«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Del rosa al amarillo

9 de noviembre de 2020

¿Recuerdan aquella película de Manolo Summers que se llamaba así y en la que el rosa era símbolo de juventud y el amarillo de decrepitud? 

Hace ya algunos años, cuando la censura se disimulaba mejor y el diario El Mundo aún no me había enviado al banquillo del nunca mais (fallaron el tiro… Aquí estoy), me alcé en armas festivas contra las amazonas del Me Too y los jenízaros de la LGTBIQXYZ y no sé cuántas letras más, e inserté en una de mis columnas una coplilla más sarcástica que satírica compuesta a cuento de la implacable invasión feminazi que ahora, por cierto, llega al punto más alto de su curva pandémica con el desembarco de la gregaria de Biden ‒ese Zapaterito que habla inglés‒ en la Casa Blanca y en Wall Street.

Rectifico… El gregario es él, que deberá ceder el paso a la negra que tiene la cara blanca, por impeachment neurológico o articulatorio, si no es por algo peor, antes de que su mandato expire. Pero eso es otra historia que ya contaré en su día si antes no prescribo yo. Aun no ha llegado su momento ni el mío. O sí… ¡Vaya usted a saber! ¡Con tanto virus y tanto comunista a sueldo! Lo primero que va a hacer Bambi, digo, Biden, es regresar al regazo de la Organización Mundial de la Enfermedad y de los Beneficios de los Laboratorios. Corran a los refugios. 

Mi coplilla ‒tengo dotes de bardo y de rapero‒ decía: ¡En pie, varones de la tierra, / en pie, falócrata legión! / ¡Atruena la revancha el globo, / se acabó la castración! / ¡El presente hay que hacer añicos, / cuerda de presos en pie a vencer! / ¡El mundo ha de cambiar de sexo, / los ceros a la izquierda vuelven a ser! / ¡Agrupémonos todos en la lucha final, / que el género humano es la virilidad!

«[…] los niños son, en principio, material de desecho a no ser que para dejar de serlo se vistan, precisamente, de rosa y dejen de hacerlo por los pies. ¡Caramba! ¿A tal extremo hemos llegado?»

Me apresuro a aclarar, porque la ironía esta en desuso y andan muchas víboras progres por ahí, que la compuse con sorna e inofensivo ánimo chistoso, animado sólo por el deseo de amansar y, si eso fuera posible, que no lo es, de bajar los humos a quienes tan poco bromean cuando nos acusan y nos acosan. ¿Exagero? Sí, pero más exageran, digo yo, las del sexo fuerte y sus aliados, que,  son, por chusca que la boutade resulte, traidores a los suyos y a sí mismos. Ya está bien, ¿no? ¿No ha de haber un espíritu valiente que se atreva a denunciar, como Quevedo denunció los desmanes de Iván Redondo, digo, de Irene Montero, digo, del Conde Duque, la violencia feminista y el lenguaje sexista utilizado por sus miembras, con a de aberración gramatical y de agresión a quienes no tenemos la culpa de haber nacido varones? Póngase fin ya, ahora, de una vez, a la manipulación histérica de la taxonomía anatómica perpetrada por las sargentas —¿o debería decir sargentes?—, los calzonazos y tod@s l@s cabecill@s de la retroprogresía. La chispa que ha encendido la mecha de mi sublevación es lo que el otro día, refugiado yo junto a mi novia, con a de amor, en la quietud de mi villorrio soriano, escuché en el telediario, después de comer, cuando intentaba dar una cabezadita que se malogró a las primeras de cambio al materializarse en la pantalla uno de los titulares de la emisión, basado, creo, en un informe del Ministerio del Odio, mal llamado de Igualdad. Lo cito de memoria y a bulto, pero decía algo similar a esto: «el color rosa estigmatiza y oprime a las niñas». Ya, y a los niños, en lógica consecuencia, el color azul, ¿no? Pero eso no lo dijeron, pues los niños son, en principio, material de desecho a no ser que para dejar de serlo se vistan, precisamente, de rosa y dejen de hacerlo por los pies. ¡Caramba! ¿A tal extremo hemos llegado?

«Lamento ser tan pesimista, pero estamos condenados a derivar, si nadie lo impide, hacia lo neutro, hacia lo ambiguo, hacia lo romo, hacia lo epiceno, como si el ser humano fuese una mula».

A mi nieta menor, que acaba de cumplir siete años como siete soles, le encanta vestir de rosa y cuidar de sus muñecas. Nadie le ha dicho que haga ni lo uno ni lo otro. Le ha salido del alma o de sabe Dios dónde. ¿Hay algo de malo en eso? ¿Tenemos también la culpa, nosotros, los hombres, como si no fuese de por sí mala pata haber nacido así, de que a las niñas les guste jugar a ser mamás y prefieran el rosa a otros colores? ¿Deberíamos prohibirles lo uno y lo otro, vestirlas, por ejemplo, de gris y tirar las Barbis al cubo de la basura en el contenedor de residuos cuasi orgánicos? Eso sí que sería opresión y represión. ¿Por qué no puede ser cada uno, varón o mujer que sea, dueño y señor, o señora, de su vestuario y del espectro del arco iris?

Lamento ser tan pesimista, pero estamos condenados a derivar, si nadie lo impide, hacia lo neutro, hacia lo ambiguo, hacia lo romo, hacia lo epiceno, como si el ser humano fuese una mula. ¡Curiosa castración gramatical! Las lexicólogas de la mendicante orden feminista nos constriñen a recurrir a la sinonimia y a lo abstracto frente a lo concreto. ¿El hombre? ¡No, no, por Dios! Mejor decir la humanidad. ¿Los niños? Tampoco. Mejor los niños y las niñas. O les niñes. ¿Los ciudadanos? ¡Por favor! Más vale escribir ciudadanía. O, ya puestos, súbditos. Y así con todo, pero mejor me callo, no vaya a ser que esas señoritas Rottenmeier me aticen con la palmeta o el minipimer y me eche yo a llorar, como Boabdil al perder Granada! ¡Huy! ¡Como Boabdil, no, porque seguro que es delictivo citar a alguien que, según la leyenda, lloraba como mujer lo que no había sabido defender como hombre! ¿Querrán que volvamos todos (y todas) a caminar sobre cuatro patas? Varones y mujeres de la tierra: andar erguidos no garantiza tener cabeza. Cabe erguirse y, a la vez, humillar la razón sobre las rodillas de la necedad y bajo el rodillo de la estupidez. Eso es lo que sucederá cuando todos seamos iguales tras acatar las directrices del Ministerio del Odio con la cabeza gacha y otras partes del cuerpo también.

Una última cuestión… ¿Qué dirán las odiadoras de aquellos hermosos versos escritos por Luis Alberto de Cuenca en su célebre poema sobre la incorrección política? Les recuerdo que estaba dirigido a una mujer y que terminaba así: «Dime atrocidades / que cuestionen verdades absolutas / como: ‘No creo en la igualdad’. O dime / cosas terribles como que me quieres / a pesar de que no soy de tu sexo, / que me quieres del todo, con locura, / para siempre, como querían antes / las hembras de la tierra».

Amén. El amén es mío. De más está aclararlo. ¡Ah! Y de mi novia. Que no se entere la Organización Mundial de la Salud.

.
Fondo newsletter