«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en cuatro continentes, ocho países y seis idiomas distintos, y presta servicio como mentor ético. Ha publicado diez ensayos, entre ellos 'Ética para valientes. El honor en nuestros días' (2022) y 'El dilema de Neo' (2024); 'El bien es universal' (2025) es su último libro. También ha traducido más de cincuenta obras, de Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini, Thibon, MacIntyre y Chesterton, entre otros. Más información es davidcerda.es
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en cuatro continentes, ocho países y seis idiomas distintos, y presta servicio como mentor ético. Ha publicado diez ensayos, entre ellos 'Ética para valientes. El honor en nuestros días' (2022) y 'El dilema de Neo' (2024); 'El bien es universal' (2025) es su último libro. También ha traducido más de cincuenta obras, de Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini, Thibon, MacIntyre y Chesterton, entre otros. Más información es davidcerda.es

Cuñados (breve tratado de futurología)

25 de julio de 2024

«Nos hemos propuesto no entender lo que ha ocurrido y nos disponemos, con una especie de alivio, a declarar lo que va a pasar«; palabra de Chesterton (en las inmediaciones de su 150 aniversario). La profesión más tonta del mundo es futurólogo. No es que sea una profesión, en el sentido serio del término: carece de cuerpo doctrinal, metodologías propias e investigaciones serias; es más bien una afición pomposa, aunque también lucrativa. No hay semana en que no salga un futurólogo de estos a decirnos los trabajos que van a desaparecer, la gente que va a enfermar o la temperatura que va a hacer dentro de veinticinco años. Curiosamente, es por goleada una dedicación masculina, hecho que tomo como prueba adicional de que ellas nos ganan en prudencia y mesura.

Los arúspices romanos —el término es etrusco— examinaban las entrañas de animales sacrificados para contar el porvenir a quienes les consultaban; en nuestro tiempo bastan unos cuantos informes de consultores o similares para proponer lo mismo. El senado consultaba a los arúspices; el emperador Claudio tanto los apreciaba que aprendió a leer el etrusco y creó un «Colegio» con hasta sesenta de ellos que existió hasta la caída del imperio. Hoy hay no pocos gobernantes gastándose el dinero de todos en lo mismo, y lo que es peor, fiando las políticas que nos afectan a arúspices de MBA y Tesla aparcado en la puerta. Pero no son ellos, sino que somos un poco todos, los que insistimos en dar crédito a las supercherías de esta especie de supercuñados.

Me apresuro a decir que claro que hay gente que analiza tendencias y plantea escenarios con rigor, esto es, sin jugar al catastrofismo o al optimismo idiota, con cierta objetividad y añadiendo, sin pronunciarse, las probabilidades adjuntas. Pero son los menos, porque no aportan, como es lógico, titulares rumbosos, y reciben por lo mismo menos llamadas de los periódicos. Los que abundan son los bocachanclas que tienen el futuro permanentemente en la boca, los de «esto o lo otro es el futuro», tan cansinos.

Algunos han elevado la cuñadología a modelo de negocio. Del ínclito Harari no voy a hablar, porque ya lo hice otra vez y lo único que le hace falta a este hombre es que le demos más bola. Mike Walsh es CEO de una compañía previsiblemente llamada Tomorrow; desde ella y con su melenita lacia al viento nos explica el futuro de la inteligencia, el comercio minorista o lo que se tercie. Lo importante es ser rotundo y apocalíptico: «El éxito a pequeña escala ya no existe: o eres mundial desde el primer día, o solo sobrevivirás un día». Luego está Faith Popcorn (sí: significa «Fe Palomitas» y se lo ha puesto ella), que en 2006 pronosticó que se fabricarían «cabinas de abrazos mecanizadas», «mascotas diseñadas genéticamente con pedazos de ADN (sic) de los dueños» y ropa impregnada de «neuroquímicos» (sic) para aumentar la confianza o la agudeza mental. Como a obtusa no la gana nadie, en 2015 renovó su predicción de 1991 de que los «robots humanoides» serían en breve compañeros de trabajo. En una conferencia patrocinada por IBM sostuvo que los robots reemplazarían un tercio de los puestos de trabajo en el mundo desarrollado. También predijo que florecería una nueva profesión, «los entrenadores cerebrales», si bien ella misma, a la vista está, se cuidó de contratar ninguno. El Servicio Postal de EEUU pagó más de medio millón de dólares a Popcorn para que imaginara un futuro viable para la oficina de correos; ya ve el lector que en todas partes cuecen habas.

