una figura, Lee Jun-Seok, un joven político conservador que abanderó la lucha intelectual y política contra el feminismo. Manifestó un punto de vista muy original porque no se dirigía solo a las mujeres, sino a los mayores. Les acusaba de querer hacer pagar a los jóvenes, a modo de compensación, una reparación a las mujeres por los abusos y desigualdades infligidas por ellos a través de un orden patriarcal. En pocas palabras: los jóvenes deben ahora pagar el machismo de otra generación con escasez de sexo, medidas discriminatorias y menor acceso a relaciones afectivas (no por propio deseo sino por rechazo de ellas). Esto integraría guerra de sexos y guerra generacional, y denunciaría además un pacto no escrito entre boomers hombres y feministas que convertiría a los jóvenes varones en paganos. Sería, en cierto modo, reconocer y poner sobre sus hombros una deuda, una deuda sexual y cultural que contraída por otros se les presenta a ellos.

En términos españoles: ni piso ni sexo, pagar pensiones más altas que los salarios y además la factura igualitaria al feminismo.

Al final, la relación de los sexos acaba llevando a la lucha generacional pero también a la vieja cuestión de las «clases», porque tanto la probabilidad de tener sexo como de contraer matrimonio aumentan en Corea del Sur (y en más sitios) con el nivel de renta. No se trata de un alegato incel sino de una realidad más profunda: la familia como bien de lujo. Así que el «cosas de tíos» de Teresa Rodríguez podría llegar a ser algo más que eso; podría ser también «cosas de tías» e incluso cosas de todos. Visto así, su jiu jitsu preventivo y antimachista podría acabar siendo una danza simbólica y ritual brindada al desencuentro cósmico.

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