Con el paso del tiempo, Jorge Buxadé se ha ido convirtiendo en alguien en Vox y también fuera de Vox. La tomó Losantos con él y desde entonces es el pim, pam, pum de las mañanas. «Me arrepiento de mi paso por el PP, no de mi paso por Falange», dijo una vez, y con esta afirmación genial, su condición de soberanista y el hecho de que no vista ni hable como un joven eterno de Movistar, ni luzca tobillito, Buxadé se ha convertido en el no liberal de Vox, con lo que satisface una función social: le pega la izquierda, pero también la sedicente derecha que no es Vox.
Empezó siendo el malo para los liberales por el liberal argumento de no ser lo suficientemente liberal. Esto hay que recordarlo, porque los movimientos canceladores en la derecha siempre empiezan por ahí.
Para los medios, lo vemos esta campaña atroz, Vox es la extrema derecha hasta un punto no solo invotable sino incivil. Pueden ser, incluso estar, pero no ser vistos o escuchados, como le hicieron saber a Rocío de Meer. Pero siendo los de Vox tan malos, aun tendrían, de modo casi inverosímil, algo peor dentro que se llama Buxadé. Buxadé sería la oscuridad que aun puede llegar. Lo oscuro en lo oscuro. El winter que is coming. Así, por muy de derechas que sean los de Vox, siempre podrán serlo un poco más porque dentro está Buxadé; y si se les ocurriera hacer cosas centristas, tampoco habría paz porque dentro seguiría estando él, ¡el malvado Buxadé!
Esto lo ha desarrollado Losantos, gran responsable neuroplástico de la derecha, según el método tradicional de las dos almas. Las habría en Vox: una liberal, reconducible, y otra que no y por lo tanto oscura, reaccionaria, falangista, autárquica, putinista, fanatísima, carca, religiosa y yunquista o yunqueana, sobre todo eso, lo que recuerda al libro de Assía: «Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo». El yunque lo pondría alguien, y sobre ese yunque cae el martillo de Losantos, martillo pilón del liberalismo turolense que nos ha dejado a todos para sopitas.
Yunquerizado Buxadé, ya pueden hacerse los juegos dialécticos que se quiera con Vox: el fuerte-flojo, el palo y zanahoria, la ducha escocesa… Cuando haya que darle al partido, pero no se quiera uno meter con Abascal, ídolo de mucho oyente, se trae a la palestra a Buxadé y se le da como a muñeco de cachiporra. ¿Quién va a protestar por Buxadé? ¡Es dar donde no queda señal!
Lo de Losantos se extendió a los periódicos, que adoran el mismo fetiche ideológico, y con Buxadé se han construido una veta analítica, una deriva, una especie de facción preocupante, una dimensión dentro de Vox. Un carboncillo para sombrear los paisajes góticos. Sería, para entendernos, lo ultra en lo ultra: lo ultra ultra.
Porque por radical y superlativo que sea algo, siempre admite grados, y para esto les sirve Buxadé. Cuando parece que ya no queda nada malo que decir de Vox, reparan en él y entonces por muy radicales que sean, podrían serlo más. ¿Por qué? Por «las tesis de Buxadé».
A alguien le tenía que tocar y Buxadé quizás pasaba por allí o justamente lo contrario, no pasaba y le sucede por estar en Europa. Al bloqueo mediático se le suma la distancia. Hace unas horas habló en sus redes sobre la aprobación de la Ley de Restauración de la Naturaleza, nombre en sí ya temible y delirante. Votaron a favor quienes se esperaba que lo hicieran con la ayuda de algunos populares. «La ausencia de treinta» permitió que pasara la Ley que cambiará el sector primario gracias a la alianza globalista: socialistas, liberales-centristas (nuestros C’s empezaron vendiendo aquello de la ciudadanía y acaban en la apisonadora bruselense de ciudadanos), verdes, izquierda y algunos populares (los suficientes). Ese consenso tiene toda la buena prensa del mundo y quien no entre acabará, ha de saberlo, donde Buxadé. Es decir, en el extremo, pero en el extremo del extremo, o en el extremo del extremo del extremo…