«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Defensa de la II República

3 de octubre de 2013

Un amable lector, don Luis García, me remite una carta con objeciones sobre la columna titulada, Franco, por fin, guillotinado. Dice que había motivos para sublevarse contra “la legalidad republicana“. En parte le quito la razón: los militares habían jurado defender a la República y no hacerlo les convertía en traidores. Mola, Franco, Cabanellas y todos los demás cometieron un acto de rebeldía, una ilegalidad, una felonía. Lo que ocurre es que tuvieron éxito y ya sabemos todos quién escribe la historia. Es lo que tienen los motines a bordo, los Fletcher Christian de turno se llenan de gloria, siempre que el golpe les salga bien.

 

Pero en parte le doy la razón. Esa legalidad republicana era muy relativa. O mejor dicho, sobrevenida. Ya dije que si rascas un poco, detrás de la legitimidad siempre hay un acto de fuerza o de violencia, que posteriormente se justifica con un relato mítico. La II República llegó por un atajo (las elecciones municipales de 1931), y derivó en un régimen que no respetaba los derechos y libertades fundamentales, y que no era capaz de garantizar la seguridad de los españoles. El año 36 supuso un punto de inflexión con el triunfo (amañado) del Frente Popular en las elecciones de febrero –tal como dejan en evidencia las memorias de Alcalá Zamora–, y la sombra de Stalin planeó sobre España.

 

La prueba es que el doctor Juan Negrín, beatificado por la izquierda como el Churchill español, envió el oro del Banco de España a la URSS. Pero hay otra prueba aún más sangrante de que la II República se convirtió en longa manus del Kremlin: la desaparición de Andreu Nin, líder del POUM; una china en el zapato de Stalin.

 

En junio de 1937, cuando Negrín era jefe de Gobierno, la Dirección General de Seguridad detuvo a Nin. Nunca más se supo. La detención no fue sino una tapadera. La orden provenía de Moscú y la operación fue dirigida por el ruso Alexander Orlov. Éste y los agentes soviéticos torturaron a Nin en la checa de Alcalá de Henares para hacerle confesar que era agente de Franco. Ante su negativa, le mataron, e hicieron creer que desaparecía liberado por agentes de la Gestapo.

 

Dice en gaceta.es otro lector menos amable –las cartas suelen ser corteses, la red propicia el exabrupto– que Franco era amigo de dictadores como Hitler y Mussolini. Claro. Y Negrín era el mozo de cuadra de Stalin. Eso sólo significa que la II República y la Guerra Civil se inscriben en un contexto muy concreto: un pulso de totalitarismos.

 

Y que eran tiempos pre-democráticos. Por eso sorprende que Alfonso Guerra llamara “patriota“ al socialista que se lucró con bienes particulares de los fondos del Banco de España y que el PSOE zapateril rehabilitara al responsable de la muerte de Andreu Nin, herida sin cicatrizar de la izquierda española, “viraje en la tragedia del siglo XX“, según Albert Camus.

.
Fondo newsletter