En esto de futurizar hay niveles, como en todo. La palma diría que se la lleva Ray Kurzweil, inventor, músico, empresario, escritor y científico especializado en Ciencias de la Computación e inteligencia artificial y desde 2012 director de Ingeniería en Google. Este gran sujetamelcubatista es autor de sentencias como «las supercomputadores alcanzarán la capacidad de un humano en 2010, y lo mismo conseguirán los ordenadores personales en 2020» o, posteriormente, «la Inteligencia Artificial alcanzará niveles humanos en 2029». Por supuesto, la clave de la pamplina estriba en una oportuna indeterminación (¿capacidad? ¿nivel?) unida a la grandilocuencia. También ha dicho que cuando hablemos en 2035 —pasado mañana— con un humano, estaremos hablando «con una mezcla de inteligencia biológica y no biológica», sea lo que sea que eso signifique (tampoco es que él lo sepa). Leyendo y escuchando a Ray uno se pregunta en qué manos estamos.

Tampoco es que acertar importe demasiado, porque a los futurólogos nunca les pedimos que rindan cuentas. Hace unas semanas, Eliezer Yudkowsky, investigador y académico estadounidense miembro del Instituto de Inteligencia Artificial de la Universidad de Berkeley, advertía en The Guardian que «estamos más cerca de que suceda [el fin de la humanidad a manos de la IA] en cinco años que en cincuenta. Podría ser en dos años, podrían ser diez». Pasan los años, lo que auspiciaron no se cumple y nosotros seguimos escuchándolos, cada vez más ufanos, porque hay una curiosidad en nosotros por el mañana que está prueba de toda lógica. Si lo pone en duda, querido lector, le presento al cuñado entre cuñados, Elon Musk, que predijo que en 2020 circularían taxis sin conductor, que poco después viajaríamos en cápsulas subterráneas que irían a unos 1.200 kilómetros por hora, que en 2018 llevaría a pasajeros de turismo espacial a la luna y que en este 2024 los llevaría a Marte. También dijo el 19 de marzo de 2020 que en Estados Unidos estarían cerca de cero casos de COVID-19, un virus que se llevó por delante a un millón de estadounidenses. ¿Cree que eso ha desalentado a Musk de seguir cuñadeando? Ni hablar: ya ha dicho que la llegada de la IA opresora e independizada del ser humano será para el año que viene o a lo sumo el siguiente.

Escribe Gustave Thibon en Los hombres de lo eterno: «Concebimos el tiempo como otro espacio, una especie de Tierra Prometida donde recogemos lo que ni siquiera tuvimos que sembrar. Como si el futuro fuera mágico». Creo que hay mucho de eso, de deseo de encantamiento burdo, un deseo cateto, por ignorante y autosatisfecho. Lo cierto es que nada fascina más que el pasado y el presente, cuando se los estudia; como dice el filósofo francés, «el futuro está vacío, perfectamente vacío e indeterminado».

Podríamos intercambiar tanta fascinación boba por una disposición a la aventura, a la creación y al arrojo. Haríamos un mundo mucho mejor y dejaríamos de gastar pasta en quincalleros. Como concluye Thibon, «el futuro no se sueña, se construye […] Somos responsables del futuro. Lo que vaya a ser de nosotros no está escrito». Lo llamamos porvenir, pero es sobre todo un porhacer. Fuerza y valor es lo que necesitamos para engrandecernos y disfrutarlo.

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