«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

De palabras y aullidos

3 de abril de 2024

Uno no está en el siglo si no entiende, emplea y acepta las palabras que el pensamiento woke ha creado, pervertido o mixtificado. Es la neolengua de los progres de salón, los de asamblea puño en alto y la Internacional cantada como el coro de Callejeros y luego comida con cigalas, gambas y jamón, que el proletariado tiene derecho a gozar de tales exquisiteces. Más allá del machacón término «empoderarse», que lo encuentras hasta en la sopa, existe toda una recua de palabros pergeñados por esta cofradía del sueldo público. «Heteropatriarcado», por decir uno. O «señoros», cosa pueril y boba donde las haya. Al lado de esas jaimitadas de parvulario también emplean términos en inglés para que se note que son gente culta, leída, con fundamento. Y te citan autores que no los conocen ni en su casa a la hora de cenar, librándose muy mucho de mencionar siquiera a alguno de nuestros autores, no sé, como Cela —uy, que ése era facha—, Baroja, Azorín, Galdós, Cervantes, Quevedo o Lope. A Larra, que podría resultarles simpático a fuer de persona libre y aguerrida, tampoco lo citan. Debe ser por su amistad con el Conde de Campo Alange al que le dedicó una pieza necrológica en la que ya se intuía el desgarro del escritor que acabaría llevándolo al suicidio. Craso error porque, como dijo Cioran —otro maldito para los podemitas—, no vale la pena suicidarse, siempre lo hace uno demasiado tarde.

El asunto es que en la batalla de las palabras y cómo denominamos a las cosas, los podemitas y sus adláteres nos llevan ventaja. Entre otras cosas porque parece que en España está prohibido, so pena de quedar como un fatuo, hablar y escribir de manera culta empleando términos que se salgan de la vulgaridad callejera hortera y ramplona. El mundo de la cosa pública, me temo, está destinado a emplear rugidos de orangután en celo en lugar de vocablos inteligibles y sensatos. Los parlamentos, al paso que vamos en Occidente, se verán reducidos a unas enormes jaulas en las que un puñado de primates se gritarán los unos a los otros peleándose por un racimo de plátanos. Es lo lógico cuando el ser humano se despoja de los ropajes de la cultura y se pasea en su ignorante desnudez ante un auditorio mucho más lerdo que él. Viendo a ministros que piden que les pasen el estadillo de los periodistas que les insultan —Óscar Puente, a usted me refiero— y el comportamiento de toda una vicepresidenta del gobierno como es la señora Montero a uno le dan ganas de llorar. El gesto soez, plebeyo, la cara congestionada, las muecas groseras, las palabras que individualmente carecen de sentido y encadenadas no son nada, he ahí lo que quería el wokismo. Dices un par de veces «empoderamiento», o «facha», que eso siempre tiene un gran efecto entre esa tropa de seguidores del gran Rey Louie, el que quería poseer el secreto del fuego, y ya está. No hace falta más para que te den un cargo con estas gentes. Y cuando miran a Cayetana gritan «Dubidú, quiero ser como tú». Imposible.

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